Artistas

Olivia Molina: «El teatro me parece un acto de preciosa generosidad y de coraje»

Vuelve a las tablas con la adaptación teatral de la famosa película de Álvaro Fernández Armero «Todo es mentira».

Olivia Molina: «El teatro me parece un acto de preciosa generosidad y de coraje»
Olivia Molina: «El teatro me parece un acto de preciosa generosidad y de coraje»larazon

Vuelve a las tablas con la adaptación teatral de la famosa película de Álvaro Fernández Armero «Todo es mentira».

Después de un tiempo centrada exclusivamente en la maternidad por decisión propia, Oliva Molina retoma de lleno su profesión de actriz, esa que le corre por las venas y que lleva escrita en un rostro casi calcado al de su famosa madre. Y lo hace volviendo al teatro, subida a las tablas, donde los cómicos han de pisar con más rotundidad que en otros medios. El título de la obra de bienvenida es «Todo es mentira», aquella famosa película de los 90 dirigida por Álvaro Fernández Armero, que ahora dirige Quim Falero, con algunos cambios. «Exacto –dice Olivia–, es la adaptación de la película, pero en otro formato y traída a la problemática de hoy día con diferentes tipos de pareja. Utilizamos unos recursos distintos que hacen que la función sea muy atractiva por el toque improvisado que ocurre con el público como cómplice. Usamos todos los recursos teatrales –la luz, los audiovisuales y el sonido– para contar e incluso interpelar al espectador, o para acelerar la historia cuando lo requiere».

Los grandes temas

Cambian los recursos, la puesta en escena, la cercanía, pero los temas –la inmadurez, la conquista, la competencia entre parejas o los celos– son los de siempre. «Se trata de los grandes temas de la vida, pero se cuentan en un entorno y un momento determinados, ese en el que, de pronto, te das cuenta de que tienes que empezar a comprometerte con las cosas de otra manera, que debes tomar decisiones más maduras. Es bonito llevar la vida misma al escenario y contar con el “feedback” del público, que ve el teatro como un momento de evasión, pero también de contacto contigo. Además, puedes hacerte ciertas preguntas sobre cómo funciona tu vida, qué tipo de relación llevas con tu pareja, tus amigos, tu familia...».

Vamos, que no sólo los espectadores, sino también los actores, salen con la terapia hecha en la sala tras pasar revista a tantos asuntos compartidos. «No tengas duda. Con todas las funciones pasa un poco lo mismo. Tú misma tienes que saber dónde estás para poder interpretar o crear cosas diferentes. Pero el punto de partida siempre eres tú, porque la recreación de uno mismo sobre el escenario no le interesa a nadie».

Lo que sí interesa a todos, especialmente a los actores, es que su trabajo se reconozca, que sea un éxito. Y trasladar del cine al teatro no sé si lo garantiza o lo dificulta. «Ni yo lo sé, la verdad. La película fue muy gamberra y cañera en su época y tuvo bastante éxito, eso hace que la gente la reciba con mayor interés. Pero, claro, luego está la crítica o las comparaciones, que son parte del juego. Y ahí estamos para recibirlas e, incluso, dialogar. Eso sí, si no has visto la película y vienes completamente neutro también es una función preciosa y divertidísima».

Generosidad y coraje

Le digo a Oliva que he leído unas declaraciones suyas en las que decía que trabajar en teatro es un acto de valentía y de generosidad. Teniendo en cuenta lo poco que se paga últimamente, no me extraña el comentario. «No iba por ahí. Incluso como espectadora, cuando me siento a ver teatro me parece un acto de preciosa generosidad y de coraje por parte de quien se enfrenta y entrega su instrumento, que es su cuerpo, su sensibilidad, su voz... todas sus herramientas para crear, contar y transmitir una historia. Eso me inunda de un sentimiento de amor. Me pasa desde pequeña. Como actriz, subir al escenario me parece algo precioso porque te saca de la zona de confort en un espacio en el que te tiras al vacío y empiezas a hilar con lo que sucede en el momento. Y cada uno es mágico. Nunca se repite».

El caso es que Olivia se ha metido de lleno en ese acto de generosidad porque va a estar hasta diciembre con la obra en el teatro Fígaro de Madrid y luego tiene otro compromiso en el Fernán Gómez. «Sí. “Tristana”, de Pérez Galdós», me apunta. No sé yo si la conciliación es posible cuando se trabaja en el teatro. «No, pero no es fácil conciliar en ninguna parte. Todas las madres vamos haciendo malabares. Mi pareja y yo, además, trabajamos en lo mismo, así que tenemos que organizar puzles bien hechos para poder estar el máximo tiempo con los niños, sacar la familia adelante y encontrar también el momento para crecer como profesionales. Pero, vamos, no es fácil para nadie».

En todo caso, pese a las dificultades, la maternidad sirve, entre otras cosas, para crecer y hacerse mejor. «Creo que la transformación es muy potente y mi oficio va ligado a mi madurez vital, no es un trabajo que pueda despegar del bagaje que tengo como ser humano, como madre, como mujer. La maternidad para mí ha sido lo más valioso y enriquecedor de mi vida. Y es mi prioridad absoluta».

Para poder criar a los hijos, además de tiempo, ganas y responsabilidad, hay que contar con cierta estabilidad económica. Y los actores no andan sobrados de eso en un país donde el 70 por ciento de ellos no puede vivir de su trabajo. «Soy hija de actriz, sobrina de actores... El eco de esa realidad me viene de lejos. Realmente es una profesión complicada. Y más hoy, en esta especie de desmantelamiento cultural que lo hace todo más difícil. Pero la inestabilidad siempre ha formado parte de este oficio, así que si quieres una vida estable quizá debas dedicarte a otra cosa», afirma.

Ser una familia feliz formada por actores no parece fácil. Hasta las parejas más sólidas y con más hijos se separan. Ahí están Angelina y Brad... «Nosotros hemos tenido que viajar en familia, trabajar separados durante meses, pero lo hemos tomado siempre como una oportunidad y no como un sacrificio, sino con la gratitud de poder enriquecernos. Hemos intentado que la distancia fuera sana, que la comunicación sea lo primero, y hasta ha reforzado nuestra familia».

Personal e intransferible

Olivia Molina nació en 1980, está soltera (pero vive en pareja), tiene dos hijos, de los que se siente orgullosa, no se arrepiente de nada, perdona («nadie es perfecto») y olvida «algunas cosas para sentirme mejor». Le hace reír una buena historia y llorar, la crisis del Mediterráneo, de los inmigrantes. A una isla desierta se llevaría un buen libro. Le gusta comer fruta y verdura y beber «agüita». Tiene muchas manías y cada vez menos vicios. Sueña con «los blancos en el teatro», de mayor le gustaría ser feliz y si volviera a nacer sería «la misma».