«Romeo y Julieta de bolsillo»: Tragedia amorosa también para niños

Quizá tratando de convertirlo en sana costumbre, la Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve a aprovechar estas fechas navideñas para crear y formar nuevo público entre los más jovencitos; por este motivo, ha invitado a la Compañía Criolla, procedente de Argentina, a que ponga en pie –en la recién estrenada sala Tirso de Molina, dentro del Teatro de la Comedia– su Romeo y Julieta de bolsillo, el montaje que resultó ganador del certamen Barroco Infantil en el pasado Festival de Almagro. Casi antes de ver la función, uno ya puede intuir que no se lo ha puesto nada fácil a sí mismo Emiliano Dionisi, director del montaje y coprotagonista del mismo junto a Julia Gárriz, eligiendo este clásico de Shakespeare para hacer con él un espectáculo familiar. La razón es sencilla: no parece que sea ésta una obra precisamente para niños. En primer lugar, porque es una tragedia; y, en segundo lugar, porque los sentimientos que experimentan los protagonistas y que dominan toda la trama, si bien pueden resultar atractivos para un público ya adolescente, son todavía desconocidos –y por tanto tal vez incompresibles– para quienes todavía son sólo niños. Este doble hándicap ha obligado a la compañía a realizar algunos esfuerzos muy meritorios que aparecen claramente materializados en su propuesta. El primero se aprecia en un extraordinario ejercicio de concisión argumental que está encaminado a que los más pequeños puedan comprender lo esencial de la historia. Por otra parte, hay un hallazgo dramatúrgico que facilita un tanto las cosas: Dionisi ha recubierto el argumento de la obra propiamente dicha con otra nueva capa teatral, de manera que aquí los protagonistas son dos extravagantes especialistas en Shakespeare que se proponen explicar a su alumnado la obra «Romeo y Julieta». De esta forma, el propósito pedagógico permite que estos adhieran al trágico final del original –aquí suavizado– una especie de «coletilla feliz» en la que triunfa el amor, pues Shakespeare logra que este sentimiento prenda en cualquiera que haya seguido las peripecias de ese Romeo y esa Julieta que él inventó. Por último, los dos actores, que tienen que dar vida a todos los personajes, saltan permanentemente y con agilidad en su interpretación desde los terrenos de la fingida grandilocuencia, a los del disparate tontorrón pasando por los de la reiteración afectada, lugares todos ellos en los que los niños parecen sentirse cómodos para imbuirse del hecho teatral.