Crítica

La crisis entristece a los Maestros

Crítica de ópera / «Los maestros cantores». De Wagner. Voces:Jonas Kaufmann, Wolfgang Koch, Christoff Fischesser, Markus Eiche, etc. Dirección escénica: David Bösch. Dirección musical: Kirill Petrenko. Orquesta y Coro titulares de la Bayerische Staatsoper. Munich, 16/05/2016.

La Razón
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Las casi cuatro horas y media de música convierten a «Los maestros cantores» en una de las óperas más largas de Wagner. Se trata de la única –salvo «La prohibición de amar»– con cierto tono humorístico y una de las pocas de su autor, con «Rienzi», ubicada en un sitio concreto, no mitológico. Durante mucho tiempo se la consideró como la más alemana de las óperas wagnerianas por sus muchos diálogos y este hecho, junto a su duración y medios necesarios, ha influido en que no sea una de las más representadas. Estrenada en la propia ciudad de Múnich vuelve ahora a su teatro en una nueva producción que cuenta con dos grandes reclamos: la presencia de Kirill Petrenko en el foso y el debut escénico de Jonas Kaufmann en el papel de Walther, que cantara una vez en concierto. Ni qué decir tiene que no hay una sola entrada para ninguna de las funciones programadas. «Los Maestros» de David Bösch no salen indemnes de la crisis. Nuremberg se transforma en un barrio marginal cuyos zapatos remienda Sachs desde una furgoneta a la que le llueven grafitis. Walther es un músico vagabundo, sin más bienes que guitarra y mochila, que duerme en una colchoneta en el suelo de la furgoneta. Beckmesser se intenta quemar a lo bonzo y finalmente se dispara un tiro en la boca tras dudar si pegárselo a Sachs. Éste no reúne ninguna presencia con autoritas y, curiosamente, el tratamiento de Bösch le acerca mucho en el inicio del tercer acto al Falstaff amargado de Verdi, apoyado por el foso. Hay detalles incomprensibles, como el ansia de fumar de Walter y Eva o el paseo de ambos en una motocicleta de 49cc con la guitarra a cuestas. El final, con un Eurovision concurso canoro patrocinado por Pogner en un escenario de andamios, trae otra novedad además del suicidio de Beckmesser: el músico vagabundo no se deja convencer por el parlamento de Sachs sobre las bondades de la tradición y se larga con Eva, dejando a la cofradía de maestros compuestos y sin novia. Se comprenden los sonoros abucheos a los responsables escénicos en medio de más de veinte minutos de ovaciones entusiastas al resto. Múnich se puede permitir descolocar al público con sus puestas en escena porque el teatro siempre está a rebosar, pero no es buen ejemplo para otros coliseos sin tal ventaja. El reparto es excelente en interpretación y medios vocales sin excepción alguna y con una mención especial al Beckmesser de Markus Eiche. Cierto es que Wolfgang Koch –Sachs– llega algo exhausto al final y que Kaufmann queda algo corto de sonoridad al final del primer acto, pero son detalles menores y lógicos dada la dirección de Petrenko, llena de nervio y potencia, pero también de detalle y matiz. Soberbia la obertura por la claridad en los planos sonoros, impresionante la fortaleza del cuadro del concurso y sombría al máximo la intensa exposición ya citada de Sachs. La energía y elegancia de sus manos recuerdan a los de un joven Karajan. Un trabajo soberbio.