Memoria histórica

«Si los políticos de hoy se parecieran algo a mi abuelo las cosas serían muy distintas»

Sara Masavéu Álvarez / Nieta de Melquíades Álvarez. El fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata fue asesinado en agosto de 1936 por milicianos republicanos en la cárcel Modelo

Sara Masavéu Álvarez, la nieta menor de don Melquíades, sostiene un retrato de su abuelo
Sara Masavéu Álvarez, la nieta menor de don Melquíades, sostiene un retrato de su abuelolarazon

Sara Masavéu Álvarez es nieta de Melquíades Álvarez. El fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata fue asesinado en agosto de 1936 por milicianos republicanos en la cárcel Modelo

Fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata, presidente del Congreso de los Diputados y gran amigo de Manuel Azaña, el abogado Melquíades Álvarez murió acribillado a balazos en la cárcel Modelo de Madrid, el 22 de agosto de 1936. ¿Su delito? Por paradójico que resulte: ser inocente.

Más de ochenta años después, Sara Masavéu Álvarez, la nieta menor de don Melquíades, rompe su silencio para revivir sin revanchismo alguno la memoria y el vil asesinato de este brillante orador que siempre estuvo por encima de los odios y rencillas partidistas. A diferencia de quienes hoy pretenden remover a los muertos y desenterrar, por ejemplo, el cadáver de Franco del Valle de los Caídos.

–Su abuelo aceptó ocuparse de la defensa jurídica del líder de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, en julio de 1936, y ese gesto valiente y generoso le costó finalmente su detención y encarcelamiento en la Modelo. Evidentemente, él carecía de prejuicios políticos. ¿Deberían tomar nota de su conducta los políticos de hoy?

–En efecto. Mi abuelo, como decano del Colegio de Abogados de Madrid desde 1932, se ocupó de la defensa de uno de los colegiados, José Antonio Primo de Rivera, pese a las discrepancias políticas con su padre, el general Primo de Rivera. Pero esto no fue impedimento para cumplir con su deber como compañero y decano. Algunos estudiosos han manifestado incluso que la defensa de José Antonio le equivalió a firmar su sentencia de muerte. Si los políticos de hoy se parecieran algo, como una sombra, a mi abuelo, yo creo que las cosas serían muy, pero que muy distintas. Mi abuelo era honrado con los demás, con sus ideales y consigo mismo. Buscaba el bien de España y el acuerdo entre todos.

–Decía de él el inefable Azorín, que dio nombre a la Generación del 98, que don Melquíades era «un ateniense en el ágora», enalteciendo así su prodigioso verbo de orador. ¿En verdad era un tribuno tan brillante?

–Sin duda. Yo no tuve la suerte de conocerlo, pero la opinión general de la época era unánime en reconocer su bellísima voz de tenor y sus gestos elegantes y personalísimos. Mi abuelo era pequeño de estatura, pero crecía cuando hablaba. Su voz desprendía fuerza; todo se concentraba, también, en su mirada. Era un hombre que sabía hacerse escuchar; emanaba decisión, convicción y verdad. Sus rivales decían: «No voy a escuchar a Melquíades porque me convence».

–Su abuelo permaneció en el domicilio de sus padres, Jaime Masavéu y Carolina Álvarez de Quintana, desde el 20 de julio hasta el 4 de agosto de 1936, pues el 24 de julio debía defender a José Antonio en el recurso de casación ante la Sala Segunda del Supremo. Pero el 4 de agosto, la casa de la calle Lista 21, fue rodeada por milicianos y su abuelo detenido. ¿Qué le contó su madre sobre aquel día?

–¿Qué decía de aquella noche...? No hablaba mucho de ello, la verdad. Creo que lo sentía demasiado todavía, pese al tiempo transcurrido. Aquel día, delatado por una sirvienta, los milicianos se presentaron en la casa de Lista, pero no pudieron arrestarlo al principio porque dos agentes de Policía de su escolta se lo impidieron. La orden de detención llegó poco después, firmada por el director general de Seguridad, Manuel Muñoz. Un detalle que le honra: cuando mi abuelo bajaba los últimos peldaños de la escalera, arrestado, se paró para encender un cigarrillo y su mano no temblaba.

– Su otra hija, Matilde, aseguró que su padre llegó a telefonear al director general de Seguridad y que éste le aconsejó huir de Madrid, pero que él hizo caso omiso, al contrario que Gil-Robles. Parece ser que llegó a barajarse incluso su traslado a Portugal... ¿Qué sabe usted sobre esto?

–Efectivamente, se le ofreció su traslado a Portugal, pero mi abuelo se negó a salir de España y a dejar sola a su familia. «De ninguna manera –repuso él–. Ausentarse ahora de Madrid sería una gran cobardía, ¿qué ello entraña peligros? No importa. España antes que nada». Jamás pasó por su cabeza que los mismos por quienes tanto luchó y ayudó toda su vida, fueran capaces de asesinarle.

–Hágame un retrato humano de su abuelo.

–El principio de justicia estaba, para él, por encima de las divergencias políticas. Era un hombre de origen humilde y huérfano de padre desde muy joven, que ayudó a su madre a sacar a la familia adelante con los trabajos que conllevaba el regentar una pensión, como tuvo que hacer mi bisabuela. De día, ayudaba en las tareas domésticas y, de noche, estudiaba; así se sacó el bachillerato y la carrera, gracias a su tesón, esfuerzo e inteligencia. Sin olvidar a su mentor, Leopoldo Alas Clarín, que atisbó desde el principio su gran talento y le ayudó enormemente durante toda su vida. Mi abuelo le profesó un gran cariño y valoró mucho su amistad. Era una persona honrada, trabajadora, consecuente y cabal. Como letrado, defendía con el mismo interés y profesionalidad a todo el que llamase a la puerta de su despacho.

–El destino cruel quiso que don Melquíades fuese asesinado en la cárcel Modelo junto al hermano menor de su defendido, Fernando Primo Rivera, discípulo predilecto, como médico que era, del doctor Gregorio Marañón. ¿Qué pasó aquella trágica jornada del 22 de agosto?

–El día 17 de agosto, el subdirector de la prisión comunicó a los militares recluidos en la Modelo que entrarían en el recinto penitenciario unos milicianos encargados de cachear a los presos políticos. Más tarde, debido a las revueltas originadas en la cárcel, acudieron el director general de Seguridad, el de Prisiones y el ministro de la Gobernación, observando todos ellos una actitud pasiva, sin que se adoptase medida alguna para evitar los sucesos que se avecinaban. No se trató de un suceso aislado. Queda aún bastante que investigar sobre esa noche. En la familia tenemos el convencimiento de que se trató de un complot político y, como tal, de un magnicidio dada la importancia del tribuno. Las últimas palabras atribuidas a mi abuelo son: «Asesináis a un hombre que sólo os hizo bien. Matáis de la peor manera toda idea de libertad y democracia ¡Sois una manada de cobardes y de canallas!».

–Ramón Serrano Súñer, el cuñado de Franco, se salvó de una muerte segura encarcelado también en la Modelo. ¿Conoce la sorprendente anécdota?

–Dicen que, como testigo de aquel terrible momento, Serrano Súñer pronunció estas palabras: «Este crimen, el crimen de la cárcel Modelo, no lo borrarán nunca. Nunca. Fue tan extraordinario que aquella misma noche se señaló a la barbarie...». Me han contado en casa que Serrano Súñer fue sacado de la cárcel por el doctor Marañón, pretextando una enfermedad. Del hospital al que fue conducido, lo llevaron a la legación de Holanda mi tía Matilde y José María Jardón, junto con Pérez Quesada; ambos eran encargados de Negocios de la embajada y desempeñaban el papel del embajador por hallarse éste de vacaciones.

–En el informe de la autopsia del cadáver de su abuelo, efectuado por los doctores José Águila y David Querol, se dice textualmente: «Muerte a consecuencia de hemorragia». ¿No le parece un eufemismo, tratándose de un vil asesinato?

–Yo diría que la palabra «hemorragia» se utilizó para justificar semejante atropello.

–¿Qué le contó su madre sobre las dificultades para reconocer el cadáver de su abuelo, cuyo rostro había sido desfigurado también por los culatazos de los mosquetones?

–El que lo reconoció, pero ya en el cementerio, fue mi tío Arturo Álvarez-Buylla. Así pudieron hacerle un entierro digno en La Almudena, donde hoy siguen reposando sus restos junto a los de mi abuela, Sara Quintana Bertrand.

–¿Cómo le gustaría que fuese recordado su abuelo por las generaciones venideras?

–Mi madre, Carolina, siempre sostuvo que su padre había sido un adelantado a su tiempo. A mí, su nieta, me gustaría que su memoria se recuperara así: como la de un hombre liberal y de diálogo en una España unida, donde cabríamos todos y con principios políticos innovadores para su tiempo. Prueba de ello es que no se han visto reflejados hasta la Constitución de 1978 los derechos sociales de los trabajadores, el Estado laico, reconociendo la libertad religiosa, la autonomía de las regiones sin llegar al independentismo, la Monarquía Parlamentaria... Y yo resaltaría en estos momentos la independencia del Poder Judicial. En conclusión: esa tercera España que no pudo ser y por la que él tanto luchó.

Sin rencores ni revanchas

La nieta de Melquíades Álvarez apuesta por pasar página y tender puentes, que no haya vencedores ni vencidos. Cree que la sangre inocente derramada en las dos retaguardias durante la Guerra Civil, como la de su abuelo, debería servir para dejar ya a los muertos en paz en lugar de «resucitar» viejas revanchas, como la del Valle de los Caídos. «No se puede pretender que las generaciones venideras lo recuerden sin un esfuerzo de todos por revisar la historia, de forma que le otorguen a Melquíades Álvarez la importancia que realmente tuvo: la de un hombre de consenso. A propósito de esto, le contaré un hecho que me conmovió mucho y que, aunque pueda parecer una nimiedad, no lo es por lo que simboliza. Cuando estuvimos en la Junta del Distrito Centro de Madrid, a la que nos invitaron porque se iba a proponer que mi abuelo tuviera una calle en esta ciudad, me emocionó más que este hecho comprobar que los cuatro partidos –PP, Ciudadanos, PSOE y Podemos– estaban de acuerdo y votaron “sí” por unanimidad a esta propuesta. Entonces sentí, con gran alegría, lo que significaba el acuerdo de los españoles representados en estos partidos, sin revanchismos ni rencores. El aplauso final nos unificó a todos. No fueron vanos los esfuerzos de mi abuelo. ¡Qué orgullo ser su nieta!».