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Sin memoria no hay vida

Emma está sola: los totalitarismos de Europa acaban de arrasar su familia y la IIGM ni ha empezado.

Carmen Conesa ocupará, en solitario, la sala Margarita Xirgu hasta el 6 de marzo con este «escenario-patera» en medio de su particular océano
Carmen Conesa ocupará, en solitario, la sala Margarita Xirgu hasta el 6 de marzo con este «escenario-patera» en medio de su particular océanolarazon

Emma está sola: los totalitarismos de Europa acaban de arrasar su familia y la IIGM ni ha empezado.

Simon Wiesenthal quiso contar en «Los límites del perdón» los dilemas éticos y racionales de una decisión muchas veces incomprensible; mientras que en «Max y Helen» dio a una historia de amor el peso de la trama. Hannah Arendt dejó como legado –entre otros muchos– «La condición humana» y su estudio sobre la banalidad del mal a raíz del proceso Eichmann. Primo Levi nos narró el día a día de un campo de exterminio en «Si esto es un hombre». Y Viktor Frankl usó su alma de psiquiatra para analizar en «El hombre en busca de sentido» las fases por las que iban pasando las mentes de los cautivos. Cada uno abordó la situación de la forma que creyó más oportuna. Ellos, prisioneros de Mathausen, Monowice y Auschwitz, se valieron de su propia experiencia en lo más parecido al infierno que ha vivido Europa en el último siglo y Arendt, apátrida durante años, aprovechó su forzada salida de Alemania a mediados de los 30 para ver la situación con perspectiva y terminar convirtiéndose en una de las más influyentes filósofas del XX. Así, a todos les une una particularidad: sobrevivieron para contarlo. Superaron el Holocausto para decir «esto lo sufrí en mis carnes». Lo que no se debe repetir. Esa parte de la Historia que todo el mundo debe conocer y no olvidar jamás. Esto, el contarlo, es una obligación de aquellos que sobrevivieron al 45.

Daño insuficiente

Y así lo considera Emma Blumenthal. Lo ha perdido todo: marido e hijo, además de aquello que fue en la otra vida, en ésa en la que era feliz en un lugar sin peligros, en una Viena heredera del periodo imperial de Francisco José y Sisí que se había levantado tras la Gran Guerra. Daño insuficiente para no tirar hacia delante. «¡Estamos vivos para sufrir!», exclama. «Sabe que si olvida se irá todo. Con recuerdos y odio de alguna manera mantiene viva la memoria de los suyos y también sabe que con el abandono se corre el peligro de repetir los horrores», dice aquella que hace de Emma, Carmen Conesa. La protagonista de «De algún tiempo a esta parte» ha pasado de un cómodo estatus burgués a verse invadida por un oficial alemán en su propio hogar, del que ahora es esclava. Sola. Consecuencia del Anschluss –anexión–, que bien debería haberse llamado «Besetzung» –ocupación–. El mundo que conocía se ve volteado por completo y su estabilidad y sus sueños se transforman en un calvario y un horror en los que se ve obligada a sobrevivir. «Ella –habla la actriz– tiene en su cabeza recuerdos, sensaciones, pensamientos, miedos, esperanzas... Todo junto la mantiene viva para seguir». Para su director, Ignacio García, «lo que ella quiere transmitir es que merece la pena seguir para recordar. Primero, por tener en la mente esas experiencias que hacen de la condición humana algo loable y, segundo, por hacer ver a la sociedad los peligros que nos acechan».

Amenazas ante las que no tiene a sus dos pilares, Adolfo y Samuel, esposo e hijo. Dos pérdidas contradictorias entre sí que golpean la cabeza de esta católica de ascendencia judía. El primero, víctima de los nazis por la represión en Austria, y el segundo, muerto en manos de los incontrolados de izquierdas en Barcelona, donde, presumiblemente, trabajaba para aquellos que terminaron con su padre. O al menos ésa es la sospecha que puede intuir –que no confirmar– Emma: «¿Pudo mi hijo colaborar con los nazis?». Pregunta a la que se unen si las cosas podrán ser como antes o qué sentido tiene el vivir sin recuerdos.

Sin buenos ni malos

Es en este punto donde Max Aub trazó su nexo entre la Guerra Civil española, que conocía, y la Segunda Guerra Mundial, que, sin estallar, ya esbozaba lo que sería en un futuro. «Se mezcla todo. Aub quiso decir que todos los conflictos son iguales. Buenos por el lado de que se defiendan unos ideales y malos cuando hablamos del cómo se hace. De todas formas, en este monólogo no habla de bandos buenos ni malos. Casi ni da nombres, en muchas ocasiones habla de ‘‘ellos y los otros’’», comenta Conesa. «Es una crítica feroz de los totalitarismos, de todos. Además de advertir de la tensión que están provocando los nazis antes de que pase nada. Para Emma, tanto el fascismo como el comunismo radical no son cuestiones políticas, sino un marido y un hijo muertos», sentencia «Nacho» García.

Max Aub, socialista militante, se mete en los ojos y la expresión de Emma para hablar a través de ella y mostrar ese carácter que incomodaba a unos y otros. En «De algún tiempo a esta parte» el dramaturgo también mira hacia los límites de la perversión. «Mediante relatos de la vida doméstica de esta testigo del cataclismo europeo –explica el director– se va viendo a una sociedad cívica que pierde toda ley y cómo los pequeños comportamientos, como el silencio cómplice o el colaboracionismo con nazis de gente sin reparos, terminan promocionando algo de la magnitud del Holocausto». «No te puedes creer qué le puede pasar a gente así. Cualquier ser humano puede dar un traspiés y sobrepasar el límite del monstruo, pero no sabemos dónde está esa línea. Lo importante de todo esto es cómo se puede llegar a tal distorsión de los ideales», añade Conesa.

Límites que sobrepasa, en cierta medida, la protagonista de esta obra con tintes de «Terror y miseria del Tercer Reich», de Brecht, que convierte su rencor hacia todo aquello que ha cambiado su vida en la fuerza que la mantiene viva.