Literatura

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Palabra de poetas, palabra de librero

La Residencia de Estudiantes publica las inéditas cartas cruzadas entre Jorge Guillén y Pedro Salinas con León Sánchez Cuesta, el reconocido librero de la Generación del 27

De izquierda a derecha, Pedro Salinas, León Sánchez Cuesta y Luis Cernuda
De izquierda a derecha, Pedro Salinas, León Sánchez Cuesta y Luis Cernudalarazon

La Residencia de Estudiantes publica las inéditas cartas cruzadas entre Jorge Guillén y Pedro Salinas con León Sánchez Cuesta, el reconocido librero de la Generación del 27

La Generación del 27 fue un grupo marcado por la amistad, por la camadería entre compañeros de armas literarias que prácticamente coincidían en edad a la par que lo hacían sin apenas fisuras en afinidades electivas culturales. Un libro nos permite ahora saber qué lecturas interesaban a dos de los poetas del 27: Pedro Salinas y Jorge Guillén. Para ello es de vital importancia la figura de un librero que abrió su tienda en la calle Mayor de Madrid a comienzos de 1925. Se llamaba León Sánchez Cuesta y ahora Publicaciones de la Residencia de Estudiantes ha tenido la buena idea de recopilar las cartas que le enviaron los autores de «La voz a ti debida» y «Cántico». «Epistolario con León Sánchez Cuesta 1925-1974», bajo el inteligente cuidado de Juana María González, nos permite mirar y conocer a ese grupo poético a través de los libros que querían para sus bibliotecas personales.

Con librerías tanto en Madrid como en París, Sánchez Cuesta se convirtió en un personaje clave para el 27. Por sus manos pasaban títulos reclamados por universidades, así como lectores rigurosos de la talla de Ramón Menéndez Pidal, Fernando de los Ríos o Américo Castro, como explica Andrés Soria Olmedo en el iluminador prólogo de esta edición. A ello se le sumó que el librero trabajaba estrechamente con la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes y Juan Ramón Jiménez.

Títulos necesarios

El librero tuvo la ventaja de ser durante cinco años residente en la institución dirigida por Alberto Jiménez Fraud, hecho que le permitió ser amigo de Lorca o Prados, además de conocer a Salinas y Guillén. Con el tiempo, estos dos últimos también se convertirían, además de celebrados poetas, en profesores universitarios. Esto hace que las cartas que nos han llegado dirigidas a Sánchez Cuesta se refieran a demandas como lectores y a los títulos que necesitaban para realizar sus clases.

Empecemos este paseo bibliográfico por Pedro Salinas. Desde la primera misiva, fechada el 13 de mayo de 1925, vemos a un lector curioso que, por ejemplo, quiere tener los cuadernos editados por Juan Ramón Jiménez en ese momento y titulados «1925 (Unidad)». Unos tres años más tarde, el 1 de septiembre de 1928, Salinas remite un largo listado de títulos que divide en varios apartados. De Inglaterra destacan libros sobre España como «A Tramp in Spain» de Bart Kennedy, «Through Spain» de Dickinson, «Things Seen in Spain», de Gasquoine Hartley, o «Spanish Gardens», de Elsner. En cuanto a los españoles, el escritor solicita «La ciudad» de Manuel Chaves Nogales, «El embrujo de Sevilla», de Carlos Reyles» o «La hermana San Sulpicio» de Armando Palacio Valdés. Las letras francesas también están presente con las demandas de «La province» de François Mauriac y «Le voyage» de Paul Morand. Según los listados conservados por el responsable de la Librería Española León Sánchez Cuesta, situada cerca de la Sorbona, sabemos que también quiso títulos de Proust, Cocteau, Joyce, Gide y la «Anthologie de la nouvelle poésie américaine», donde aparecían trabajos de Eliot, Hemingway, Pound y Stein, entre otros. Además de un librero, en Sánchez Cuesta encontró Salinas a un confidente al que confiar sus impresiones, como las relacionadas con el inminente final de la Guerra Civil, en una carta del 1 de marzo de 1939: «Ya sabe usted cuál es mi actitud: no volveré a la España de Franco mientras gobiernen él o los suyos. Me repugnó siempre ese tipo de vida colectiva; viniendo a nuestro país, como viene, después de la tragedia horrorosa, me es aún mucho más repulsivo. Y como la suerte me ha colocado en circunstancias que facilitan mucho esta decisión, mi actitud no tiene nada de heroica ni de ejemplar: es absolutamente espontánea y simple. Pero me acuerdo mucho de todos los que no tienen la misma libertad de decisión».

Sánchez Cuesta también resulta un buen lector, como acredita la carta que envía a Salinas cuando recibe su «Fábula y signo». «Es de una densidad lírica tal que es preciso leerlo muchas veces. Cada nueva lectura es un nuevo goce y cada vez mayor. Libro honrado. Poesía pura. Leyéndolo se siente uno más rico ante la vida. Libro educador. En lo cotidiano y fugaz sabe usted sentir tan profundamente la belleza (no me gusta la palabra. Usted pondrá otra) que, acaso, sin quererlo, la fija ya usted para siempre», escribe el librero.

Jorge Guillén es el otro gran protagonista y, como pasa con Salinas, tiene un tono cordial y afectuoso en sus cartas y postales a Sánchez Cuesta. La primera misiva conservada, fechada el 26 de julio de 1925, es un buen ejemplo de la amistad y del amor por los libros de estos admiradores de la letra impresa: «Querido amigo: encantador, este su país asturiano: estío despoblado, sin calor, ni gentes. Aquí podría leer si usted quisiera, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, de [Francisco A. de] Icaza, y también sus “Interpretaciones del Quijote”, y el tomo 3º de la “Historia de la poesía castellana en la Edad Media”, de M[enéndez] Pelayo. (Obr[a] com[pleta] (Suárez). Pero sobre todo, nuestros cuadernos juanramonianos. Muchas gracias. Y cordialmente suyo, Jorge Guillén».

Cuesta resulta ser un fiel proveedor de «esas pesistente inundación de libros», como le dice Guillén. En los primeros encargos, el autor de «Aire nuestro» demanda revistas en las que escriben sus amigos Salinas, Rafael Alberti y Gerardo Diego. Tampoco se olvida de Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno y Pío Baroja. En 1927, el año en el que el grupo de jóvenes poetas rinde homenaje a Luis de Góngora en Sevilla y nace oficialmente aquella generación, Guillén funda en Murcia la revista «Verso y Prosa». La librería madrileña se encargará de su distribución y su dueño buscará suscriptores con gran efusividad: «“Verso y Prosa”, muy bien. Les felicito a ustedes por el entusiasmo y el fervor con que hacen ese simpatiquísimo “boletín”. Pero “Verso y Prosa” es para mí una pequeña pesadilla. (...) No he conseguido más suscripciones de la cuota máxima (5 pesetas) que la de Juan Ramón, que tuvo especial interés en que figurara la suya como la primera, y la mía».

«Verso y prosa»

Pese al inicial pesimismo, unos días más tarde, Guillén le da buenas noticias: «Querido León: Hoy es día de “Verso y Prosa”. Le rogamos con muchas interés: que suscriba y cobre la suscripción a: la Residencia de Estudiantes, a [José] Moreno Villa, a [Juan] Chabás. a los amigos residentes y no residentes de F[ederico] G[arcía] L[orca] (don Pepín Bello, etc.), a [José María] Quiroga y [Pedro] Caravia. A quien pueda... “Verso y Prosa” necesita de los amigos. ¡Por favor!»

El exilio hará que los dos se distancien físicamente una vez que Jorge Guillén decide exiliarse. Pese a todo, seguirá confiando en el establecimiento madrileño para que le llegue esa literatura que se edita en España. Hay, a este respecto, interés por leer a los viejos amigos y a los nuevos poetas, como José Hierro y José Agustín Goytisolo. El tiempo se convierte en testigo de una amistad que se mantiene fiel, más allá de la relación entre un vendedor de libros y su cliente, algo que solamente interrumpe la muerte de Sánchez Cuesta en 1978.