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¿Se puede tomar el terrorismo a risa?

Las víctimas de ETA consideran «prematura» y «fuera de lugar» la comedia sobre un comando terrorista que el director vasco rueda para la plataforma Netflix tras años sin lograr financiación.

A sus 40 años, el director y guionista Borja Cobeaga es uno de los nuevos realizadores más influyentes de España
A sus 40 años, el director y guionista Borja Cobeaga es uno de los nuevos realizadores más influyentes de Españalarazon

Las víctimas de ETA consideran «prematura» y «fuera de lugar» la comedia sobre un comando terrorista que el director vasco rueda para la plataforma Netflix tras años sin lograr financiación.

Borja Cobeaga lleva 15 años, desde que con sólo 26 se hizo cargo de la dirección del programa de ETB «Vaya semanita», lidiando con los límites del humor en una región, el País Vasco, fuera de lo convencional, y, al mismo tiempo, dando círculos concéntricos entre la televisión y el cine hasta dar con su proyecto más personal y arriesgado, «Fe de etarras». De aquella época datan las primeras conversaciones con su eterno «partenaire», el también guionista Diego San José, sobre una trama a todas luces arriesgada por aquel entonces: un grupo de terroristas de un comando «durmiente» que, en plena Mancha castellana, y mientras España se juega el ser o no ser en la Final a de la Copa del Mundo de Suráfrica, aguardan una llamada para entrar en acción. Cobeaga incluso llegó a hablar en público, en el Festival de Gijón de 2010, sobre el proyecto. El éxito de su ópera prima, «Pagafantas», lo animó a lanzarse en pos de financiación para «Fe de etarras». Pero, reconoce el director donostiarra, «eran otros tiempos y sonaba más duro el proyecto. Nos decían que no se podía hacer comedia sobre eso, que no era el momento, así que no encontramos productoras que tuvieran ganas e interés».

«Fe de etarras» volvió a acabar en el cajón. Entre medias, Cobeaga hizo «No controles», otra comedia blanda en sintonía con «Pagafantas» y dio rienda suelta a su «vena ‘‘Vaya semanita”» con «Negociador», una recreación humorística de las conversaciones entre un personaje claramente inspirado en el político Jesús Eguiguren y la banda terrorista ETA. Pero, sobre todo, guionizó junto a Diego San José la que, andando el tiempo, sería la cinta más taquillera del cine español, «Ocho apellidos vascos». Esa fue, además, la primera vez en que vimos en pantalla una erriko taberna delirante, manifas abertzales que se van de madre y chistes sobre la antaño intocable «cuestión vasca». Para Cobeaga, el público y el contexto han cambiado en estos años: «Ahora sí se dan las condiciones, con el fin de ETA», para dar a la luz su parodia del mundo terrorista. Y, lo que es más importante, ha logrado quien se lo financie: la plataforma de contenidos multimedia Netflix, que ayer anunció un proyecto que es un «tour de force» al espinoso asunto de la memoria reciente, la libertad de expresión, los límites del humor y el tan traído concepto de «relato».

Para las víctimas del terrorismo, Cobeaga (uno de nuestros directores jóvenes más prometedores) se pasa de frenada en este caso. «Yo creo que aún no están las heridas cerradas del todo como para ponerse a bromear con un tema así. Cuando apenas hemos tenido una pantomima de entrega de armas y hay aún 320 asesinatos sin resolver de ETA es prematuro banalizar con algo tan delicado», considera Alfonso Sánchez, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT). En el 85, el vehículo de la Guardia Civil en el que viajaba con otros 16 compañeros por la madrileña plaza de República Argentina fue alcanzado por una coche bomba dispuesto por Iñaki de Juana Chaos y sus secuaces. Para él, como para numerosas víctimas, «la normalización no existe», por lo que meter la cámara en un comando terrorista y hacer bromas sobre su rutina «está fuera de lugar». Eso sí, la AVT asegura que no piensa «criminalizar ni boicotear» la película, «aunque es cierto que quienes hemos vivido un asesinato cada cuatro días no podemos tener la misma opinión que quienes no lo han vivido y se lo pueden tomar a chanza; pero estamos en democracia, la gente es libre y siempre y cuando se haga la película desde el respeto hacia las víctimas de esta sinrazón de ETA, no nos opondremos. No tenemos nada contra Cobeaga y a que ruede desde su punto de vista, pero le pedimos que tenga cuidado porque hay mucha gente que ha sufrido».

Nada de ideología

Asegura Cobeaga a LA RAZÓN que su intención con «Fe de etarras» (que comienza a rodarse mañana mismo y cuya fecha de estreno aún está por definir) dista mucho de la ofensa a ningún colectivo. «Tratamos el tema desde una perspectiva humorística pero no ofensiva, sin trivializar el asunto. No nos hemos autocensurado en el guión, pero sí hemos aplicado bastante el sentido común. Sabíamos que si haces películas desde un punto de vista ideológico corres más riesgos porque te estás posicionando, pero nosotros no hemos hecho nunca, tampoco en ‘‘Vaya semanita’’, sketches ideológicos. Lo que nos interesa en la cinta es el punto costumbrista, de la vida cotidiana, no las motivaciones de los terroristas sino qué van a comer esa noche o a quién le va a tocar limpiar el baño».

«Fe de etarras», adelanta el director, arranca con dos páginas de guión con una delirante conversación sobre la «pantxineta», un postre típico vasco. «La comida era fundamental en los comandos», explica Cobeaga, que asegura haber recopilado mucha documentación sobre la vida de las células terroristas, «y todo eso está muy reflejado en frases, en costumbres, en maneras de proceder. Hay bastantes libros y ahí te encuentras historias que son delirantes y no puedes meter en un guión porque son exageradas». El humor es su único límite y sabe perfectamente que no puede ser del gusto de todos. Con «Ocho apellidos vascos», el mundo abertzale no se mostró muy satisfecho: «Puede haber víctimas a las que no les guste la película, pero también abertzales a los que estos personajes no les van a hacer gracia. Yo, a las víctimas del terrorismo, lo que les diría es que ellos han vivido lo más duro en carne propia, pero que todos los ciudadanos del País Vasco hemos vivido una tensión sorda y un miedo que ahora podemos liberar a través de la comedia». Sin embargo, para el presidente de la AVT el planteamiento de entrada es erróneo: «El País Vasco no está normalizado. Quizás haya esa sensación en las grandes ciudades, pero yo viajo mucho y me cuentan muchas cosas de los pueblos gobernados de Bildu». Para Sánchez, aún hay muchos españoles silenciados, marginados en su propia tierra, a los que la película de Cobeaga les puede congelar (más que sacar) la sonrisa. En el caso de José Vargas, presidente de la Asociación Castalana de Víctimas del Terrorismo, el recelo hacia la cinta de Cobeaga es la primera reacción, debido a un contexto en el que «todos se amparan en la libertad de expresión para humillar a las vítimas y denigrarlas con chistes en las redes sociales». «No me interesa el cine que intente lavar o justificar la historia del terrorismo», señala.

Mientras, el director agradece la «libertad» con la que Netflix le permite trabajar: «Estoy encantado de hacer una cinta con ellos aunque suponga no estrenarla en 300 salas, porque la hacemos como nos da la gana y podemos probar algo nuevo, un tipo de comedia y un tema que no se hace». Javier Cámara, en el papel de un veterano de la banda con ganas de mostrar que no es un cobarde, Miren Ibarguren y Gorka Otxoa como una pareja cuya continuidad depende de que ETA siga activa, y Julián López interpretando a un manchego que se une a los terroristas para dar rienda suelta a sus fantasías a lo Chuck Norris, componen un reparto de viejas caras conocidas en el cine de Cobeaga. A excepción de Cámara, «con quien teníamos muchas ganas de trabajar desde hace tiempo», asegura el realizador. Para Cobeaga el pasado reciente del País Vasco está hasta tal punto de moda en el terreno de la creación (ahí está el éxito editorial de la novela «Patria», que será llevada a la pequeña pantalla en formato de serie) que, ironiza, «la violencia vasca puede convertirse en la nueva ‘‘Guerra Civil’’ del cine español... Puede llegar a cansar». Él, asegura, se quita un peso de encima al poder sacar del cajón tras tantos años su guión más arriesgado. Queda por ver si los espectadores le ríen la broma al guionista de «Ocho apellidos vascos».