Papel

«Que te peguen un tiro cuesta 1.200 euros»

En 2013 recorrió la parte vieja de San Sebastián llevando a una niña ensangrentada entre los brazos (en la imagen, se suponía que la pequeña estaba cobijada bajo una manta metálica),
En 2013 recorrió la parte vieja de San Sebastián llevando a una niña ensangrentada entre los brazos (en la imagen, se suponía que la pequeña estaba cobijada bajo una manta metálica),larazon

Lo dice el artista Omar Jerez, que ha vivido la ley que impone la camorra a través de una performance extrema, como todas las suyas.

Cuando marcamos el número de Omar Jerez nos inquietamos por un momento: no da señal. Insistimos, y al poco tiempo nos contesta una voz femenina. Nuevo sobresalto que dura poco. Es Julia Martínez, que acompaña al artista en sus performances. Inmediatamante le pasa el teléfono a nuestro protagonista. Acaba de terminar su trabajo en Nápoles, que ha llevado hasta el mismo corazón de la Camorra. Ha sudado tinta y casi sangre. Este creador extremo, amigo –y amante casi– de lo prohibido, decidió trasladarse hace 22 días a la ciudad italiana para vivir en carne propia el ambiente irrespirable que se respira en el coto de la mafia. «Lo hemos planeado durante dos años a fondo. Y ahora hemos decidido venir aquí para hacerlo realidad. Queríamos demostrar que España es un terreno abonado para la camorra, un paraíso, y por eso decidí adentrarme en el ámbito suyo, que no me lo contaran. Vivirlo», explica. Le pedimos que nos explique en qué ha consistido su nueva acción, que pone los pelos de punta cuando la narra: «Hemos impreso un periódico, ‘‘Il Corriere della Camorra’’ para repartirlo entre la gente de Nápoles. Exactamente seis mil ejemplares, el mismo número de asesinados por la camorra. Queríamos hacerlo en el punto neurálgico de la ciudad, la Piazza Garibaldi. Hasta allí llegó ayer, cargado con los ejemplares, apenas unas páginas de un número ficticio, claro está. Con entrevistas que no eran auténticas, pero que dieron qué pensar, «a un capo de la mafia, a una madre con un hijo camorrista y a un neomelódico, que son los cantantes que trabajan para ellos, digamos que es la parrte del folclore.

Sentirse observado

Y junto a esto, una lista de precios, es decir, de lo que cuesta conseguir, por ejemplo, cocaína o asesinar de un tiro en la cabeza», asegura. ¿Y cuál es? «Cuesta mil doscientos euros». La atmósfera asfixiante se dejó sentir casi al aterrizar: «Desde que pusimos el pie allí sentimos que nos estaban vigilando. Ellos saben que estás, conocen a lo que vienes, y están presentes en todos tus movimientos, aunque tú no los veas. Estás siendo observado siempre. Es un peso y una sombra que notas. Y se hace insoportable». Veían que había cerca de ellos grupos que les miraban, comentaban desde la acera de enfrente en voz alta. Así durante un tiempo. Hasta que decidieron cruzar y encararse con el propio Omar Jerez: «¿Tú qué haces aquí? Qué es esto?». Un par de frases de un par de camorristas agresivos fueron suficientes para recoger los trastos y poner tierra de por medio. Su intención era estar unas seis horas, pero apenas llegaron a las dos. Y no pudieron repartir los seis mil ejemplares, sino unos 2.400. ¿Cómo los recibían los viandantes? «Había todo tipo de reacciones, desde quienes lo recogían con entusiasmo hasta los que lo rechazaban o lo tiraban, otros preguntaban qué era, se interesaban y la mayoría de la gente se quedaba alucinada porque es algo insólito. El miedo era tremendo. Lo que he hecho anteriormente sobre ETA, que era terrible, Al Qaeda o los neonazis, no es nada comparado con esto, que es para vomitar. Es el mal del mal. Nunca había sentido tan cerca el camino del horror», explica, para añadir: «Comprendo perfectamente a Saviano». Para acceder al terreno vedado necesitaba contar con un permiso de la camorra, quien a su vez lo tenía que facilitar a través de un ciudadano «normal». Lo consiguieron y no se arrepiente, pero después de lo vivido no quiere repetir la experiencia: «Cuando llegamos al hotel la primera noche ya notamos que las cosas se empezaban a poner en contra. Nos cortaron la calefacción, nos quitaban la luz, querían cobrarnos tres veces más por la habitación. Era una manera de echarnos sin hacerlo directamente. Nos hemos sentido amenazados».

A los pocos días de llegar deambuló por Sciampi (exactamente unas ocho horas pesadas como una losa), el barrio donde se asienta el núcleo duro. En un vídeo de tres minutos que ha grabado se le ve paseando, sorteando charcos y basura, montones de podredumbre, «que es de lo que se nutren principalmente. Ahí se rodó ‘‘Gomorra’’ y resulta impresionante el escenario. No es una película, es la verdad, la durísima verdad. Dicen aquí en Nápoles que, cuando Bagdad está tranquila, Napoles se convierte en la ciudad más peligrosa». Durante los días que ha pasado en este particular infierno ha entrevista a gente relacionada con este mundo, como un fiscal antimafia, un abogado anticamorra, un ex camorrista, un sacerdote que también ha vivido en primera persona este ambiente opresivo, todo reflejado en un vídeo de tres horas larguísimas que se trae bajo el brazo y que duda si será carne de documental o una videoinstalación para un museo. «Aún no sé lo que voy a hacer», comenta.

Sin un átomo de piedad

¿Se ha sentido vigilado en Nápoles? «De manera permanente. En Scampia, por ejemplo, 20 de cada 100 habitantes están relacionados con el negocio de la mafia. He pensado que en cualquier momento me iban a pegar un tiro, que era un viaje de ida sin vuelta. Su bandera es el dinero y no tienen un átomo de piedad. Sus códigos no se pueden comparar con nada». No hace falta que lo diga, pero le preguntamos si ha sentido miedo: «Sí, pánico y terror. Estoy hecho polvo. Hemos venido acojonados y nos volvemos a toda prisa. Recibí al llamada de un amigo periodista que me dijo muy seriamente que nos largáramos de allí, que son lo peor; sin embargo, decidimos seguir», dice. La pregunta está en el aire desde el principio de la conversación: «Ante esta acción extrema, como cada una de las suyas, ¿se puede poner en duda el hecho artístico? ¿Puede primar el espectáculo? Omar Jerez responde con calma: «Hemos creado un precedente de la ‘‘performance’’ en España y fuera, jugándome el tipo en un ambiente que no es el propio ni de los museos ni de las galerías. Entiendo que no le guste a todo el mundo. Y lo respeto. Sé que he suscitado el debate aquí y, por ejemplo, también en México. El mundo del arte tiene todos mis respetos, pero creo que está inhabilitado para entender mi obra», responde. Ayer tomó un vuelo con destino a Madrid. Lo únicos que deseaba, dice, era salir de allí lo antes posible. Para regresar a España.