Madrid

«Hablando»: Que no nos callen

Irma Correa y Ainhoa Amestoy proponen en la Sala de la Princesa del María Guerrero un montaje para dar visibilidad a todas aquellas mujeres que, víctimas de la violencia machista, «son inducidas al suicidio y prácticamente silenciadas por la sociedad», denuncian

Muriel Sánchez (izquierda) y Lidia Navarro componen el elenco de «Hablando (último aliento)»
Muriel Sánchez (izquierda) y Lidia Navarro componen el elenco de «Hablando (último aliento)»larazon

Irma Correa y Ainhoa Amestoy proponen en la Sala de la Princesa del María Guerrero un montaje para dar visibilidad a todas aquellas mujeres que, víctimas de la violencia machista, «son inducidas al suicidio y prácticamente silenciadas por la sociedad», denuncian

La previa de la quedada con Irma Correa se ameniza con la radio y, en esas, llega el boletín de las 11. Tras los oportunos titulares del día aparece la siguiente noticia, una ya habitual, por desgracia. «Presunto caso de violencia de género: un hombre mata a su mujer y a sus dos hijos y, después, se quita la vida», cuentan las ondas; «ya se podía haber tirado él primero», piensan las cabezas. Duro, pero son los casos como éste los que hacen del encuentro con Correa algo necesario. El motivo: charlar de «Hablando (último aliento)», un texto a mitad de camino entre la denuncia y el homenaje a «cientos de mujeres que están atadas a una realidad que las aísla y las destruye, que las silencia y las arrincona. Que las agota», explica la autora. Sobre el suceso también opina: «Y somos un país del Primer Mundo, donde supuestamente se cumplen los derechos, no quiero ni imaginar qué pasará allá donde dicen que no se respetan...».

Un texto creado para todas, aunque, dentro del horror, Correa se centra en un caso concreto. No exactamente el que narraban por la radio –«igual de terrible», dice–, sino el de «las mujeres maltratadas que son inducidas al suicidio», continúa. Personas llevadas al límite y doblemente calladas: por el suicidio, «que sigue siendo un tema tabú», y por una violencia machista que las hace pequeñas. Ahí comienza la lucha de la dramaturga: «Lo cierto es que la mujer maltratada que, dentro de su infierno, no encuentra otra salida que quitarse la vida no tiene voz en los medios –habla Correa–. Pasan a ser una cifra más en el cómputo de personas suicidadas. Y es aquí donde empieza la injusticia de estas mujeres que no han querido hacerlo, sino que han sido arrastradas hasta ese punto». Como si se las enterrara en un ataúd que no las corresponde. «Mientras, el agresor queda impune, nadie le persigue, nadie le culpa, nadie le juzga. No habría ni que decir violencia de género, que casi lo suaviza, sino asesinato directamente», apunta.

- Papeles invertidos

Son los motivos por los que Irma Correa se lanzó a levantar «Hablando». Una pieza que comienza con dos mujeres sobre el escenario, un sótano que ahoga. Ambas intentan dominarse. Una parece llevar la voz cantante, es la secuestradora. Otra, atada en una silla de pies y manos. Sin embargo, los papeles parecen invertidos. La que debería ser fuerte, por tener el control de la situación, está desubicada, parece frágil e insegura. No sabe muy bien qué hacer, como si alguien le hubiera puesto ahí. No hace más que suplicar un motivo para matar a quien tiene enfrente. Ni siquiera necesita que sea grande, basta con que sirva de excusa. La presa sí es fuerte, sí tiene ganas de vivir, pero no puede escapar. Está en una cárcel sin salidas. Ni hay ventanas para respirar ni existen puertas por las que salir. Pocos más elementos entran en acción. Un espejo con el que jugar constantemente al desdoblamiento de Ella (Lidia Navarro) y ELLA (Muriel Sánchez) –«elegí estos nombres porque me parece el más representativo de todas», puntualiza la directora– y para preguntarse «quién soy», para encontrarse a sí misma. También hay cubos en los que caen las goteras de la vida y un teléfono amenazante como metáfora de la presencia del hombre, un personaje ausente que mueve toda la acción sin aparecer. Entre todo ello deberá duplicarse la protagonista en su camino hacia la verdad. Se desprende de las capas que le ha puesto encima la vida, desnudándose para encontrar la autenticidad al ritmo de un «thriller».

Hasta un final que se puede intuir, pero que la directora del montaje –Ainhoa Amestoy– prefiere definir como «abierto. Hemos tratado de que sea esperanzador». Hacer que esa persona reprimida y coaccionada, a la que no se le permite ni pensar ni relacionarse, «camine hacia la luz del final del túnel y entregando al público el testigo para hacerles ver que se pueden cambiar las cosas, que la solución está en todos. Creemos que estamos a salvo de encontrarnos en la esquina a esa persona que nos haga daño, pero la verdad es que cada uno de nosotros somos posibles víctimas».

Es la lucha de Correa y Amestoy por hacer visible lo invisible, darle la vuelta a una situación que, dicen, no se refleja en los medios. El trabajo de campo con diferentes asociaciones les ha llevado a meterse hasta el fondo de una denuncia «que la gente no entiende. No es fácil comprender que alguien no quiere vivir. Todos los implicados nos transmitían la misma preocupación: la soledad de las víctimas. Muchas mueren sin compartir su angustia con los suyos porque la primera reacción ante el maltrato es la incredulidad ante unos maltratadores que fuera de casa son personas encantadoras», explican sin entrar en valoraciones, «porque no somos nadie para juzgar el sentido de la vida de alguien al que han llevado al límite», cierra Correa.

Quince años de gestación con el clan Amestoy

«La vida cobra sentido», bromea Ainhoa Amestoy cuando es preguntada por la relación de su padre, Ignacio Amestoy, con el montaje. Aunque su participación sea casual, parece que se cierra un círculo con la suma de la directora. Y es que él era el profesor de Literatura Dramática de la Resad cuando Irma Correa tuvo que presentar el ejercicio que supuso el germen de «Hablando». La autora venía de leer los diarios de Alejandra Pizarnik, que le tocaron «bien dentro. Cambió mi perspectiva de muchas cosas», cuenta. De aquello han pasado casi quince años y lo que comenzó como una pieza interpretada por dos hombres ha girado hasta convertirse en una llamada de atención a la sociedad apoyada en un equipo dominado por mujeres: Correa, Amestoy, Navarro, Sánchez, Elisa Sanz (escenografía y vestuario), Marta Graña (Iluminación) y Raquel Berini (ayudante de dirección).

- Dónde: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Madrid.

- Cuándo: del 5 de abril al 7 de mayo.

- Cuánto: de 6 a 25 euros.