Estreno teatral

Helio Pedregal: «Soy actor desde los 18 años, pero tengo otra profesión: el campo»

Helio Pedregal / Actor. En el escenario, se convierte en el padre del psicoanálisis en «La sesión final de Freud», un apasionante duelo teológico con C. S. Lewis

«El humor, en ocasiones, es una excusa para no tratar los asuntos»
«El humor, en ocasiones, es una excusa para no tratar los asuntos»larazon

Si no le vieron en el Teatro Español a comienzos de año, metido en las barbas del padre del psicoanálisis en «La sesión final de Freud», no se lo pierdan ahora que la obra ha regresado al Teatro Fígaro. Este actorazo, ovetense criado desde hace décadas en Madrid y curtido en el mejor teatro, se bate el cobre en escena como un Freud al final de sus días contra el autor de «Las crónicas de Narnia», C. S. Lewis (Eleazar Ortiz), en un duelo intelectual y teológico escrito por Mark St. Germain y dirigido por Tamzin Townsend. Pedregal, reticente a entrevistas y publicidad, nos recibe en su casa.

–Señor Freud, ¿cómo le va con ese jovenzuelo llamado C. S. Lewis?

–Necesito saber las razones por las que tanto me ha criticado. La frase «te entiendo aunque no te comparto» definiría lo que ocurre. Freud quiere saber por qué alguien como él pasa de ser un ateo declarado a un militante religioso. Pero, terminada nuestra conversación, el afecto se ha sembrado.

–Teatro de ideas, de pensamiento, que tiene éxito y repite.¿Es un milagro?

–Es raro. La sala donde estuvo no pudo vender una entrada más desde la primera semana. Generó mucho interés y hubo gente que se quedó con ganas de verlo.

–Decía Machado: «Quien habla solo, espera hablar con Dios un día». ¿Usted es hombre de hacerse preguntas?

–Sí, lo soy. Lo hago porque confío poco en mi especie. No le deseo ningún mal, por lo que no me caería bien el término «misántropo». Pero se me plantea un problema al comprobar la diferencia entre aquello de lo que somos capaces y aquello que estamos haciendo. Nos obliga a revisar definiciones como la de «ser inteligente». Somos unos seres que deambulan por aquí destrozando todo aquello que encuentran a su paso. En ese sentido soy pesimista.

–Me ha recordado la frase de Primo Levi: «Existe Auschwitz, luego no existe Dios». ¿Eso inclina la balanza a favor de Freud?

–Sin duda. Freud hace en este debate algunas afirmaciones que se asemejan muchísimo. Su historia familiar es terrible, un drama permanente. Él habla de los «Planes de Dios» refiriéndose a los hijos y nietos que perdió. Al final, viene a decir que no hay un Dios culpable. Simplemente, no lo hay.

–Por eso Trueba le dedicó su Oscar a Billy Wilder. ¿A quién le agradecería Helio Pedregal el suyo?

–A mí mismo. Soy una persona ya en edad de jubilación, y me ha costado muchísimo llegar hasta aquí. Hay anécdotas que podría engordar... Pero lo poco o mucho que tengo y que sé me lo debo a mí mismo.

–Parece un tipo serio, un «gentleman» nacido en Oviedo, un hombre cabal y, como reza el epitafio de John Wayne, «feo, fuerte y formal». Si dejamos aparte lo de feo, ¿me he equivocado?

–No, no mucho. Sí, soy un tipo serio, entre otras razones porque encuentro pocas excusas para pasármelo bien y divertirme. Una de mis peleas en los últimos veinte o treinta años ha sido contra esa frase que dice que el humor es lo último que nos queda. Yo no lo comparto. En muchas ocasiones, no nos sirve más que como excusa para no entrarle al asunto como merece. No puedo entender a la gente que dice que es feliz. No sé cómo se puede serlo si tienes que compartir la injusticia, el robo, el atropello, el desprecio que padecen millones de seres humanos.

–¿Y lo de «gentleman»?

–No. Yo soy muy de pueblo. Tengo una doble personalidad: soy actor, me he dedicado a esto desde que tenía 18 años, pero tengo otra profesión, que es el campo. La naturaleza me ha enseñado tanto o más que todas las personas a mi alrededor. Te da lecciones impagables y puede afectar a tu posición intelectual, moral y existencial. Tengo una tierra con miles de árboles, que me ha costado muchísimo conseguir. Los conozco personalmente a cada uno: sigo su trayectoria, su vida...

–Lo de «feo, fuerte y formal» lo decía como contraposición al actor joven, de moda...

–Yo nunca he sido eso. En la época más joven de mi trayectoria profesional, trabajaba para cambiar las cosas. De hecho, estuve con un grupo independiente, al que algún día habrá que darle el lugar que merece, y no tenía ni siquiera nombre. No buscaba una trayectoria profesional. Entonces pensaba que el teatro y la vida eran la misma cosa. No soy un actor popular, pero no ha sido culpa de nadie. Reconozco que la responsabilidad es mía por no haber favorecido el marketing sobre mi propia persona.

–Volvamos al diván, doctor. ¿España está loca, loca, loca?

–Yo creo que está confusa, confusa, confusa. Hemos convertido el país en un insoportable gallinero donde la gente no nos respetamos y donde aún pensamos, en el siglo XXI, que gritar más es tener más opciones. Sigo escuchando a nuestros representantes públicos hablar de «este gran país que es España». Cuando se lo oigo al presidente del Gobierno, me deprimo. ¿Los resultados de nuestra convivencia social dicen eso? Por supuesto que no. ¿Los de nuestra competencia con otras sociedades? Tampoco. ¿Por qué lo decimos si sabemos que tenemos problemas estructurales de muy difícil solución? Vivimos en un país que hasta hace cuatro días tenía un altísimo porcentaje de analfabetismo. Ahora ya no hablamos de eso, pero sí de falta de cultura: éste no es un país culto.

–¿Qué nota le da a la puesta en escena de las elecciones?

–Un cero patatero. Me avergüenza ver de lo que son capaces de hacer los que pretenden gestionar el bien común para ganar al que está enfrente. La miseria se ha instalado ahí. Ya no hay respeto ni moral. No pienso que todos son iguales, pero los que no lo son parece que tienen que asumir esa tragedia.

–Y este verano, cuando acabe la función ¿se IVA a algún sitio?

–No: el 15 de julio me opero de una gravísima lesión en una cuerda vocal. De modo que tendré que estar 30 días como mínimo sin decir nada. Voy a dedicar mis vacaciones, con IVA, a callarme. Con mis árboles hablo sin necesidad de emitir sonido.