Francia

¿Sufre demencia senil el Festival de Cannes?

Las polémicas amargan los 70 años del certamen, que arrancó ayer entre fuertes medidas de seguridad y una cinta inaugural, «Los fantasmas de Ismael», acogida con frialdad glacial por la crítica internacional.

Marion Cotillard, protagonista del filme de apertura, ayer en Cannes
Marion Cotillard, protagonista del filme de apertura, ayer en Canneslarazon

Las polémicas amargan los 70 años del certamen, que arrancó ayer entre fuertes medidas de seguridad y una cinta inaugural, «Los fantasmas de Ismael», acogida con frialdad glacial por la crítica internacional.

El pasado martes Jean-Michel Frodon, exdirector de «Cahiers du Cinéma», denunció que la versión de «Los fantasmas de Ismael», de Arnaud Desplechin, que iba a inaugurar la 70 edición del Festival de Cannes fuera de concurso, era la copia mutilada por sus productores, con veinte minutos menos de metraje. Extraña decisión la de Thierry Frémaux, director artístico del certamen, de programar una versión abreviada cuando el mismo día el filme se estrenaba en Francia, con la posibilidad de disfrutar del montaje largo en diez salas del país. En rueda de prensa, Desplechin no dejó del todo claro de quién fue la idea de hacer dos versiones del mismo filme, aunque la ausencia de los productores en la sala podía darnos alguna pista fiable de que no ha sido un asunto sencillo. ¿Desde cuándo Cannes, que se ha vanagloriado de su independencia de criterio y de su política proteccionista al genio de los que entran en su olimpo, apoya a los contables? Una polémica más que apuntar a la larga lista de agravios que esta edición acumula antes incluso de empezar.

Por un lado, el estreno de los dos primeros episodios de «Twin Peaks», uno de los grandes eventos de esta edición, se produce cuatro días después de su pase exclusivo en Showtime, lo que denota o que Frémaux no ha sabido lidiar con la presión de las poderosas televisiones de pago, o que, reticente a programar series, lo ha hecho a medias, sin entender que la importancia de la obra de David Lynch está por encima del formato en que se presenta. Por otro, el escándalo Netflix, en el que Cannes ha tirado la piedra y ha escondido la mano: el gesto de programar dos películas en sección oficial que no se iban a estrenar en salas fue contrarrestado con el anuncio de que sería una situación que no se repetiría en años venideros, después de las protestas de los exhibidores franceses, que entienden el certamen como una plataforma de promoción. A sus 70 años recién cumplidos, Cannes está al borde de la demencia senil, sin saber muy bien cómo reaccionar a la velocidad de vértigo de las mutaciones del audiovisual contemporáneo. En Cannes están demasiado preocupados por instalar detectores de metales a la entrada del Palais y de las salas de proyecciones como para entender que, más allá de la hipervigilancia, el coche-bomba de las nuevas formas de consumo está a punto de atropellarlos.

En una escena crucial de «Los fantasmas de Ismael», Ivan Dedalus (Louis Garrel) llega a la conclusión de que el célebre «Lavender Mist» de Jackson Pollock no tiene nada de expresionismo abstracto, es un cuadro figurativo. En sus bruscos chorros y gotas de pintura se concentra la destilación de una familia, de un amor perdido, de un vestido o un pañuelo. Lo que parece caos, es orden; lo que parece mancha, accidente y desvío, adquiere un sentido narrativo, una figura que se define al acercarse al espectador. Así aspira a ser el cine de Desplechin, y por eso el personaje de Carlotta (Marion Cotillard), la esposa que Ismael (Matthieu Amalric) dio por muerta y que, después de 21 años, vuelve de su exilio, es tan importante para Desplechin. Emergiendo del fondo del plano, en una playa, podría ser una mancha de Pollock que reclama su lugar en el conjunto de una pintura donde ha sido sustituida por otra mujer (Charlotte Gainsbourgh). La pintura, claro, es de gran formato: cabe el duelo del marido, la locura del padre que se sintió abandonado, los celos de la «otra», todo amalgamado en el proceso de creación de una película de espías, que vendría a ser como una secuela de uno de los episodios de la magnífica «Tres recuerdos de mi juventud».

En la versión que pudimos ver en Cannes, que fue recibida por la prensa con una frialdad polar, hay varias películas en una, que se superponen en un juego metaficcional que busca, intencionadamente, lo que Ismael denomina «un principio de perspectiva», aquel punto del espacio mental donde el amor y el odio conviven en equilibrada armonía. Esa necesidad de volver a encontrar un centro de gravedad para un ego tan escindido como el de Ismael –que, por supuesto, es el alter ego de Desplechin– se pone en marcha con la aparición de Carlotta, acaso una pertinente alusión a la Carlota Valdés que servía como modelo del pelo recogido de Judy/Madeleine en «Vértigo». Ese personaje controla, desde su opacidad, los mecanismos del relato. Pero, a pesar de que Cotillard la encarna como un fantasma, con los etéreos gestos de alguien que está a punto de desaparecer, su impenetrabilidad dificulta que el triángulo amoroso funcione dramáticamente. Estamos acostumbrados a los cambios de humor en el cine de Desplechin, que puede concatenar un cúmulo de reproches con un abrazo sin solución de continuidad, y es precisamente esa bipolaridad anímica uno de los grandes atractivos de su cine. Sin embargo, la presencia de Carlotta se diluye de forma tan abrupta en este montaje, que cabe preguntarse si el director de «Un cuento de Navidad» no la considera más una excusa argumental que un espectro de alma solitaria.

No obstante, sería injusto descalificar una película tan generosa con su público por no acabar de calibrar el peso de sus cambios de ritmo. De eso se trata, después de todo: de atender a la llamada de la creación invocando a los fantasmas del pasado sin que haya otra cadencia que la de la propia vida, y ahí caben las arritmias, la taquicardia incluso. No hay espacio para trazar las conexiones que la unen con la obra anterior de Desplechin –desde su «Comment je me suis disputé (ma vie sexuelle)» hasta «Rey y reina»– ni tampoco para insistir en sus alusiones cinéfilas o literarias (Dedalus y Bloom, dos apellidos que toma prestados, significativamente, de James Joyce). Viendo esa bizarra película de espías que Ismael nos cuenta en un arrebato histérico, acuciado por su productor en la casa de su infancia, se nos ocurre que Desplechin es el director soñado para rodar la adaptación de «Enviada especial», la excelente novela de Jean Echenoz.

Lo que queda por ver de ahora en adelante –hasta el día 28 que esta edición eche el cierre– será, al menos en cuanto a Sección Oficial, un desfile de pesos pesados con Michael Haneke a la cabeza, que podría lograr lo inaudito en siete décadas: tres Palmas de Oro por tres filmes presentados a concurso consecutivamente. Ahí estarán Sofía Coppola, Todd Haynes, François Ozon, Yorgos Lanthimos y Hong Sang-soo, entre otros, para disputarle el premio gordo.