Crítica

Se vislumbra al artista

Crítica de clásica / Ciclo grandes intérpretes. Obras de Schumann, Shostakovich y Stravinski. Piano: Daniil Trifonov. Scherzo-«El país» en colaboración con La Filarmónica. Auditorio Nacional. Madrid, 19-I-2017.

La Razón
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No hay duda de que este joven pianista ruso (Nizhny Novgorod, 1991) posee personalidad y medios, como ha podido acreditar en este concierto, bien que aún le falten ciertos grados de madurez y haya de recorrer todavía mucho camino para asentarse. Frente a otros virtuosos del presente, asimismo con desusadas capacidades mecánicas, este artista posee un sentido especial de la construcción de la frase, una diferenciación de ataques y un criterio musical de altos vuelos. Y una formación que le facilita la tarea de componer. Su «Concierto para piano en mi bemol menor» no está nada mal. El artista sabe combinar lo volcánico y lo meditativo en una extraña mezcla no siempre acabada. Desde luego, está dotado de un peculiar, ora suave, ora poderoso, sonido, y sabe frasear. La primera parte estaba dedicada a Schumann. Las «Escenas de niños», expuestas a media voz, con bellas diferenciaciones dinámicas, pecaron en algunos momentos de cierta afectación, aunque no puede negarse el suave toque poético que nimbó la interpretación. En la difícil «Toccata» se vio que Trifonov iba a por todas e imprimió una velocidad excesiva a los eléctricos acordes paralelos, con lo que difuminó un tanto el discurso y emborronó algunos pasajes haciendo perder esbeltez a la música. La compleja y extensa «Kreisleriana», de tan sombrío carácter, fue expuesta con atención a los más leves matices, aunque con tendencia a la moderación. Todo discurrió de manera un tanto monótona, pero el pianista mostró una rara capacidad para la introspección. La evidenció asimismo en los cuatro «Preludios y Fugas» de Shostakovich, en los que supo dar con el meollo expresivo y ofrecer de forma diáfana la estructura. Certera y brillante la fuga postrera, la número 24. Como colofón, una espectacular y colorista versión de los «Tres movimientos de Petruchka» de Stravinski, donde el instrumentista se lució a conciencia buscando efectos a base de contrastes violentos y aceleraciones vertiginosas, lo que no garantizó en todo momento la claridad expositiva. Pese a la duración y exigencia del recital, Trifonov aún ofreció dos bises con el perfume de Scriabin.