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Desnudo integral en escena

La argentina Mercedes Morán estrena en Madrid «¡Ay, amor divino!», un montaje muy personal, dirigido por Claudio Tolcachir, en el que a través de su vida busca empatizar.

Desnudo integral en escena
Desnudo integral en escenalarazon

La argentina Mercedes Morán estrena en Madrid «¡Ay, amor divino!», un montaje muy personal, dirigido por Claudio Tolcachir, en el que a través de su vida busca empatizar.

El 21 de septiembre de 1955 comenzó todo. Hace 61 años, cuando en Concarán (Argentina) nacía Mercedes Beatriz Morán. Allí pasó su infancia, «un territorio que me encanta y en el que me quedo un buen rato», comenta esa niña que, ya mayor, decidió hacerse actriz y que no se cansa de jugar. Es el inicio de «¡Ay, amor divino!», el espectáculo con el que la intérprete suramericana cruza el charco y se presenta, por primera vez subida al escenario, en España.

«Ni por las ‘‘papas’’ pensaba que este proyecto podía dar semejante vuelta», cuenta sorprendida. Sus expectativas iniciales no iban más allá de hacer una pequeña gira por el interior de Argentina con un espectáculo que había concebido de forma «sencilla e intimista». Pero «siempre nos fue sorprendiendo más de lo que esperábamos», apunta. Se metió en el ajo para responderse a sí misma quién era: «Por qué soy así y los motivos por los que siento y pienso de una determinada manera. Era una forma de acercarme a mi persona para mirar hacia delante y salir del tópico de “algún tiempo pasado fue mejor”». Huir de una melancolía y un pesimismo «que se pueden volver insoportables».

Así, Mercedes Morán se expone sin miedos y de forma honesta: «Desde la primera línea del espectáculo corto con ese mandato social que roza la esquizofrenia de no poder decir la edad de una. Por un lado nos dicen que ocultemos la verdad y por otro se nos acusa a las mujeres de mentirosas y manipuladoras».

En el salón de casa

«Es una señora hablando de su vida de la forma más sincera posible», comenta Claudio Tolcachir –que vuelve a dirigir a la protagonista después de hacerlo en «Agosto» y «Buena gente»–. Contado como si estuviera en casa. Así se lo recomendó a Morán hace años China Zorrilla, compañera de profesión: «Siempre me decía ‘‘hacelo como en el salón de tu casa, pero más fuerte y sin llevarte los muebles por delante’’».

El proyecto estaba en la cabeza de ella, pero lo desarrollaron juntos. «Fue como el trabajo de un partero, porque Mercedes lo tenía todo pensado, pero me llamó para que le ayudara a sacarlo para fuera. Dirigir tiene muchos roles y en esta ocasión fue un acto de complicidad. Yo conocía las historias y entonces le pedía que me fuera contando una u otra. Y así fuimos trabajando, estructurando, Mercedes escribía, modificábamos en el ensayo...».

Proceso con el que llegaron a componer la autobiografía de la actriz concaranense, aunque no se atreva a llamarlo así: «No lo considero ni un biopic ni unas memorias porque no creo que haya tenido una vida extraordinaria, ni he sobrevivido a una catástrofe, como para tal cosa, pero digamos que son cuentos de mi vida que fueron apareciendo cuando tomé la decisión de crear un montaje unipersonal y me fui preguntando de qué tenía ganas de hablar. La intención nunca fue la de describir ni mi vida ni mi carrera», recuerda Morán. Pieza que no cuenta más que la historia de una persona normal, simple. Su propio relato. Lejos del de la actriz, «que es lo que menos aparece –explica Tolcachir–. Lo que sí se encuentra el público es una vida que empieza en un pueblo chiquito de Argentina y que va haciendo referencias a la familia o la religión según va creciendo». Un viaje por una historia que «tiene resonancias en la propia experiencia de cada uno. Cuenta algo muy humano».

Partiendo de aquello de que lo personal se convierte en universal, Mercedes Morán aprovecha su trayectoria para llegar al espectador: «Son cuentos que recorren mi vida, sí, pero lo que anhelo es encontrar ese disparador que impacte en la gente y que sean ellos los que hagan su propio viaje. No que acudan al mío, sino que el teatro funcione como lo que tiene que ser: un agitador social para que uno piense y se modifique. Simplemente la idea fue la de compartir unas experiencias con las que cualquiera pudiera empatizar, porque no tienen nada de especial. Soy la excusa para que la platea se mueva y despierte recuerdos que andan escondidos».

Con base en tocar todos los temas que pueden abordarse en una vida –familia, recuerdos, infancia, muertes, risas...– Morán usa uno de ellos para unir todo su montaje: el amor, el principal recurso del espectáculo. «Es lo más importante. Inconscientemente, cuando empecé a escribir ‘‘¡Ay, amor divino!’’ me di cuenta de que según iban pasando los capítulos había un denominador común que atravesaba todo. Se reflejaba en cada momento. El amor de una niña de siete años, el amor de una hija y un padre, a mis hermanos, el enamorarse de tu pueblo, el amor por la actuación, el primer enamoramiento... Siempre presente y no siempre de forma positiva, a veces te hunde y otras te rescata», explica la argentina. Hasta la pasión a los 60, «¡que también existe! Termino hablando de todo lo que me pasa con esta edad relacionado con el sexo y el placer».

Para ello, la intérprete se apoya en una herramienta que considera indispensable para su actuación: el humor. «No puedo prescindir de él. Siempre me acompaña porque me parece básico para abordar cualquier tema con mayor facilidad. Y, por supuesto, que también tiene momentos conmovedores. Es una vida lo suficientemente larga como para toparse con momentos de tristezas y pérdidas, pero aun así permite que me ría de lo que me hizo sufrir entonces, a la vez que me cuenta la historia de otra manera».

Mercedes Morán agarra al espectador de la mano, «con un guante mágico» –dice Tolcachir–, y le va llevando por un «caleidoscopio de emociones», como lo calificó la crítica argentina. Hasta que los relatos terminan traspasando a la mente de un oyente que los conoce perfectamente porque es una historia que ha vivido en alguna otra parte.