Teatro

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«La maratón de Nueva York»: Corriendo a tontas y a locas

«La maratón de Nueva York»: Corriendo a tontas y a locas
«La maratón de Nueva York»: Corriendo a tontas y a locaslarazon

Precedida de un notable éxito internacional –desde su estreno en 1993 ha sido traducida a 17 idiomas y representada en medio mundo–, llega ahora a los Teatros Luchana esta obra del dramaturgo italiano Edoardo Erba que desgraciadamente, al menos en esta puesta en escena que aquí puede verse, promete mucho más de lo que ofrece.

El punto de partida es original: dos amigos que se preparan para participar en el maratón de Nueva York conversan durante uno de sus entrenamientos acerca de sus objetivos en la carrera, su relación, la propia vida... Toda la acción de la obra se desarrolla durante ese entrenamiento, por lo que la función presenta la particularidad de que los dos actores están obligados a correr permanentemente en el escenario, aunque sin moverse del sitio, mientras dialogan. Como digo, la génesis es interesante, y no solo en la forma, sino también en el fondo, ahora que tantas personas parecen encontrar en el running casi un sentido a la vida.

Sin embargo, la historia no llega a funcionar en ningún momento. Y no lo hace porque el texto suena demasiado artificioso en boca de unos personajes que se antojan engolados en su interacción, carentes del atractivo dramático que se les podría presuponer. Cierto es que el público descubrirá al final que el argumento tiene un sentido mucho menos realista y más simbólico que el que probablemente le había dado a priori; pero no es este un motivo lo suficientemente poderoso para justificar unos diálogos mal escritos que en algunos momentos sorprenden por su contundencia y falta de sustancia al mismo tiempo. «Yo corro para darle por culo a la vida», dice por ejemplo uno de los personajes, y la supuesta explicación que da a continuación sobre tal asunto –no merece la pena que se reproduzca aquí– resulta por su simplicidad más propia de Rambo que de un drama que busca, sobre todo, conmover al espectador.

Todo es al final demasiado impostado y pretencioso, aunque uno no acierta a saber si el problema reside en el texto original o en la traducción –en los créditos no figura ningún autor de la versión como tal-. Ni siquiera el efectista giro final –por cierto, planteado dramatúrgicamente de una manera bastante confusa– logra impactar emocionalmente con la fuerza que uno intuye que el autor y el director han tratado de darle.

Lo mejor: El voluntarioso trabajo de los dos actores, físicamente muy exigente, para intentar dar algún peso a sus personajes.

Lo peor: Todas las posibilidades del drama se malbaratan por la falta de verdad literaria y escénica a la hora de exponerlo.

Autor: Edoardo Erba.

Dirección: Jorge Muñoz.

Intérpretes: Chechu Moltó y Joaquín Mollà.

Sala Azarte. Madrid. Hasta el 30 de septiembre de 2016.