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Prince: El icono más allá de sus excesos

Como dijo Bowie de él, «los ochenta fueron suyos». El cantante que tocaba todos los instrumentos apareció ayer muerto en su residencia de Paisley Park. Su salud se había resentido. Dio su último concierto el día 16

Prince: El icono más allá de sus excesos
Prince: El icono más allá de sus excesoslarazon

Como dijo Bowie de él, «los ochenta fueron suyos». El cantante que tocaba todos los instrumentos apareció ayer muerto en su residencia de Paisley Park. Su salud se había resentido. Dio su último concierto el día 16

La muerte de Prince, a los 57 años, activa los cortafuegos de emergencia. Imposible no abrumarse ante el goteo de rumores. A falta de mejor información conviene agarrarse a los hechos. Hacía varias semanas que sufría de una gripe. O eso dicen las crónicas. Había suspendido varios conciertos. Sin embargo, esta misma semana, reapareció en una de sus tradicionales fiestas en su mansión de Paisley Park (Minnesota). Acostumbraba a celebrar conciertos semisecretos después de sus recitales, como el del año pasado en un club de Manhattan, y gustaba de invitar a sus fans a sus jam sessions privadas. Pero la noticia era cierta. Ayer jueves lo descubrieron inerme en el ascensor su casa. Hubo una llamada a emergencias, que ya circula en las redes, y aunque intentaron reanimarlo, fue declarado muerto a las 10:07 de la mañana.

Arrecian en internet los pésames, los mensajes dolientes y todas las fórmulas inimaginables de exhibicionismo a cuenta del cadáver. Lenny Kravitz, que siempre quiso ser él, habla de su «hermano». Gene Simmons de un «gigante». Questlove, de The Roots, con los que había tocado hace poco, escribe «Larga Vida al Rey», y su amiga Chaka Khan declara que lo «amaba». «Así es como deben de sonar las palomas que lloran», susurra Whoopi Goldberg, aludiendo a su legendaria canción. Imposible dar cuenta de todos los textos.

- Gramola en el cerebro

Toca reconocer que fue un genio. Nadie como Prince captó el pulso dislocado de la década. Agitó la panoplia de herencias de un género, el pop, que en sus manos fosforecía. El tipo que tocaba todos los instrumentos tenía una gramola en el cerebro. Allí cabía todo, funk y reggae, cremoso pop spectoriano y girl groups como las Cyrstals, funk correoso en la senda de James Brown, sexual como los latigazos de los Famous Flames, disparatado y libre como las correrías de Sly Stone, dopado de psicodelia como Parliament y Funkadelic de George Clinton. Entre los pliegues de sus himnos latían ecos de Marvin Gay y Motown, los Impressions y Stax, Muscle Shoals y Dusty Springfield en sus sesiones para Chips Moman en Memphis. Añadan a la mezcla un portentoso oído para barruntar lo nuevo. Una capacidad gozosa para escribir la canción químicamente pura. Más la imagen lasciva que cultivaba en sus días de chico malo, alentada por los rumores de sus noviazgos con numerosas sex-symbols. Tendrán de una pieza, vestido de púrpura como un duende en la corte del Rey Sol, al hombre que puso patas arriba el negocio.

Con unas ventas monstruosas, inimaginables en la era de youtube y los divos adictos al twitter, Prince rivalizó con Michael Jackson y Bruce Springsteen, U2 y Madonna, por el trono del pop y el rock. Un éxito que ya había saboreado antes, con «Prince», su segundo largo, de 1979, «Dirty mind», del 80, o el fabuloso 1999. A rebufo de la disco music, pero también legatario del mejor r&b, arrancaban sus años indiscutibles. Los que van de 1999 a «Diamonds and pearls» (1991). Hablamos de obras canónicas como «Purple rain» (1984), del chispeante «Around the world in a day» (1985); el electrizante «Parade» (1986), donde brilla con nervio cegador la magnífica «Kiss»; o la que puede que sea su obra magna, «Sing of the times» (1987), y el sugestivo «Lovesexy» (1988). Para cuando concluyen los ochenta canciones como «Little red corvertte», «When doves cry», «Let’s go crazy», «Purple rain», «Rasperry beret», «Sing of the times», «Alphabet street» o, ya entrados los 90, «Gett off» o «Cream», sin olvidar «Nothing compares 2 U», en la voz de Sinéad O’Connor, formaban parte del acervo popular del siglo.

Como Ray Charles, hibridó géneros sin perder el fuste blues. Al igual que Sam Cooke, fue dueño de una voz potente y sensual. Como Michael Jackson, dominaba los recursos escénicos, consumado e inimitable bailarín. En la mejor tradición de James Brown, fue una imparable dinamo creativa, un trabajador estajanovista, y un tirano con sus súbditos.

Agotada su mejor racha, era complicado permanecerle fiel. Acusó a Warner, su compañía de discos, de esclavizarle. Se rebautizó como el símbolo. Ojo, todavía publicó discos notables, pero frente a lo que había imaginado (un futuro celeste, libre de intermediarios), descubrió tarde y mal que fuera del ecosistema creado por las discográficas hace mucho frío. Más interesante, por exitosa, fue su innovadora fórmula para gestionar sus conciertos. Promotor de sí mismo, Prince alquilaba los locales, publicitaba los bolos, organizaba las giras y se llevaba el 100 por cien de los ingresos. Genial y excéntrico, rodeado de psicofantes y aislado del mundo, inimitable y superdotado, si los chiquilicuatres que hoy copan los Grammys, los mismos que le lloran en las redes sociales, aspiran a sucederle, entonces no solo ha muerto Prince, sino que el pop, en su variante masiva, está acabado. Poco a poco se agosta la edad de oro de la música estadounidense, esa que arranca con Louis Armstrong, Charley Patton y Robert Johnson, y que encontró en Prince a uno de sus últimos dioses. Siempre nos quedarán sus memorias, aún negociándose, que estaba previsto salieran en otoño de 2017. ¿El título? «The beautiful ones».

El último concierto: «No malgastéis vuestras plegarias todavía en mí»

Atlanta, Illinois, 16 de abril, es decir, el sábado pasado. Los incondicionales de Prince asistía, sin saberlo, al último concierto de la estrella del pop. Tampoco el artista sabía que era su última representación. Pero para la historia, Prince dejó esta frase inquietante a la multitud: «No malgastéis todavía vuestras plegarias en mí». La ironía se debía a que el día antes había hecho una parada de emergencia con su avión privado para tratarse de la gripe que venía aquejándole desde hacía tres semanas.