Moscú

Símbolo de una época, por Gonzalo Alonso

La Razón
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No soy muy dado a las efemérides necrológicas pero, por amistad a su hijo quise recordar a Mario del Monaco en el centenario de su nacimiento (27/07/1915), un tenor al que jamás oí en vivo y tan sólo una vez en directo en una gala de la Unicef en París (1969) en la que cantó un par de napolitanas. «Vurria» es una de sus mejores interpretaciones en el género.

A del Monaco hay que escucharle en grabaciones en vivo, en youtube, ya que es donde mejor resplandecen sus características vocales e interpretativas. Fue sin duda el más grande tenor dramático de la ópera italiana: «Tosca», «Pagliacci», «Cavalleria Rusticana», «La Gioconda», «Andrea Chenier», «Trovatore», «La Fanciulla del West», «Mefistófeles», «Turandot», «Manon Lescaut «Fedora», «Francesca di Rimini», «La Wally» e incluso «Norma». También triunfó en títulos franceses como «Carmen», «Troyano» o «Sanson y Dalila» y alemanes como «Lohengrin» o «Valquiria». Sin embargo, sobre todo fue un «Otello» de más de cuatrocientas representaciones. Él, Callas y un par de artistas más devolvieron a la ópera su importante componente interpretativo, no sólo expresiones faciales o gesticulares sin incluso acentos tímbricos que hoy quizá fuesen criticados. La voz de Del Monaco tenía quizá más squillo que volumen, un color broncíneo personalísimo e inconfundible, unos armónicos sobresalientes, la dicción incisiva y algo posiblemente aún más importante: transmitía entrega y credibilidad. Esto apenas existe ya. Agudos y graves con facilidad asombrosa. El agudo de la «pira» podía ser tan eterno como su resonancia, pero es que además llegó a cantar la «Vecchia zimarra» de «Bohème»que está escrita para un bajo, lo que da idea de la extensión privilegiada de su voz. Su entrega en la escena era tan intensa que una vez llegó a herir a Rise Stevens, que cantaba «Carmen», al tirarla al suelo con demasiada fuerza. Triunfó en todos los teatros: ídolo del Met de 1951 a 1959 con 16 títulos, 102 funciones y 38 giras; otro tanto en Verona, al aire libre, cuando el público era otro muy diferente al indocumentado de hoy; la Scala, el Covent Garden o Moscú, donde cantaba en italiano mientras el resto lo hacía en ruso. Karajan le quiso como Tristán tras tenerle en Otello en Viena, pero el tenor se negó y hubo un proyecto, al final no realizado, para grabar el primer acto de «Valquiria» con Flagstad.

Los inicios no le fueron fáciles a pesar de provenir de una familia muy acomodada. Estuvo a punto de perder la voz de muy joven y se pasó a la canción ligera, el periodo de guerra en el cuerpo de transporte recorriendo en bici los pueblos para cantar... Unos años más tarde cruzaba el Atlántico en barco junto a Callas y Serafin. Un accidente de coche y una enfermedad de riñón minaron su carrera ya en los años setenta.

Hijo de una familia rica, vivió a lo grande, con Rolls Royce y chófer siempre a la puerta y numerosas casas. Fue no sólo admirado sino también querido, incluso por sus compañeros de profesión. Y es que Del Monaco fue un excelente compañero. Baste contar que no entendía por qué Bergonzi no cantaba en el Met. «No me quieren», le confesó él y Mario le cedió dos de sus representaciones de «Cavalleria» para que triunfase, y lo hizo. De ahí que Franco Corelli acudieran a llevar a hombros su féretro y Renata Tebaldi, al ingresar en su capilla ardiente, se desmayó pronunciando las mismas palabras de Tosca al entrar en escena: «¡Mario, Mario!». Incluso se cuenta un milagro: una joven ciega de Maryland, Irene Mayer, recobraba temporalmente la visión cada vez que le escuchaba en un escenario.

Sincero y de palabra rápida, no tuvo pelos en la lengua cuando una vez le preguntaron por un Plácido Domingo que, en Verona, se postulaba como su sucesor: «¿Sucesor mío? Si él es un tenor para los domingos, yo lo fui para todos los días de la semana». Al ver ahora sus vídeos en Youtube se llega a la certeza de que la época dorada del canto murió para nacer la de la mercadotecnia.