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Marián Aguilera: «La realidad no significa que los buenos ganen siempre»

Marián Aguilera / Actriz. Es Elmira en «Tartufo, el impostor», el clásico de Molière que ocupa el Fernán Gómez hasta el domingo

Marián Aguilera, actriz
Marián Aguilera, actrizlarazon

Es Elmira en «Tartufo, el impostor», el clásico de Molière que ocupa el Fernán Gómez hasta el domingo

Escrita por Molière, «Tartufo» es un clásico de la literatura dramática universal. La figura del hipócrita y del falso devoto está delineada tan perfectamente que se ha convertido en un arquetipo literario. La compañía Venezia trae «Tartufo, el impostor» al teatro Fernán Gómez, donde estará hasta el 11 de diciembre en versión de Pedro Víllora, dirigida por José Gómez-Friha. Su pretensión es trasladar la historia al momento actual, para poder descifrar esos tartufos que nos rodean. Marián Aguilera, actriz versátil y consolidada en cine, teatro y televisión, es Elmira, la segunda mujer de Orgón, víctima de Tartufo.

–¿Está segura de que se escribió en el XVII? Porque vista su actualidad...

–Ya se sabe que los temas de la personalidad humana vienen de muy atrás. Seguro que desde el primer grupo humano ya habría algún Tartufo por ahí. Otra cosa es que se den circunstancias que parezcan que está escrito en estos tiempos de corrupción.

–¿Podríamos definir lo que es un Tartufo?

–Es una persona egoísta, mentirosa y que sólo mira por sí misma. Alguien que usa la inteligencia para manipular a los demás en beneficio propio. Una persona que no empatiza con nadie, ni con el dolor, ni con la pena, ni piensa en el daño que puede causar. Sólo busca su interés sin conmoverse con nada ni con nadie.

–¿Habrá gente que se sienta identificada?

–A veces nos pasa en pequeñas cosas. La gente no va robando ni quedándose con las pertenencias de nadie. Todos tenemos cosas malas y revisables. Creo que lo natural y lo sano es que cualquiera con cierta madurez se mire un poco, que se vea como en un espejo. Lo que pasa aquí está exagerado, no significa que la obra ponga en relieve el tartufillo que todos llevamos dentro.

–Es algo más serio.

–Habla de una personalidad seria y peligrosa. Nadie está libre de ser un poco Tartufo en algún momento, pero algo mínimo, a otra escala. No todos somos Tartufos, los hay muy gordos y es con ellos con quienes hay que tener mucho cuidado.

–Aparecen las bajas pasiones.

–La traición, la ambición, la voracidad por el dinero, la venganza, el robo, la doble moral... Pasan los años, pero el ser humano cambia. Estas pasiones y bajezas surgen por complejos muy grandes que llevan a comportamientos nefastos. En la mayoría de los casos vienen de trastornos y de la pérdida del criterio de realidad.

–Donde ponen los clásicos el ojo...

–Son clásicos porque son capaces de radiografiar al ser humano. A medida que vas trabajando los personajes, descubres la cantidad de capas que tienen, son un muestrario del alma humana.

–¿Quién es Elmira?

–Soy la segunda esposa de Orgón. Elmira es una mujer con criterio, un personaje que desde el principio está resolviendo problemas y cosas muy dolorosas, las injusticias que les afectan. Es un papel que me va mucho. Lo que ella quiere es una vida normal. Además, al reducir personajes en esta adaptación, hago escenas de otros. Interpreto también a quien le dice a Orgón que abra los ojos para ver a Tartufo, con él descubro los sentimientos de quienes odian a Tartufo.

–¿Aparece el humor?

–El humor nos acompaña todo el tiempo, pero no lo hemos trabajado para sacar la risa. Ésa no fue la intención en ningún momento ni en ningún ensayo, pero luego al ponerla en escena nos hemos llevado la gran sorpresa de su presencia continua.

–¿Es verdad que los colores de los vestidos tienen que ver con el tipo de personaje?

–Sí, eso es. Existe el equipo rojo y el azul. Fue una ocurrencia del director y de vestuario para destacar los que están con Tartufo y los que no. Dice que el rojo es el color del infierno y lo usa para su equipo, y los contrarios, que conocen su fondo oscuro, van de azul.

–¿Cómo es la versión de Pedro Víllora?

–Han trabajado mucho y hecho cambios, no querían hacerlo tal cual. Les atraía hablar de este tipo de personas y para crear la personalidad del personaje se han basado en la obra «Los perversos narcisistas» de Jean-Charles Bouchoux. Además, han recuperado el final original de Molière, que fue prohibido por la censura y se suprimió. Lo han actualizado con muchos guiños a la realidad actual, a lo contemporáneo. A quien conozca el texto habitual le va a sorprender.

–¿Los finales son siempre felices?

–En este caso, no. Con un final feliz la gente se va conforme porque cree que los buenos siempre ganan y ésa no es la realidad. Desgraciadamente, al final, los malos tienen tantas estrategias y tantas ganas de fastidiar que la mayoría de las veces se salen con la suya. Así me parece, incluso, mejor porque te aporta mucho más y te hace salir mucho más alerta.

–¿El teatro es algo distinto?

–Para mí no es el medio lo importante, sino el proyecto. Hay tantas cosas geniales en televisión como malas, igual que en teatro y en cine. Más que el medio, es que coincidan los factores que lo convierten en un proyecto precioso: guión, dirección, compañeros..., aunque nunca se sabe. Buenos y malos productos los hay en los tres medios.

El lector

«Sí, soy lectora de prensa y cada vez más por internet. Antes leía más en papel, pero ahora alterno ya directamente. Para mí es una necesidad, me gusta mirarlo todo, unas cosas detenidamente y otras más por encima, pero me interesa todo. Parece que ya se han acabado los tiempos esos del domingo por la mañana con el periódico sobre la mesa. Ahora aprovechas cualquier momento, en los transportes públicos de aquí para allá, para leer con el móvil. Así estamos muchísimo más informados. Como ahora la cosa está más chirriante miro más de política, pero a lo que voy siempre es a las páginas de Cultura, que es donde aprende uno».