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¿Por qué celebramos la Nochevieja?

La agricultura, la astronomía y la religión han acaparado el centro de las celebraciones desde hace 4.000 años, pero no fue hasta la sociedad burguesa del siglo XIX cuando los festejos pasaron a un ámbito más privado y «carnavalesco», como ya hicieran los romanos en sus Saturnales.

El protagonismo de las masas europeas a principios del siglo XX llevó los festejos de Nochevieja a grandes locales con cena, música en directo, regalos y baile
El protagonismo de las masas europeas a principios del siglo XX llevó los festejos de Nochevieja a grandes locales con cena, música en directo, regalos y bailelarazon

La agricultura, la astronomía y la religión han acaparado el centro de las celebraciones desde hace 4.000 años, pero no fue hasta la sociedad burguesa del siglo XIX cuando los festejos pasaron a un ámbito más privado y «carnavalesco», como ya hicieran los romanos en sus Saturnales.

La historia empieza en Sumer», tituló Sa-muel Noah Kramer aquella obra, ya un clásico, que desvelaba el origen mesopotámico de muchas ideas y costumbres actuales. Una de ellas es la celebración de la llegada del año nuevo. En aquel entonces, hace 4.000 años, se hacía coincidir con el sembrado para nuevas cosechas, entre finales de marzo y comienzos de abril, con la primera luna creciente del primer día de la primavera. La fiesta duraba todo un ciclo lunar; es decir, en torno a once días. Esa significación astronómica y agrícola, con el vínculo entre la estación marcada por los cuerpos celestes y las necesidades del campo, no se escapaba a la ofrenda religiosa.

La fiesta se denominaba «Akitu», centrada en los dioses Innana, símbolo del amor y la fecundidad, y su esposo Dumuzi, «el pastor», a quien ella envió al infierno. Sin embargo, él volvía una vez al año para estar con su mujer y que la fertilidad volviera a la tierra. Los templos y los gobernantes organizaban banquetes públicos con música, procesiones y regalos, donde la gente se dedicaba al sexo y a la bebida sin distinción de estatus social, religioso o cultural.

El acto central era la «hierogamia» o matrimonio sagrado, que recordaba el mito de la unión carnal entre Inanna y Dumuzi para procurar la fertilidad de los campos, del ganado, e incluso de las mujeres. También tenía un sentido económico: planificar los nacimientos en función de las necesidades agrícolas. La proclamación oficial del nuevo tiempo se hacía al cuarto día, en el Templo del Año Nuevo, en Babilonia. Allí, el sumo sacerdote de Marduk recitaba el Poema de la Creación.

En el antiguo Egipto la celebración del año nuevo también tenía un sentido agrícola, astronómico y religioso. Festejaban la crecida del río Nilo, que se producía a finales de julio o comienzos de agosto. El fenómeno era anunciado por la aparición de la estrella Sothis (Sirio), en el cielo del amanecer, antes de que lo hiciera el Sol. En cada lugar de culto religioso se celebraba de una manera y duraba varios días.

En el templo de Dendera, en el Alto Egipto, los sacerdotes sacaban en procesión una barca que contenía a la diosa Hathor, quien se unía al dios Re, el Sol, para simbolizar la regeneración de la vida. Era entonces cuando Hapi, dios del Nilo, entrado en kilos y con generosos pechos, hacía crecer el río, lo que aseguraba la fertilidad y alejaba el hambre. Proclamado así el año nuevo, se rompían los diques para que el agua inundara los campos, y barcas adornadas con flores recorrían el río entre el sonido de la música y los bailes populares. La fiesta duraba una semana, era fundamentalmente campesina, y mezclaba la espiritualidad y la satisfacción de los apetitos.

Calendario juliano

La Roma antigua no desmereció la tradición. El dictador Julio César quiso acompasar el calendario, que comenzaba en marzo, al año solar astronómico. Así, en el año 46 a. C. encargó a un equipo de matemáticos y astrónomos la elaboración de uno nuevo, ahora conocido como «calendario juliano». El primer mes del año se nombró en honor a Jano, dios de los comienzos y los finales, con dos caras, una para mirar hacia atrás y otra hacia delante, y de quien deriva la palabra «enero».

La transición al año nuevo se celebraba en Roma agradeciendo los logros del pasado y ofreciendo un sacrificio a los dioses para garantizarse lo bueno en el porvenir. Los romanos decoraban sus casas con ramas de laurel, símbolo de triunfo y fortuna, y la costumbre era tomar miel, higos y dátiles. Pero ahí no acababa la fiesta, porque una semana antes se celebraban las Saturnales (Saturnalia), en honor a Saturno, dios de la agricultura, lo que coincidía con el solsticio de invierno. De esta manera, el año nuevo servía para prolongar los festejos de banquetes, regalos y música.

El cristianismo sustituyó las Saturnales por la Navidad, haciendo coincidir la fecha de nacimiento de Jesucristo con el día de la fiesta pagana: el 25 de diciembre. Sin embargo, la gente seguía aferrada a las costumbres del paganismo, por lo que el Concilio de Tours, en el año 567 d. C., estableció tres días de ayuno en el año nuevo. A esto se añadió la Fiesta de la Circuncisión, también llamada «Octava de Navidad», haciéndola coincidir con el 1 de enero en recuerdo de la ceremonia judía por la que Jesús fue circuncidado. Pero el Año Nuevo no se celebraba en la misma fecha en toda la cristiandad. Los reyes merovingios establecieron el festejo para el 1 de enero. En Navarra, el Domingo de Resurrección. El 1º de septiembre en Bizancio. En Castilla era el 25 de marzo, Día de la Encarnación, así como en Aragón hasta que Pedro IV fijó el año nuevo oficial el 25 de diciembre en el año 1350.

El papa Gregorio XIII, cansado de tal desorden, reformó el calendario en 1582, y estableció como inicio del año el día de la Circuncisión, el primero de enero. El reino de España se sumó entonces, no así otros países, que lo hicieron más tarde, como Gran Bretaña y sus colonias americanas, en 1752, o Rusia, tras 1917. No obstante, la Fiesta de la Circuncisión fue meramente religiosa, sin expresiones populares.

Clubes y champán

En la sociedad burguesa europea del siglo XIX quedó la celebración del año nuevo como una cena en ámbitos privados, clubes y restaurantes. Era típico brindar con champán, vestido de gala y con ritos para asegurar la buena fortuna. La moda se inició en Francia, y pronto pasó a los países más desarrollados de Europa. Los establecimientos franceses de restauración convirtieron entonces la fiesta en una imitación de las celebraciones de carnaval, tal y como se hacía en las Saturnales de Roma. La gente común lo celebraba en las calles y las casas, mientras que las personas de alto estatus lo hacían en grandes locales con cena, música en directo, regalos y baile.

El gran cambio se produjo a comienzos del siglo XX, con el protagonismo de las masas en la cultura europea. Los espectáculos culturales y de ocio se pensaron para públicos numerosos, de gustos sencillos y baratos. También fue un tiempo de creación de nuevas tradiciones ligadas al optimismo y a la prosperidad que en la mayor parte de Occidente acompañaron al conteo del siglo XX.

La renovación de las costumbres se inició en una de las potencias emergentes: Estados Unidos. Los habitantes de la ciudad de Nueva York venían celebrando el cambio de año en la iglesia de la Trinidad, entre Broadway y Wall Street. El edificio era neogótico, del siglo XVII, y su punta era la más alta del sur de la isla de Manhattan. Allí se reunían grandes multitudes a cantar y bailar en la noche del 31 de diciembre.

El periódico «The New York Times», situado en la plaza que ahora se llama Times Square, organizó en 1904 una fiesta de fuegos artificiales para saludar al año nuevo. Se congregaron alrededor de 200.000 personas. El efecto propagandístico fue enorme, por lo que, Adolph Ochs, director del diario neoyorquino, hizo construir en 1907 una enorme bola de hierro y madera, adornada con cien bombillas, en el mástil de su edificio. La esfera se deslizaba al tiempo que sonaban las campanadas.

La transformación de la fiesta en espectáculo se puso de moda, y se convirtió en negocio y reclamo publicitario. Los periódicos animaban a la gente a acudir a restaurantes, plazas y teatros a celebrar la llegada del año nuevo, al tiempo que se aconsejaba la vestimenta y los usos. En todas las grandes capitales se ideó una celebración peculiar con la que acabó identificándose la gente.

La fiesta de Nochevieja es llamada «Capodanno» (la Cabeza del Año) en Italia, mientras que en Holanda y Bélgica es «Oud en Nieuw» (Viejo y Nuevo). En Gran Bretaña es denominada «New Year’s Eve» (Víspera de Año Nuevo), y cuenta con las famosas campanadas del Big Ben. En Alemania es la «Sylvesterabend» (Víspera de Silvestre), y es en la berlinesa Puerta de Brandenburgo donde la gente se reúne para dar la bienvenida al año. En Francia es la «Réveillon de la Saint-Sylvestre», pero, al igual que el resto combina la cena con amigos y familiares, la fiesta y los fuegos artificiales.

Las 12 uvas, José Abascal y una tasa de cinco pesetas

La costumbre de comer doce uvas con las campanadas que dan paso al año nuevo nació en Madrid. En 1866 se instaló el reloj en la Casa de Correos, situada en la Puerta del Sol. Desde entonces, muchos madrileños se acercaban el 31 de diciembre a oír las doce campanadas. La alegría era acompañada por música y bailes. Esto se repetía en la noche del 5 al 6 de enero para «esperar a los Reyes Magos», convirtiéndose en otra fiesta popular más que acababa por inundar la calles hasta altas horas de la madrugada. La alteración del orden público provocó que José Abascal, alcalde de Madrid, estableciera en 1882 una tasa de cinco pesetas al que quisiera recibir a los Reyes Magos de Oriente en la calle. Aquello era prohibitivo para la gente común que no podía celebrar con champán, por lo que, a modo de protesta irónica, comenzaron a reunirse en la Puerta del Sol a comer uvas con las campanadas del año nuevo. En pocos años se convirtió en tradición madrileña. El remate se produjo en 1909, cuando unos empresarios levantinos aprovecharon el excedente en la cosecha para extender la moda de las doce uvas de la suerte por toda España.