Conciertos

La cautivadora diva sencilla

La simpática Cecilia Bartoli, a quien acompañó al piano Sergio Ciomei
La simpática Cecilia Bartoli, a quien acompañó al piano Sergio Ciomeilarazon

«Un viaje por 400 años de la música italiana». Mezzosoprano: Cecilia Bartoli. Piano: Sergio Ciomei. Teatro Real. Madrid, 19-III-2017.

Hay personas que tienen el privilegiado don de la simpatía, de cautivar con su sola salida a un escenario. Es el caso de Cecilia Bartoli (Roma, 1966). Si además tienen un buen día, como le sucedió a la romana, enseguida llegan los aplausos, los piropos –«guapa, estás espléndida, tienes que venir a cantar ópera»– y las peticiones de propinas. Imposible recordar cuantas concedió, casi tantas como Sokolov, y podían haber sido más porque el público las reclamaba. Empezó la serie con la «Canción española» de Rossini, continuó con la «Habanera» de «Carmen» y finalizó con una de las solicitadas: el rondó de «Cenerentola». Era la forma de demostrar que, a pesar del recorrido algo light por 400 años de música italiana, ella continuaba con esas portentosas facultades de la coloratura.

El teatro estaba totalmente abarrotado y las localidades no eran baratas, pero los dineros no debieron dar para la distribución del número de programa de mano necesarios y una buena parte del público se quedó sin él. Tampoco el escenario brillaba por su atractivo, con una pobre silla y una más paupérrima botella de agua recién traída del super. Hay que hacer estas cosas un poco mejor. En la primera parte del programa, que se iniciaba con Caccini, hubo un par de piezas, como los Vivaldi o Porpora, de esas en las que Bartoli podía lucir las armas que la han catapultado a la fama, especialmente sus agilidades, trinos, etc, pero de alguna forma ella quiso decantarse por aquellas canciones que sabe cantar como directas al oído de cada uno del público. Así la de Caldara, Bellini y muy especialmente «Lascia la spina» de Haendel. Cantó «Parto, ma tu ben mio» de «La clemencia de Tito», pero la verdad es que apenas partió del escenario y fue un acierto el abordar las piezas prácticamente sin interrupción, con la diva sencilla sentada mientras su acompañante se lucía al piano en solitario.

En la segunda parte ella misma dijo llevarnos a Nápoles tras varios Puccinis. Curiosamente fue una napolitana –«Cara, ti voglio tanto bene»– la que consiguió que el público la quisiera más y con razón, ya que la cantó impecablemente y con el corazón puesto en ella. Es sin duda artista de personalidad inconfundible, capaz de recrear desde el «O mio babbino caro» de «Gianni Schicchi» al «Volare» de Modugno, con el que cerró oficialmente el programa. Bien podría haber elegido otras de Modugno como «Amara terra mia» o «Dio, come tia amo», pero el final de «Nel blu dipinto di blu» le daba para terminar cantando al público «Estoy feliz de estar aquí contigo». Bartoli hila con fina aguja. Lo que decía un espectador, que vuelva a cantar una ópera, aunque con orquesta poco se la podría escuchar en el paraíso. No todo puede ser perfecto.