Crítica

Un ambientado estreno velazqueño de Jesús Torres

La Razón
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Obras de Torres, Mussorgski y Chaikovski. Olga Borodina, mezzo. Orquesta de Cadaqués. Director: Vasily Petrenko. Auditorio Nacional. Madrid. 10-X-2016.

Resulta obligado empezar este comentario mencionando la dedicatoria de la propina del «Vals triste» de Sibelius ofrecida por Vasily Petrenko y la Orquesta de Cadaqués al recientemente desaparecido Neville Marriner, uno de los padrinos de la agrupación y con quien visitó Ibermúsica en multitud de ocasiones, la última de ellas en 2014. Vassily Petrenko ha de hacer frente, con desventaja, a la terrible comparación con el otro Petrenko, Kirill, futuro titular de la Filarmónica de Berlín. Ello no quiere decir que sea un director que no presente cualidades y así lo demostró en el trabajo realizado para estrenar «Tres pinturas velazqueñas» de Jesús Torres (Zaragoza, 1965), obra vencedora del Premio AEOS-Fundación BBVA. El compositor zaragozano sabe escribir con inteligencia, porque sus músicas están bien pergueñadas y porque llegan al público, algo no tan frecuente en la composición contemporánea. Ambas características se hallan reunidas en su nueva obra dedicada a la «Venus del espejo», el «Cristo crucificado» y el «Triunfo de Baco». Tres movimientos que se mueven entre lo sensual, lo espiritual y lo profano con sonoridades cinematográficas que responden al estilo ecléctico de un autor que recibe influencias muy diversas para fundirlas dentro de un estilo propio que busca expresividad y matices tímbricos. Fue muy bien recibida por el público. Hay que apuntar que el día 13 se estrenará la más breve «Orografía sonora», en este caso por la Orquesta de la RTVE y Gómez Martínez, la obra de Francisco Martín Quintero. Olga Borodina (San Petersburgo, 1963) fue descubierta hace 30 años por Gergiev y su nombre alcanzó una gran popularidad que ha perdido en parte. Sin embargo, su voz conserva un sólido timbre de mezzo, homogéneo y de notable proyección. Cantó muy bien, sin partitura, las cuatro piezas de las «Canciones y danzas de la muerte» de Mussorgski, con un cuidado acompañamiento de Petrenko. El concierto concluyó con la «Suite n.4, Mozartiana» de Chaikovoski, amable partitura en la que el ruso demostraba su admiración por el salzburgués, pero que no se encuentra entre sus obras más programadas por razones justificables.