Teatro

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Las políticas escénicas

La Razón
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El otro día, tras una «Tosca», el director de orquesta se quejaba amargamente del segundo término al que ha pasado su actividad, para ceder el primero a los directores escénicos. Un gran aficionado opinaba que la ópera debería ser 80% música y 20% teatro. El negocio para unos cuantos de las puestas en escena está cada vez más limitado por los pocos fondos con los que cuentan la mayoría de los teatros. Algunos, como el Metropolitan, se pueden permitir grandes producciones porque cuentan con patrocinadores que quieren que se vea «dónde está metido su dinero», pero son los menos y, aún así, ya vemos como le va al Met, teniendo que subastar sus lámparas de araña e hipotecar los Chagall. El resto lucha con presupuestos menguados. Sin embargo, en ocasiones, tiran el dinero en producciones absurdas mientras discuten el caché de cantantes y directores. Este verano, en el Festival de Edimburgo, han tenido que devolver el importe de las localidades de un «Così fan tutte» a quienes lo solicitaran, dadas las condiciones «extremas» de la producción. ¿A dónde vamos? La enfermedad no tiene más remedio que pasar. A la ópera le quedan dos caminos: los escenarios multitudinarios –de más de diez mil espectadores– con cuya caja se recupera buena parte del coste del espectáculo, o un nuevo enfoque para los teatros tradicionales. Las compañías organizadoras de grandes eventos y las multinacionales del disco apuestan por los macroescenarios con espectáculos en los que lo que menos importa es la calidad –recordemos una penosa «Traviata» en Vistalegre o una «Aida» en el Bernabeu– y, lo que más, apuestan por el reclamo de gente como Bocelli para que hinchen la caja. ¿Qué pueden hacer los teatros, los artistas de verdad? Lo que dijo el Verdi maduro: «Demos un paso atrás que será un paso adelante». Y este paso no puede ser otro que la vuelta revigorizada y actualizada a la esencia de las tramas. A profundizar en los textos para ofrecer racionalmente lo que de verdad hay en ellos. El enfoque desnudo y teatral mediante el reestudio de las propuestas de genios como Wieland Wagner. Hay aún registras que con dos duros pero inteligencia son capaces de ofrecer todo el drama de una obra como el «Otello» verdiano en un escenario tan reducido como el del Teatro de St Gallen en Suiza –nueva producción por menos de 100.000 euros– sin apenas elementos escénicos. Sólo con puras actuaciones teatrales, luces y, naturalmente, bastantes ensayos. Basta con fijar la vista en cuanto de íntimo hay en las grandes obras. Ése es el camino y no el del «Otello» con el que el Teatro Real ha abierto su temporada.