Italia

Toscani recupera la memoria de la guerra

El fotógrafo acaba de publicar su nuevo libro, «I bambini ricordano», en el que reúne instantáneas de supervivientes de la IIGM de un pueblo de la Toscana

«El milagro de la vida» (1991) fue censurado en muchos países por herir la sensibilidad de la gente
«El milagro de la vida» (1991) fue censurado en muchos países por herir la sensibilidad de la gentelarazon

El fotógrafo acaba de publicar su nuevo libro, «I bambini ricordano», en el que reúne instantáneas de supervivientes de la IIGM de un pueblo de la Toscana

Mientras hablamos en el taxi, camino de un sitio más tranquilo en el que empezar nuestra conversación, este fotógrafo sin tiempo defiende, en plena crisis migratoria, que todos los seres humanos tienen derecho a moverse sin fronteras ni restricciones, como los capitales. Y eso simplemente para empezar la charla. Adora España y su pintura, en especial la de Goya y Picasso. Aboga por la protección de los animales, pero recuerda con mucho gusto las corridas de El Cordobés en Sevilla. Para él, un fotógrafo «no es quien sostiene una cámara y se complace de lo bello», sino un testigo de su tiempo. Oliviero Toscani, nacido en Milán hace 74 años, sigue siendo una atractiva mezcla entre humanista y provocador. Bajamos del coche, y empezamos a hablar en un local cerca de la Fontana di Trevi, en el centro de Roma.

«Desde que hay fotografía existe la verdadera Historia. Antes, sólo había palabras. A saber cómo fueron realmente las Cruzadas o las Guerras Púnicas», explica al hablar de cuál es, según él, la auténtica revolución de este medio. Para Toscani, hay una instantánea que es útil y que conserva en sí misma la memoria de la humanidad. Y luego está la que sirve de «complacencia estética y pseudoartística» para las galerías de arte. «Cuando una no sirve para nada, entonces se la denomina fotografía artística. Y hablar de estética en este punto, para mí, es perder el tiempo. La fotografía tiene que ser memoria histórica».

- Sin documentos

No en balde, acaba de publicar su nuevo libro, «I bambini ricordano» –en español «Los niños recuerdan»–, en el que aparecen numerosas fotografías en blanco y negro de personas mayores: «Los retratados son los supervivientes de una localidad toscana, Sant’Anna di Stazzema, que durante la Segunda Guerra Mundial fue masacrada por los nazis. Como no existía ningún documento que probara este exterminio, fui allí y fotografié y escuché a los que entonces eran niños, entre dos y quince años, aquel 12 de agosto de 1944».

Nació, y no por elección suya, en un país sumiso a una dictadura fascista, hermanado con los nazis y enfrentado a los Aliados: «Si mientras caían las bombas durante la Segunda Guerra Mundial alguien me hubiera dicho que 50 años más tarde en Europa habría euro, que viajaríamos sin pasaporte y que mis hijos se casarían con extranjeros, lo hubiera tomado por loco. El mundo e Italia han cambiado completamente. De ahí que me entren ganas de vomitar cuando se habla del cierre de fronteras».

Le pregunto entonces por la cuestión migratoria: «Es de locos, inhumano. Los capitales tienen derecho a dar la vuelta al mundo, pero el ser humano no. Se trata de algo tremendo e incivil. Sin embargo, el recurso más importante del planeta, en el futuro, serán precisamente las migraciones». Para el comunicador, ser «migrante» es algo propio del «ser humano», de modo que para él todos deberíamos considerarnos tales: «Por eso hay que abrir las fronteras y dejar entrar a todos».

¿Por qué, en Europa, se tiende a no afrontar completamente la temática migratoria?, disparo. Toscani: «Porque se tiene el temor de perder algo ante lo diferente, cuando es precisamente una riqueza. El arte, por ejemplo, se basa en la diversidad. Cada persona es diferente, física e intelectualmente. No hay dos iguales en el mundo. Quien quiere ser racista, pretende serlo con el mundo entero, con toda la raza humana».

Oliviero Toscani siempre tuvo claro el querer ser fotógrafo, es más, su padre fue el primer fotorreportero del «Corriere della Sera», precisamente en la Guerra Civil Española. Décadas más tarde, sigue siendo uno de los que mejor entiende y critica a los medios de comunicación: «Hay que imaginarlos como restaurantes donde cada uno quiere vender su pizza. Los medios de comunicación quieren vender lo más que puedan, como sea, con productos espectaculares. Por eso la paz, lo pequeño y lo normal no es interesante: lo que vende es la violencia, el miedo, la sangre y la guerra». Para él, todo tiene una intencionalidad: «Hay que tener presente que más del 95% de lo que conocemos, ha llegado a través de instantáneas. Éstas nos permiten conocer y tener una opinión sobre las cosas. Hasta el punto de que la imagen es más real que la propia realidad».

Si pensamos en célebres retratos recientes, pensaríamos en Aylan, el niño kurdo ahogado en las aguas de Turquía. ¿Qué papel tiene ahí, por ejemplo, el fotoperiodismo? «La fotografía permite colocarnos frente a nuestras responsabilidades sociales. El vídeo es diferente, tiene un comienzo y un final. Aquí se para todo, nos bloquea y nos hace pensar. Aylan nos dejó boquiabiertos. Frente a aquella imagen, quieta, tuvieron que reflexionar: “¿Qué tengo que ver yo con esto? ¿En qué puedo ayudar? ¿Soy responsable? ¿Qué papel tengo?”. Frente a determinadas fotografías no hay vuelta atrás».

- Pasión española

Una de sus grandes pasiones es, indudablemente, España: «La estimo muchísimo, porque además soy un apasionado de su pintura y de su historia de la cultura. Francia es la literatura, Alemania es la música y España es la pintura. Goya es mi inspirador indiscutible». Y, entre sus debilidades, se esconde sobre todo la tauromaquia: «Me fascina: la elegancia, la inteligencia, la fuerza, el estilo, el enfrentamiento, un torero que con su vestuario elimina los géneros y que baila matando, la brutalidad... Un choque continuo de contrastes. Es casi como una religión». No tiene dudas de que hay que protegerla: «Claro que sí, y muy seriamente. He visto corridas en Madrid y Barcelona, pero recuerdo especialmente las de la plaza de toros de Sevilla. Vi allí un par de ellas con El Cordobés –padre–, y fueron fenomenales. La gente se apasiona muy religiosamente; lo cual es muy difícil de explicar a un suizo o a un alemán».

Una de sus antologías más completas, que reúne su trabajo fotográfico, es «Magnifici Fallimenti» –en español «Magníficos fracasos»–. Al preguntarle por qué ese título, explica: «En el fondo, todas las grandes cosas, y también mi trabajo, son unos magníficos fracasos; son buenos, pero podrían ser mejores. Mira el comunismo: las utopías son mucho más bonitas e interesantes, el gran éxito es mediocre. ¿Che Guevara? Un magnífico fracaso. ¿Cristóbal Colón? Apuntaba a la India y descubre América, otro magnífico fracaso».

El impacto de la denuncia publicitaria

Cinco décadas de trabajo después, Toscani reconoce que no es un fotógrafo porque le gusten las instantáneas. En el recuerdo quedan las mediáticas e impactantes campañas que inmortalizó de 1982 al 2000 para Benetton, en las que la polémica y la denuncia estaban servidas.

«Para mí, éste es un medio de comunicación. En las campañas de Benetton, la marca se hizo rica mientras yo, a cambio, me aproveché de la publicidad como herramienta para denunciar. Cuando pensamos en un fotógrafo, no hay que tener en mente a alguien que sostiene una cámara y se complace con ella. Todos sabemos fotografiar. Es el arte más fácil del mundo. Sin embargo, debe estar al servicio de quien tiene algo que decir».