Teatro

«El perro del hortelano»: La redefinición de tortura

La Compañía Nacional de Teatro Clásico abre temporada en la Comedia con la versión de Álvaro Tato y Helena Pimenta.

Rafa Castejón y Marta Poveda darán vida a Teodoro y Diana en el montaje de la CNTC
Rafa Castejón y Marta Poveda darán vida a Teodoro y Diana en el montaje de la CNTClarazon

La Compañía Nacional de Teatro Clásico abre temporada en la Comedia con la versión de Álvaro Tato y Helena Pimenta.

«Ni come ni deja comer», comidilla habitual de «El perro del hortelano». Aunque a Álvaro Tato –adaptador ahora de la obra para la Compañía Nacional de Teatro Clásico– el título le ha llevado a otro camino: al patio del colegio. Un lugar en el que los personajes no sólo se juegan el estatus social continuamente, sino que deben hacer lo propio con su vida. Y si hay un nombre, dentro de este particular ecosistema, que acapara la atención de Tato es «el de la figura de su protagonista, Diana, y el interés brutal que tiene en la sociedad contemporánea el caso de una mujer en el poder», aclara. Ella es el centro. Joven, bella, coqueta, sexual... «Tremenda», la define quien debe lidiar con ella en el escenario de la Comedia, el álter ego de Teodoro, Rafa Castejón. Ella vive en una jaula de oro como es el Condado de Belflores, deseado por marqueses y duques que la pretenden, belleza al margen, por sus posesiones.

Una comedia –«única y con gran personalidad», para Helena Pimenta, directora– que narra la historia de una condesa que se enamora de un hombre humilde como es su secretario Teodoro. Choque de clases, contradicciones y muchas idas y venidas que se trasladan al volcánico Nápoles del siglo XVIII, en una licencia que se han consentido: «Nos hemos permitido avanzar la máquina del tiempo y dejar atrás el XVII para llegar a un tiempo en el que está desapareciendo el Neoclasicismo en lugar del Romanticismo», anticipa Álvaro Tato. El mundo social conocido hasta la fecha se resquebraja para llegar a una nueva civilización y forma de entender la vida, en un paralelismo con la actualidad. Un paréntesis en el original de Lope de Vega que no quiere ir más allá y sí «ser fiel al texto, la comedia y el teatro como arte del presente», añade el versionador.

Fuera mitos

«El perro del hortelano» es de esas piezas que quedan en el repertorio como muestra de que los mitos de la escena clásica se pueden desmontar. Aquí no hay damas con unas características estáticas, ni un caballero fijo o un criado graciosete como principal aval. Todo lo contrario. El poder lo tiene la mujer, que debe pelearse con el deber y el deseo que siente por un hombre que es un Maquiavelo del amor. También muy lejos de los tópicos que acompañan al galán convencional. Inteligentes, calculadores y hasta trepas, pero sin dejar de estar pillados hasta las trancas. El sirviente, por su parte, ha sido visto por Pimenta y Tato como un actor: «Un Mortadelo del XVIII –cuentan– que pasa de médico a comerciante armenio si es necesario. Transformador de la realidad y culpable de que se vayan resolviendo todos los entuertos». Probablemente no haya un criado más activo en el teatro español. Ni un caballero más tridimensional. Ni un personaje más potente y masivo que Diana.

Pero la acción central, no quedan dudas, está en la pareja Diana-Teodoro. Ella, considerada «caprichosa y veleta» por la mayoría de personajes y de «histérica e insana» por los reeditores del texto, tendrá que, atrapada entre las presiones, prejuicios y arrebatos, replantearse todo. Él, simple secretario de la casa de la condesa, vive más o menos feliz, junto a Marcela desde un año atrás; sin problemas... «Hasta que aparece Diana y le vuelve loco», puntualiza el actor que le da vida. Teodoro se explica: «Soy hijo de la Tierra y no he conocido padre más que mi ingenio, mis letras y mi pluma».

Una relación que redefine el término de tortura. Entre ellos hay de todo: erotismo, poder, desigualdad, cultura, carteo en formato soneto, peleas, amor... «Son más que contemporáneos, posmodernos, diría yo. Me hubiera encantado ver los whatsapps que se enviarían hoy porque entre ellos dos está todo tenso», comenta Tato. Por sus escarceos se va viendo el reflejo de toda la sociedad de la obra de Lope. Pasan de amarse a odiarse en tan sólo una escena. «Sufren una clase de amor muy especial –habla Castejón–. Son gente joven superada por todo lo que les está pasando. Luchan contra sentimientos contradictorios hasta que pierden la cabeza». El deseo y el decoro van hilando una relación en la que manda una época en la que los prejuicios y la estratificación social son muy importante y donde la dupla condesa-secretario es inconcebible. Una pesada capa de mármol –consecuencia de su «establishment»– que lastra los sentimientos y las pasiones de Diana.

Ellos recorren el universo de la educación sentimental. Del dolor a la alegría y la ternura a la dureza. La gran obra de las estrategias del teatro áureo. Como si de una partida de ajedrez se tratase o del juego anglosajón de las serpientes y las escaleras, donde, mientras unos personajes ascienden, hay otros que caen al abismo.