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«El discurso del rey»: El tartamudo que lideró una guerra

De izda. a dcha., Ángel Savín (Churchill), Ana Villa (Isabel), Adrián Lastra (Jorge VI), Gabriel Garbisu (David) y Lola Marceli (Wallis)
De izda. a dcha., Ángel Savín (Churchill), Ana Villa (Isabel), Adrián Lastra (Jorge VI), Gabriel Garbisu (David) y Lola Marceli (Wallis)larazon

Magüi Mira dirige en el Teatro Español la obra de David Seidler, con Adrián Lastra y Roberto Álvarez como Jorge VI y su heterodoxo logopeda.

Si hace cinco años vieron la estupenda película de «El discurso del rey», probablemente ya sepan de qué trata el montaje que hoy levanta el telón en el Teatro Español: en la Inglaterra de 1936, el rey Jorge V acaba de morir. Su hijo mayor es coronado a finales de enero como Eduardo VIII. Pero su reinado será breve: enamorado de una norteamericana divorciada, Wallis Simpson, y simpatizantes ambos del nacionalsocialismo que se hacía fuerte en Alemania y que amenazaba con ser un problema para Europa y para el propio Reino Unido en breve, el mayor de los Windsor tuvo que abdicar en diciembre en su hermano. Pero había un problemilla: Bertie, como llamaban al que sería el futuro Jorge VI entre mayo de 1937 y su muerte en 1952, sufría una tartamudez que parecía invencible. ¿Cómo podía un rey tartamudo dirigirse a la nación en tiempos inciertos que necesitaban de un liderazgo rotundo? Con la ayuda de un logopeda de origen australiano y métodos poco ortodoxos, Lionel Logue, Bertie consiguió dominar su problema. Cuando Alemania invadió Checoslovaquia y Francia e Inglaterra tuvieron que declararle la guerra, Jorge VI habló a la nación en un discurso radiofónico a la altura del momento histórico. Y sin tartamudear.

A lo grande en Helsinki

Hace tres años, en Helsinki, la directora Magüi Mira vio una producción teatral de «El discurso del rey» que le gustó «muchísimo», aunque estaba hecha «con euros y euros, con treinta actores y un gran giratorio: yo me planteo otro reto, y tengo la suerte de que el adorno en el teatro no me gusta: prefiero el minimalismo, la esencia». Ella y su marido, Emilio Hernández, que firma la versión, tenían la idea de traer la historia a los escenarios españoles hace tiempo. Pero conseguir los derechos «ha sido lo más difícil»: el productor José Velasco tuvo que ir a Londres y convencer a la agencia de David Seidler, el guionista del filme y autor de la adaptación original para teatro, que no estaba interesado en nuevas producciones. Después de largas negociaciones, hoy estrenan en el Español un montaje que tiene a Adrián Lastra en el papel del monarca y a Roberto Álvarez en el del logopeda. El otro personaje clave es el de Isabel, la esposa de Jorge VI, a la que da vida Ana Villa. Sería la Reina Madre desde que enviudó en 1952 –y su hija Isabel II heredó el trono– hasta su muerte en 2002. De hecho, Seidler tenía la obra escrita mucho antes, pero la Casa Real británica pidió al guionista no estrenar la película hasta después de la muerte de la Reina Madre. David y Wallis, duques de Windsor, interpretados por Gabriel Garbisu y Lola Marceli, y el «premier» Winston Churchill, que aquí será Ángel Savín, completan el reparto de la obra. «Estamos poniendo la lupa en un momento de la historia británica», cuenta la directora. «Me parece interesantísimo no dejar los hechos colgados, perdidos, porque es un momento clave en Europa que podía haber cambiado el mapa del continnte si Churchill y Bertie no hubieran frenado a David, que pactaba con los alemanes. ¡A los cuatro días de la abdicación hay una foto publicada con David y Wallis dándole la mano a Hitler!».

Cuenta Mira que el montaje ofrecerá «la misma historia que la película, pero contada con dos filtros distintos: uno, el mío. Se pueden hacer muchos ‘‘Hamlets’’ y cabe de todo. Yo he descubierto una ética y he buscado una estética que la potencie muy distinta a la que encontró el director de la película». Después, prosigue, «otro filtro lógicamente es que nosotros hemos tenido una Guerra Civil durísima. Fíjate si se ha hecho ficción con nuestra contienda, pero los alemanes la cuentan de una manera; los ingleses, de otra, y nosotros, de forma diferente... y es la misma. Somos latinos, percibimos las emociones de otra manera, tenemos otra imaginación, una genética diferente». Habla, conviene matizar, de percepciones, no de que vaya a traer aquellos hechos a una adaptación «a la española». En este caso, con un texto que tanto tiene que ver con la pronunciación del inglés y el uso de su idioma –el monarca salvaba su tartamudez soltando improperios, entre otros ejercicios recomendados por Logue–, cabe preguntarse por la traducción. «Emilio ha hecho una versión estupenda –asegura la directora–. Lógicamente, no tiene que ver una lengua con la otra. Las emociones no se expresan de la misma manera. Pero contamos la misma historia, con un plus muy interesante: en este momento vivimos el poder de la imagen, pero entonces era el tiempo de la palabra y de su contenido. Emilio lo valora y no ha escrito un texto cotidiano, sino con una poética impresionante».

Confiesa Adrián Lastra que «al principio, tenía mucho miedo a que la tartamudez no se viera real». Y es que no hay muchos personajes de ficción como referentes que sufran este problema. «Las primeras semanas me propuse no parar la tartamudez aunque saliésemos del ensayo. Decían los demás: ‘‘¡Qué pesado el Adri con el método!’’. Un día, hablando por teléfono con mi madre, me dijo que estaba tartamudeando. Me puse muy nervioso, pensé que no se me iba. Saqué dinero en un cajero, me monte en taxi, y seguí hablando con mi madre para tranquilizarme. Y me dijo el taxista: ‘‘Creí que eras un actor tartamudo que estabas trabajando para que no se te notase en la pantalla’’». Y Mira le echa una flor: «Un día en los ensayos, cuando él lanza su primer discurso en el estadio, le aplaudimos todos. Nos emocionó». Para el actor, el monarca «no era sólo un tartamudo, sino un animal herido desde pequeñito, cuando empezaron a darle mucha caña psicológicamente». Por su parte, Álvarez ve a Logue como «un hombre vivaz, curado a sí mismo, una persona que ha pasado por muchísimas frustraciones pero ya sabe decir que no, y que tiene una idea propia sobre la monarquía, y que tiene la capacidad de poder curar desde cierta ironía, de tocar los puntos débiles del paciente. Es capaz de tocar para sanar, no para zaherir». Y añade Mira: «Lo dice el texto: él es un cervecero australiano».

Y explica Álvarez que «éste es un montaje impactante. Tiene teatro esencial, porque con dos sillas montas una escena, pero además hay una estructura dramática, bailes, músicas... Hay espectáculo». Es, afirma Mira, «una propuesta sencilla en la que todo tiene su importancia, sacamos energía de donde sea y no hay movimientos gratuitos. Todo tiene un sentido».