Fotografía

Nixon, el fotógrafo de lo invisible

La Fundación Mapfre acoge la mayor retrospectiva de la obra de Nicholas Nixon, un artista preocupado por capturar los sentimientos humanos y el paso del tiempo.

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La Fundación Mapfre acoge la mayor retrospectiva de la obra de Nicholas Nixon, un artista preocupado por capturar los sentimientos humanos y el paso del tiempo.

«Cuando mi abuela entra en el mi estudio, siempre dice que para qué hago tantas fotos, si son todas iguales», relataba ayer a la Prensa Nicholas Nixon (Detroit, EE UU, 1947), uno de los mejores fotógrafos vivos, sobre una percepción común con respecto al arte u oficio que lleva ejerciendo cuatro décadas y cuya producción puede verse desde mañana en la Fundación Mapfre. El problema, como suele suceder, está en el ojo que mira. «Si te acercas, hay algo sutil, un detalle que es el que encierra el sentido de cada imagen, una idea que se desarrolla», explicaba el estadounidense sobre su forma de hacer fotografías, que ha sido descrita como literaria pero sin saber muy bien qué significa eso. «Yo leo muchas novelas y se quedan dentro, dejan un rastro imperceptible que a veces se enciende en mi cabeza cuando veo una escena tal y como había imaginado algo o cuando una forma me recuerda a una lectura», dice. «Pero creo que va más allá. La fotografía, igual que la novela, parte de la historia de un hombre para contar la del ser humano. Yo, cuando hago un retrato de Carlos (Gollonet, el comisario de la exposición) busco hacer la foto de un hombre. Y en eso se parecen la fotografía y la literatura: que en ambos casos, miradas de lejos, todas las obras parecen iguales, como le pasa a mi abuela».

«Muertos o desnudos»

Con estas premisas, acercarse a la exposición de Nixon («la mejor que han hecho de mi obra», confesó) es un poco menos arriesgado. Con más de 200 obras, y ordenada cronológicamente a través de las series temáticas que han movido al artista, es la retrospectiva más completa hasta la fecha. Tras la presentación cargada de elogios, el estadounidense hizo gala de sentido del humor: «Estaba escuchando mientras pensaba que es conmovedor que estemos juntos marchando hacia nuestro fin. Estamos aquí y dentro de 50 años no quedará ninguno de nosotros», dijo con humor negro. Y después de habernos situado un paso más cerca de la caja de pino, cambió de tercio. «Luego he pensado cuánto me gustaría que estuviéramos desnudos. Eso sí que sería bueno de verdad», bromeó. A pesar del cachondeo, ambos pensamientos tienen mucho que ver con su trabajo, que, a través de las épocas, ha gravitado en torno al paso del tiempo y el envejecimiento (la famosa serie de las hermanas Brown fotografiadas durante 43 años seguidos, por ejemplo) y, por otro lado, su obsesión con el cuerpo humano y los sentimientos que es capaz de despertar simplemente capturando la piel.

La serie de las hermanas Brown (que son en realidad su mujer y las cuñadas del fotógrafo) acaparó muchos de los comentarios en la presentación de la muestra. «Yo iba a casa de mi mujer antes de casarnos y veía todas esas fotos de familia y les cogí cierta manía. Eran imágenes que habían tomado su padre o su madre y en las que todos salían muy felices. Me parecían bastante hipócritas y mentirosas, llenas de una alegría artificial», contó el artista. «Ahora ya no las veo así, pero en su día sí que me lo parecía. Y les propuse hacer un retrato de las cuatro pero que cada una me diera lo que tuviera. El resultado nos encantó a los cinco. Así que se convirtió en un acuerdo tácito. Yo nunca les he dado órdenes. Ni una sola vez en 43 años. Pero ellas saben que el resultado les va a gustar. De manera que es un momento sagrado que no tiene que ver con el público, una ceremonia íntima, a pesar de que saben que luego las va a ver mucha gente. Así que está en la frontera entre lo privado y lo público, basado en la confianza», explicó. Lo que no está claro es qué sucederá cuando falte alguna de los protagonistas. «Haremos lo que sintamos en ese momento. A lo mejor me muero yo primero y se acaba el problema, pero ellas no quieren hablar de la hipótesis de que falte una hermana. Yo seguiría incluso hasta que quedase una sola y creo que mi mujer también. Pero no puede ser una decisión egoísta porque si seguimos haciéndolo tiene que ser emocionante y si se hace en contra de la opinión de alguien, dejará de serlo».

El trabajo de Nixon explora las situaciones de transición. Muy destacable es la serie de los porches de las viviendas americanas, ese espacio privado pero al mismo tiempo público. Nixon se ganó la confianza de algunos vecinos de la zona para retratarles. Familias grandes y humildes. Porque sin la confianza sería imposible porque trabaja con una cámara de gran formato que no permite hacer fotos a escondidas. «Mis héroes del pasado eran fotógrafos que miraban el mundo con curiosidad y gracia, y eso me interesa», contaba ayer. No es un fotógrafo social, pero la realidad late en el fondo de sus instantáneas como lo hace Donald Trump en las que toma hoy. «Claro que me afecta. Él me avergüenza y por eso he perdido interés en mi país. No podría retratar a EE UU desde un punto de vista irónico, yo no soy así», explicó. Con compromiso y con respeto es como se acercó a los enfermos de sida –cuando la enfermedad estaba satanizada– y a los ancianos de la residencia donde fue voluntario. Incluso a escenas de cama. El lenguaje de Nixon es delicado porque hace visible lo que no lo es: los sentimientos.