Madrid

The Cure, bailar en la oscuridad

Crítica de rock. The Cure. Barclaycard Center (Madrid), 20-XI-2016. Entradas agotadas. Robert Smith (voz y guitarra), Simon Gallup (bajo), Jason Cooper (batería), Roger O’Donnell (teclados) y Reeves Gabrels (guitarra).

El vocalista del grupo, Robert Smith
El vocalista del grupo, Robert Smithlarazon

El pelo cardado de Robert Smith es ahora completamente gris, síntoma del paso del tiempo para un personaje convertido en icono absoluto del rock más sombrío, capaz de mantener su estrella sin haber publicado nada verdaderamente reseñable desde «Bloodflowers» (2000), pero conservando un melancólico magnetismo bañado en negro. De eso va en realidad la nueva gira de The Cure, que tras pasar por Madrid llegará a Bilbao y Barcelona los días 24 y 26. Nostalgia bien entendida, en una generosa actuación que reservó un lugar de honor para buena parte de sus éxitos, al tiempo que esquivaba el riesgo de convertirse en una mera sucesión de «hits», de modo que éstos acabaron compartiendo protagonismo con canciones menos habituales en directo, pero sin las que difícilmente podría encajar el fabuloso puzle de la banda británica.

El grupo de Crawley tira de un vasto fondo de armario, empezando por «Open», «High», «A Night like This» y –para desperezar al personal definitivamente– «Push», con una puesta en escena que construye espirales mientras el carmín emborronado en los labios del líder de The Cure se revela como prueba de vida en una trayectoria que alcanza casi los 40 años y que provoca adhesiones muy por encima de la irrelevancia de su último álbum de estudio («4:13 Dream», 2008).

Suena «In Between Days» y desaparecen todos los males, convirtiendo la angustia en celebración, mezclando de aquí en adelante la paranoia con el delirio, la desesperación con el amor arrebatado, el pesimismo con una efímera alegría de vivir, entre tonos azules y púrpuras sobre los que se deslizan las guitarras líquidas de «Pictures of You» o, más tarde, las capitales «Love Song» y «Just like Heaven». Entre tanto, un guiño al público español con los acordes aflamencados de «The Blood», la recuperación de joyas ocultas como «Burn» –con una siniestra línea de bajo para atravesarlo todo– o la novedad de la ensoñadora «It Can Never Be the Same».

Hubo momentos de post-punk, de rock gótico, de baile inquieto («A Forest», entre lo mejor de la noche), de magia pura («Lullaby») y también de pop ingenuo («Friday I’m in Love»). Ambientes que se deshacen y un inagotable caudal de emociones, para desembocar en el festivo epílogo de «Boys Don’t Cry», «Close To Me» y «Why Can’t I Be You?», rematando casi tres horas de intensidad sin desmayo para olvidar las especulaciones sobre si ésta será su última gira o si llegará un hipotético «4:14 Dream» que dé continuidad a su discografía. La única certeza es que Robert Smith seguirá manejando como le venga en gana esta ceremonia de la oscuridad que conmueve como la primera vez.