Artistas

Biberones: niños en guerra

Sólo eran unos críos. Nunca habían empuñado un arma. Muchos ni se habían decantado ideológicamente. Pero todo fue insuficiente para que la Guerra Civil no los pusiera en primera línea de batalla.

En el montaje de Lluís Pasqual tomará mucho protagonismo el vídeo, que se proyecta detrás de los actores, y la música barroca de Claudio Monteverdi
En el montaje de Lluís Pasqual tomará mucho protagonismo el vídeo, que se proyecta detrás de los actores, y la música barroca de Claudio Monteverdilarazon

Sólo eran unos críos. Nunca habían empuñado un arma. Muchos ni se habían decantado ideológicamente. Pero todo fue insuficiente para que la Guerra Civil no los pusiera en primera línea de batalla.

Lluís Pasqual (Reus, 1951) preguntaba en su casa y recibía el silencio por respuesta. De primeras se topó con un «de eso no me hagas hablar», de su padre. Tras eso, nada más. Su abuelo, una tumba. Nunca quiso hablar de su hijo muerto... Es el recuerdo que tiene el director del Teatro Lliure de la Quinta del Biberón. Idea que le viene de la infancia: «Me enteré cuando era muy pequeño, con unos 9 años, de que mi tío murió en la Batalla del Ebro y que perteneció a este grupo». Chavales de no más de 17 años que fueron reclutados por la República para defender, como fuese, lo poco que les quedaba.

Pasó el tiempo para Pasqual hasta que dio con que aquello que fue tabú en su casa, «porque dominaba el miedo y el dolor» –explica–, había saltado de generación. Los supervivientes no se lo habían contado a sus hijos, pero sí a la siguiente rama de la prole; y, con ello, decenas de diarios de combate eran editados por los nietos de los que lucharon en el Ebro. «¡He matado a un hombre! Tal vez para tranquilizar mi conciencia debería decir que he liquidado a un adversario, que he suprimido a un enemigo. Pero yo sé que eso no vale y menos aún en las circunstancias en las que se ha producido. He matado a un hombre y no puedo engañarme a mí mismo», recoge Francesc Grau i Viader en uno de esos testimonios de la Quinta del Biberón «Dues línies terriblement paral·leles (diari d’un combatent de disset anys)». Pasqual no tenía ese testimonio familiar, pero sí el petate que llegó un día a casa de sus abuelos con la nota de «Desaparecido en combate» por delante. Y, con él, se instauró el silencio. Estaba escondido en el desván y dentro contenía, entre los otros elementos del soldado, unas partituras de música barroca. «Las encontró en el momento de la llamada a filas y pensó que le darían suerte», recuerda el director. A ello se agarra el de Reus para rescatar ahora la esencia de su tío y de los que le acompañaron en la macabra empresa. Música de Monteverdi en directo, «la más noble que imagino para ofrecerla como homenaje póstumo a eso críos», explica.

Es el inicio del montaje que trae a Madrid desde el día 22 y que estrenó en otoño dentro del festival Temporada Alta de Gerona: «In memoriam. La Quinta del Biberón», con Joan Amargós, Enric Auquer, Quim Àvila, Eduardo Lloveras, LLuís Marquès y Joan Solé. El horror de seis de esos «biberones» que fueron arrancados de las masías catalanas se traslada ahora al escenario principal del María Guerrero (CDN) para contar su historia a modo de espectáculo-documental.

Algunos obligados y aterrados, otros, sin más, sin ni siquiera haberse pronunciado en sus vidas sobre un bando u otro, era lo que tocaba, e, incluso, los hubo que marcharon convencidos de ir a luchar. «Era un juego trágico para ellos», dice Pasqual. Como para el personaje de Enric Auquer: con sólo 16 años y afiliado al Partido Comunista, «va con ganas, pero pronto se va desencantando de la idea». La ilusión era algo que no costaba ver, era la primera oportunidad de muchos para salir de la masía en la que hasta entonces habían pasado su juventud y ver a gente nueva. Una aventura. «En muchos casos se transmitía un espíritu de alegría porque no creían que iban a luchar, se pensaban que estarían en la retaguardia haciendo labores de intendencia o logística», comenta Auquer. Sin instrucción previa, le dan a cada uno un fusil y adelante. De repente, el Ebro bajo sus pies y la batalla frente a ellos. Carne de cañón. De no saber que iban a primera línea a tener las bombas reventando a escasos metros. «Ahí es cuando se dan cuenta del desorden republicano y de dónde les habían metido», continúa.

Dolor irrepetible

Inocencia perdida de golpe –para el que no se dejó la vida–. Adiós a la adolescencia y a esos amigos que habían hecho en los escasos días de «preparación» y convivencia previa. La mitad de la compañía muere, y los que sobreviven lo hacen frustrados. «Lo que ha quedado en ellos es el silencio –expone Pasqual–. No contaban lo que vivieron y así nos lo transmitieron los combatientes del Ebro que entrevistamos para montar la obra. Después vinieron a verla y, aunque sufrieron durante la función, luego estaban pletóricos de haberse visto sobre el escenario. Eso sí, nos dijeron que ‘‘por mucho que hagáis nunca llegaréis al grado de dolor que tuvimos en ese momento’’. Por eso hemos intentado ser lo menos maniqueos posible. Considero que han pasado los suficientes años como para abordar estos temas sin ser partidistas. Sin buenos y malos y sí dentro del absurdo que llamamos ‘‘leyes de guerra’’».

Al final, los afortunados regresarán a casa con el recuerdo de sus compañeros en la mente; unos en busca del exilio, otros a aguantar los años de posguerra y dictadura como buenamente puedan, pero todos con una vida entera por delante. Sólo eran niños.