Teatro

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La alta comedia se llama Arturo Fernández

El actor estrena en el Teatro Amaya junto a Carmen del Valle una obra sobre el amor y sus reveses de la que es intérprete, productor y director

Arturo Fernández junto a Carmen del Valle, en un momento de la representación
Arturo Fernández junto a Carmen del Valle, en un momento de la representaciónlarazon

El actor estrena en el Teatro Amaya junto a Carmen del Valle una obra sobre el amor y sus reveses de la que es intérprete, productor y director.

Todo el verano, que se dice pronto, ha estado con «Alta seducción». En Valladolid y en San Sebastián ha pulverizado récords. Y en Alcalá de Henares se lamentaba el alcalde de los pocos días de función porque el público le pedía más Arturo Fernández. Los nervios del estreno los deja aparcados el galán eterno, que jamás ha perdido el respeto al escenario. Ahí es donde se mueve con soltura, la que dan los cincuenta larguísimos años que lleva sobre las tablas. Exactamente 57. Y es que tablas tiene muchas. Le sobran. En esta comedia que lleva implícito un alto porcentaje de risa y carcajada –y otro tanto también de silencio y reflexión–, se viste de Gabriel, un diputado de poca monta (así lo define él) que no quiere aceptar su edad, un «maduro madurísimo» que quiere encandilar a una mujer a la que triplica la edad. Un punto inconsciente, un fanfarrón que cree, solo cree, que se las sabe todas. Y ahí, en ese «casi», es donde entra en escena Carmen del Valle. La química entre ambos ya quedó demostrada en «La montaña rusa», obra que inauguró esta feliz unión y con la que cosecharon grandes éxitos. Se habla aquí de seducción, con clase tratándose de quién es el protagonista. Y de un cazador que resulta ser cazado. De un político entrado en años y de su nueva conquista, Trudi.

El patio de butacas se entrega desde el mismo momento en que el telón se levanta. Ríe las ocurrencias del actor, jalea sus diálogos y vive la función a su lado. Actor, productor y director de esta obra escrita por María Manuela Reina expresamente para él (que estrenó en 1989 en el Teatro Reina Victoria con una entonces muy joven Cristina Higueras), Arturo Fernández está en plena forma –no hay más que verle cómo se calza de pie sin trastabillar unos pantalones, que no es cosa baladí– y no piensa aparcar la profesión. Se quiere, se gusta y se siente orgulloso de sí mismo y feliz. No se puede pedir más porque el espectador se lo recompensa. España no es la misma que en el año en que se estrenó, para nada, de ahí que se hayan introducido algunos cambios en el texto sobre el momento actual que son bien recibidos. Aunque en el fondo, quizá no hayamos cambiado tanto.

A pocos actores les sienta como un guante el esmoquin. Él lo luce como si se tratara de su prenda habitual, pues parece que cada día al levantarse se enfundara uno. No en vano asegura que para representar alta comedia hay que saber estar, sentarse y coger una copa, que suele ser de champán. Saber decir un texto también resulta indispensable. Y él lleva un master hecho en este difícil arte cada vez más en desuso.

Las dos horas que se mantiene el intérprete en escena las pasa el público como en un suspiro. Y después, cuando cae el telón y buscan al actor en el camerino para decirle que es el mejor le echan en cara lo poco que dura. «Se nos ha hecho tan corta» es frase habitual. Y él lo agradece porque es señal evidente de que han disfrutado de la función. Al galán le esperan a la salida pero también tiene una nube de público que le quiere ver entrar. Lo hace a las seis de la tarde, como un ritual. Y allí, en su camerino se prepara para meterse en la piel de este personaje que poco o nada tiene que ver con el intérprete, a quien todavía, a pesar de los años de profesión, sigue abrumando ver que el público le aplaude y le despide puesto en pie.

Es Arturo Fernández un clásico, un valor seguro en la comedia que solo en una ocasión tropezó porque la obra que se empeñó en representar era seria. Decidió enmendarse. El éxito es suyo.