Artistas

Spiegelman: «Mi proceso creativo va ligado a mis depresiones»

El autor del icónico «Maus», que ofrece este miércoles una conferencia en el Museo Reina Sofía, cuenta a LA RAZÓN cómo gestó su obra maestra y a qué retos se enfrenta el género, la cultura y Estados Unidos, su país

Art Spiegelman
Art Spiegelmanlarazon

El autor del icónico «Maus», que ofrece este miércoles una conferencia en el Museo Reina Sofía, cuenta a LA RAZÓN cómo gestó su obra maestra y a qué retos se enfrenta el género, la cultura y Estados Unidos, su país.

Artista, intelectual y sobre todo neoyorquino, Art Spiegelman (Estocolmo, 1948) impartirá el miércoles en el museo Reina Sofía de Madrid la conferencia «Las palabras y las imágenes chocan: ¿Qué pasó con los cómics?» dentro del programa de actividades con motivo de la exposición «George Herriman. Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat», que explora el trabajo de esta figura capital del cómic. Spiegelman, que es un hombre locuaz, reconoce a LA RAZÓN sentirse emocionado por pronunciar una conferencia en un museo, a él, que es un dibujante de cómic. Uno de los grandes, aunque quiera ocultarse tras el lápiz. De su mano nació «Maus» (1986), un libro que revolucionó la novela gráfica y en cuyos bocadillos reflejaba la historia triste de su familia en un campo de exterminio nazi. Vive en el Soho y con Nueva York mantiene una relación extrema: «La amo y la odio. No lo puedo evitar», dice.

–El título de la conferencia que impartirá es, cuando menos, chocante.

–Se trata de establecer una mirada formal de lo que han sido los cómics y en lo que se han convertido, y lo centramos en esa palabra tan particular, «demonios», que yo creo que es la esencia de los mismos. Arrancaré con una idea que me parece aún hoy importante: que en cierta forma los cómics han sido tabú. Creo que fue el director del Reina Sofía quien indicó que era importante situar los museos al nivel del género y he sentido unas enormes ganas de estar allí.

–¿Un arte «menor» entra por tanto en el museo?

–El género no ha sido demasiado bien considerado, y un caso como el de «Krazy Kat» de Herriman es la excepción; ahí radica su interés,ya que la mayoría de los cómic se consideraban basura, aunque también depende de cuáles. Sin embargo, con aquella tira todo fue distintos. Aportaba algo más. Yo sabía que quería dibujar desde que era muy joven. Nunca maduré. (Ríe). Pero cuando ví los dibujos de Herriman pensé: «Ah, le consideran diferente». Me gustan la basura y el veneno pero el tipo de dibujos suyos también. Se ha mantenido en el tiempo. Puedes leerlo muchas veces y siempre hallas algo distinto. Es el ejemplo claro de que los cómics pueden servir como inspiración. Ahora el género goza de otro estatus, se habla de novelas gráficas, pero no olvidemos que los nazis hicieron piras de fuego para quemarlos a finales de los años cuarenta.

–¿Cree que han vuelto los nazis?

–Sí, y me parece que se van a llevar mis cómics (Ríe). Bueno, no en el sentido literal. Pero, sí, los nazis han vuelto.

–Ahora caminan por las calles sin siquiera taparse la cara como antes en muchos lugares del sur de Estados Unidos.

–Así es, porque se les anima. Se han envalentonado y crecido con lo que sucede en Estados Unidos, aunque no creo que determinados hechos del pasado puedan repetirse de nuevo, aunque sí considero que tenemos problemas bastante serios. Nunca pensé que podría ver lo que está sucediendo.

–¿Piensa que abusamos de lo políticamente correcto?

–Estamos en manos de Steve Bannon estos días (uno de los estrategas de extrema derecha del presidente Donald Trump). Ya ha dicho que «cuánto más se hable de los asuntos de identidad, más fuertes seremos».

–¿Qué hay que hacer entonces? ¿No hablar de ellos?

–No, hay asuntos muy importantes. Pero en las pasadas elecciones, el Partido Demócrata hizo de la cuestión de los cuartos de baño de un único género uno de los asuntos más importantes (por la polémica de su uso por los transexuales). A mí no me incomoda. Todo el mundo que conozco tiene un baño de un solo género en su casa que utiliza todo el mundo (Ríe). A mí no me importa porque únicamente necesito uno. Se da importancia a temas que no lo son tanto y olvidamos cuestiones que realmente son capitales, como las precarias condiciones de vida de los negros o el acoso a las mujeres en el trabajo. Y en los medios se destacan cuestiones que pueden quedar en la anécdota. El otro día leí un artículo sobre acoso sexual de un hombre de 75 años. Bien, pero esto no ocurrió hace una semana sino que es un asunto tan viejo como la vida. Me suena a que como no podemos coger al «acosador en jefe» vamos a por todo el mundo en nuestra cultura, lo que hace que me sumerja en la lectura de cómics, que creo son más reales.

–Hace años, usted dijo que estamos en la Edad de Oro y que los caricaturistas son estrellas del rock.

–Sí, pero, me gustaría matizar: estrellas del punk rock. No los que hacen dinero. Ahora se ha liberado a los caricaturistas de ser meras figuras del ocio. Los cómics eran entretenimiento barato para niños, una manera de que aprendieran a leer con la combinación de letras e imágenes. Pero eso era antes.

–¿Cómo se mantienen los cómics en 2017 ante la lucha de la era digital del futuro?

–Dando por hecho que hay futuro. Es un aspecto importante a la hora de abordar este tema. El papel puede convivir en armonía con los ordenadores. La historia de los cómics ha estado ligada al papel y a la imprenta. Siempre que ha habido un salto tecnológico ha sobrevivido. Es un género que no está muerto. Al contrario, yo diría que es orgánico, que está vivo, muy vivo, y que se transforma.

–¿Sigue utilizando el lápiz o lo ha aparcado por el ordenador?

–Utilizo ambos. El lápiz y la tecnología. Para ser sincero, es al final cuando utilizo el papel. Significó una revolución descubrir para mí el PhotoShop. «Oh, puedo mover esto», me dije. Me pareció increíble.

–¿Cómo es su proceso creativo?

–La verdad es que no tengo ni idea pero empieza con una depresión, soy un hombre acostumbrado a ellas y las padezco. Llevo siempre conmigo un cuaderno y muevo la mano sobre un trozo de papel mientras que estoy pensando. Y de ahí surgen mis historias.

–Para usted el proceso de documentación es muy importante. Sobre todo, con «Maus», que estuvo preparando 13 años. Con él, el cómic entró en un nuevo estadio de seriedad, digamos.

–«Maus» fue parte de un proceso de depresión. Cuando era pequeño pensaba que los cómics eran un formato como otro cualquiera. Y me atraían incluso los que no me interesaban demasiado. Me gustaba y me gusta mirarlos. Al cumplir los 30 decidí empezar a trabajar en «Maus» porque quería trabajar en una historia larga que se pudiese leer, pero también releer. Quería que el lector pudiera parar y volver, utilizar un marcapáginas. Yo andaba confuso por aquel entonces. Oía que me decían: «No confíes en nadie que tenga más de 30 años», y me asustaba. ¿Debía confiar en mí mismo? La historia de mis antepasados era durísima, yo podía haber estado muerto o ni siquiera haber nacido. Existía además gran desconocimiento con lo sucedido en el genocidio de la Segunda Guerra Mundial y aún hoy se da esa falta de información.

–¿Creó «Maus» por eso?

–No lo escribí para hacer el mundo mejor sino para que pudiera ser leído y volver a él una y otra vez. Tiré de mi propia experiencia para entender qué sucedió, las atrocidades que cometieron los nazis. Tenía este testimonio de mis padres. El enorme éxito que obtuvo me dio margen para poder hacer después trabajos menos comerciales. Cuando Françoise, mi mujer, y yo nos metimos en aquella ardua tarea, nos dijimos: «Bueno, probablemente, tendremos que editarlo nosotros». Y trajo una impresora a nuestro apartamento donde vivíamos entonces y nos pusimos manos a la obra. Jamás pensé que pudiera tener el éxito que consiguió. En su momento fue un revulsivo y lo entiendo. Hoy parece que en los Oscar, por ejemplo, cada año hubiera un galardón a la mejor película sobre el Holocausto. Se ha convertido en un género en sí mismo.

–¿Quién es usted en realidad?

–Soy un intelectual idiota. Un caricaturista que puede dibujar. En cierta manera también un escritor, aunque me siento profundamente orgulloso de poder decir bien alto que en el fondo soy un caricaturista.

–¿A quién tiene miedo? ¿A los editores? ¿Los lectores? ¿La crítica?

–A los seres humanos. Y los editores son una especie más. Me doy el lujo de poder hacer lo que deseo. Sin embargo, odio el rechazo.