Conciertos

Van Morrison, los ecos del león

El de Belfast presentará el 12 de diciembre en Madrid sus dos últimos discos en la atmósfera relajada que eligió para su última etapa.

Una imagen de la actuación del irlandés en el Primavera Sound de este año
Una imagen de la actuación del irlandés en el Primavera Sound de este añolarazon

El de Belfast presentará el 12 de diciembre en Madrid sus dos últimos discos en la atmósfera relajada que eligió para su última etapa.

Van Morrison aterriza de nuevo en Madrid para ofrecer el 12 de diciembre un concierto en el amplio WiZink Center de Madrid, un recinto que se antoja poco apropiado por su inmensidad y el contraste con las nuevas piezas de irlandés, de atmósfera más bien pausada y relajada. Pero si hay demanda, para qué dejar de ganar un buen dinero. Llega a la capital de España una de las figuras más indescifrables de la historia de la música, un hombre que es leyenda no solo por los prodigiosos discos que ha realizado, sino por poseer una personalidad única tan legendaria como sus interpretaciones. Hace años que vive fuera de la industria, que no se rige por los cánones al uso, que graba lo que quiere y cuando quiere... Incluso si se trata de sabotearse a sí mismo: dos meses después de publicar «Roll with the punches» saca al mercado otro disco más, «Versatile», casi clandestinamente. En realidad, la fórmula de su nuevo trabajo es la misma con una pequeña variación. Si en el álbum de septiembre mezclaba composiciones propias con varios clásicos del rythm’n’blues y otros favoritos, lo que trae «Versatile» son más canciones originales y estándares, aunque esta vez unidos por el recuerdo a clásicos del jazz y a nombres como los de Chet Baker, Frank Sinatra, Gershwin y más. Un poco como está haciendo su amigo Bob Dylan, aunque el irlandés con un sonido más convencional.

Sin complicaciones

No es la primera vez que Van Morrison se adentra en el terreno de las versiones y el jazz, ni mucho menos. En 1996, y coincidiendo con una de las mejores épocas de su carrera, quizá la última grande de verdad, sacó «How long has this been going on», compuesto casi en su totalidad por versiones. Acto seguido publicó un homenaje a Mose Allison. En 2000 se entregó en los brazos del estilo «skiffle» y ese mismo año abrazó estándares del country con «You win again». Y hasta se homenajeó a sí mismo en 2015 con «Duets: Re-working the catalogue», un disco de duetos con sus temas.

A sus 72 años, y después de seis décadas de carrera, Van Morrison es un león domesticado al que básicamente no le apetece complicarse la vida. Sigue teniendo una garganta prodigiosa para su edad, casi que parece sobrenatural, pero sus ganas no son las mismas. Tampoco, obviamente, el riesgo que asume en sus conciertos. Sus viejos recitales olían a tabaco, whisky y sudor. Los nuevos, los de las últimas dos décadas más o menos, huelen a cóctel margarita, narcisos y Dior. Agiten las joyas, que diría el clásico. El pasado año salió el mejor documento que permite comprobar qué fue Van Morrison para la música. Eran cuatro volúmenes que venían a completar su legendario «It’s Too Late to Stop Now», de 1974, su directo junto a la Caledonia Soul Orchestra que hacía temblar el misterio. No siempre sus discos fueron sobresalientes, pero sí sus directos. Y su discografía es generosa en demostrarlo. Todavía se recuerda aquel concierto del 29 de febrero de 1996 en La Riviera madrileña. Era entonces un Van Morrison en pleno éxito comercial –quién lo iba a decir– y con un espectáculo lo más cercano al soul clásico que pudiera ofrecer. Dio un recital bárbaro con una banda en la que estaban Pee Wee Ellis y Georgie Fame, entre muchos otros iluminados, y con el irlandés convertido en una fiera desatada que entregó momentos álgidos como «Summertime in England», «Saint Dominic’s Preview», «Slim Slow Slider» y más. Precisamente como telonero el día 12 actuará Fame, con el que compartió algunos de los mejores momentos de su carrera, el clásico ejemplo de músico cuyo reconocimiento está por debajo de su contribución a la historia. Él ya tenía un éxito, «Yeh Yeh», de 1964, cuando Van Morrison intentaba hacerse un hueco con los Them. Poseía todo: clase, estilo, elegancia, «groove»... era una enciclopedia del jazz y el rythm’n’blues que interpretaba con un estilo único.

Con el nuevo siglo comenzó la decadencia progresiva de Van Morrison. O, al menos, no se volvió a ver a aquel hombre que casi cada noche obraba el milagro, el artista que se lo dejaba todo en el escenario con larguísimas recreaciones de sus canciones y siempre explorando los límites de su interpretación. Después de tocar con algunos de los más grandes, fue llenando sus bandas de asalariados sin demasiados méritos y con escaso brillo. Músicos funcionales, mayoritariamente. Y en eso sigue, facturando cada tanto casi el mismo disco, con composiciones derivativas y una voz que de vez en cuando consigue recuperar el lustre de antaño. Es la vida que ha elegido, algo que suena cercano a un retiro trabajando. El irlandés se puede permitir ese lujo porque durante décadas se dejó la piel en los escenarios y no siempre fue bien entendido. Eran tiempos, los 80, en los que le costaba llenar recintos. Cuesta creerlo ahora, cuando un nombre –a veces basta eso– sirve para llenar un recinto grande. Es lo que tiene ser leyenda.