Venecia

Marthaler, la comedia con sangre entra

El controvertido director suizo estrena en la Bienal de Teatro de Venecia la tragicómica «Das Weisse vom Ei / Une île flottante» y recibe mañana el León de Oro por su carrera

Dos matrimonios ridículos protagonizan el montaje «Das Weisse vom Ei / Une île flottante», dirigido por Fran Marthaler
Dos matrimonios ridículos protagonizan el montaje «Das Weisse vom Ei / Une île flottante», dirigido por Fran Marthalerlarazon

«Y», «Casa». Dos palabras quedan flotando en la nada, pronunciadas por una suerte de burgués gentilhombre en femenino y en versión suiza contemporánea. Dos palabras vacías. El ego y la idea de la posesión, viene a decirnos el director helvético Christoph Marthaler, son todo lo que les queda para aferrarse a sus miserables existencias a los decadentes, patéticos habitantes de ese lugar llamado Alta Sociedad –que casi podría ser cualquiera a poco que se descuide– cuando el mundo es tan pequeño como el salón de una mansión cuyos muebles son de quita y pon, como si la mesilla sobre la que te has subido para colgar algo en la pared desapareciera bajo tus pies, o como si los cuadros que representan el rancio abolengo de tu Familia, así, con mayúsculas, sucumbieran ante el empuje inexorable de los versos de Jorge Manrique, aquellos que nos igualaban a todos frente a la parca. «Sic transit gloria mundi». Así desaparecerán ellos y sus torpes cuitas, si bien los dos matrimonios ridículos que protagonizan «Das Weisse vom Ei / Une île flottante» no se han enterado. «No es una comedia, sino el colapso de la sociedad francesa, y también probablemente de la suiza», contó ayer el propio Marthaler en Venecia.

Marthaler protagonizó ayer una charla en la que también participó Malte Ubenauf, uno de los dramaturgos que han trabajado en este espectáculo junto a Eugène Labiche, Anne Viebrock, el propio Marthaler y otros. Sus estirados y tragicómicos personajes fueron el jueves los protagonistas de la primera noche de la Biennale Teatro 2015 de Venecia, un encuentro teatral ligado a otras citas de la ciudad de los canales, como la de Arte o la de Arquitectura, pero con entidad propia y director, hasta este año al menos, español: Álex Rigola.

El director de Basilea recibirá el próximo lunes en una de las sedes de la Biennal, Ca’Giustinian, el León de Oro por toda su carrera. Y acude a Venecia demostrando por qué está entre los registas consagrados del viejo continente: su «île flottante» es un retrato cáustico de unas relaciones sociales «naturalizadas».

Enamorados casposos

La historia de dos enamorados algo repulsivos y casposos, Emmeline y Frédéric, y sus respectivos padres, los señores de Malingear y de Ratinois, preocupados por qué beneficio social obtendrá cada familia con el matrimonio. Por describirlo de algún modo, pues más allá de lo narrativo, Marthaler crea una experiencia inquietante de teatro del absurdo, de clown, de expresionismo, en el que sus criaturas repiten frases, demoran las palabras y realizan movimientos mecánicos obligados por la necesidad de aparentar en el entorno constante de un salón demodé, plagado de vajillas, pequeñas estatuas y animales disecados. El resultado es metronómico, casi una coreografía actoral en el que nada falla, con un deslumbrante trabajo técnico e interpretativo. En todos hay una exactitud y un esfuerzo dignos de aplauso, desde el soberbio Marc Bodnar a la chabacana Madame Ratinois de Nikola Weisse, o los papeles pastelosos de Carina Braunschmidt y Rapahel Clamer. El montaje es también tan hilarante como asfixiante. El espectador se debate entre la risa, inevitable por momentos, y la repulsión. «Es increíble la cantidad de humor que puedes encontrar en algo ordinario, en el mundo cotidiano, cuando la gente falla en sus tareas, una mesa que se cae al suelo, una caída...», explica el director, que no teme acudir al «slapstick» –el humor de golpes y caídas– o a escatología mas infantil para ridiculizar a sus criaturas, seres que chorrean espontáneamente por la nariz y no hacen un aspaviento de más frente al dolor o a la sangre. Marthaler fue críptico al ser preguntado por los significados y el simbolismo de la obra: «No se si quiero responder a esta pregunta porque es un misterio para mí también». Y añadió: «Estos personajes están sangrando, perdiendo su personalidad, y al final sólo pueden comer poliéster. Son ideas que surgieron mientras trabajamos. Las que nos parecían fascinantes se quedaron en la pieza».

Marthaler habló también de otras claves de su trabajo, como la música, tan presente en escena y fuera de ella. Suena Schubert, menciona a Satie y a Monteverdi, bromea con Schuman... «Mi entrenamiento básico es musical. Empece música clásica, pero también experimental. Pero como la música, en determinado momento, no era suficiente para mí, necesité expresarme con movimiento, y por eso me metí en el teatro», aseguró el director.

Cuando acaben estos once días teatrales, Rigola habrá cumplido su tercera bienal veneciana. Al estreno veneciano de «Das Weisse vom Ei» acudieron por ejemplo actores y directores presentes en los cursos y talleres. Allí pudimos ver a la directora de la CNTC, Helena Pimenta, a Darío Facal y a Israel Elejalde, algunos de los participantes en este encuentro.

Ayer esperaba a los espectadores el siguiente montaje de la programación, «Die Ehe Der María Braun», un texto de Fassbinder montado por el alemán Thomas Ostermeier, otro de los nombres imprescindibles de la escena contemporánea europea. Los españoles La Zaranda participan con «El régimen del pienso» e imparten un taller, Lluís Pasqual participa con «El caballero de Olmedo» y otros españoles, Agrupación Señor Serrano, recibirán el León de Plata, además de estrenar en Venecia la pieza «A House in Asia». La lista de grandes nombres internacionales es abrumadora, con Oskaras Korsunovas, que mañana presenta su «Hamlet», Romeo Castellucci, con otro Shakespeare, «Giulio Cesare», Falk Richter, Milo Rau, Jan Lawers & Needcompany, Antonio Latella, Fabrice Murgia, Christiane Jatahy y varios autores y compañías más.

La Zaranda, pata negrísima en versión «prosciuto»

«Mira, esto tienes que verlo, es una provocación». Paco de la Zaranda me conduce por una galería de la Bienal de Arte divertido como un chiquillo. Uno cree que va a ver una provocación en el sentido artístico. Pero no. Ve una pieza, una instalación con un montón de libros que rodean una plataforma sobre la que hay un montón de dinero en billetes arrugados y sin vigilancia. Bastaría con subirse para cogerlos... «¿Ves? ¿Que no es una provocación? Esta mañana he estado por llevarme algunos...», bromea el director. La vida a la manera de La Zaranda es un lugar diferente, sin pensar mucho en el qué dirán. Sin dejarse llevar por las modas y las miradas. Ellos van a lo suyo. Para un amante del buen teatro, una de las satisfacciones de la Biennal 2015 que el jueves arrancó en Venecia es que La Zaranda figure en el programa. Álex Rigola invitó a la compañía jerezana el año pasado para una residencia artística, y de ahí salió «El grito en el cielo», su nuevo espectáculo, que llegará a Madrid en enero de 2016. Ahora regresan al Arsenale para impartir un taller de cuatro días a una veintena de jóvenes dramaturgos, directos y actores y para interpretar su anterior y brillante montaje, «El régimen del pienso». «Esto de los dramaturgos que no trabajan con los actores es una cosa muy rara, ¿no?», dice con sorna Eusebio Calonge, el escritor de la compañía. Habla del taller, frente al que se sienten responsables. «Es fundamental que quede algo y que se le quede a la gente», dice Paco. «Nuestra escuela ha sido nuestra propia compañía, hay poco mas que podamos contar». Pero eso es mucho ya. Hablamos de tres décadas largas de buen teatro, de poesía hecha escenario con una mirada agridulce y simbólica a los rincones más oscuros de la vida. Cómicos en viajes a ninguna parte, geriátricos decadentes y ancianas «taxidermizadas» pueblan su universo. O trabajadores de una empresa kafkiana dedicada a los cerdos que los van despidiendo y los trata como a ganado, como en «El régimen del pienso». Una obra que es pata negra, puro ibérico teatral. Aunque en Italia será más bien «prosciuto». «La burocracia no se dónde es peor –explica Calonge–. Siempre partimos de atmósferas muy amplias, nunca locales». Paco dice que lo han llevado a Philadelphia y también allí se ha entendido bien. «La burocracia es un mal metafísico en cualquier parte», asegura Eusebio.