Crítica

Una «Carmen» de dos rombos

La mezzosoprano Anna Goryachova da vida a Carmen en el montaje de Calixto Bieito
La mezzosoprano Anna Goryachova da vida a Carmen en el montaje de Calixto Bieitolarazon

«Carmen», de Bizet. Voces: Anna Goryachova, Francesco Meli, Kyle Ketelsen, Eleonora Buratto, Borja Quiza, Jean Teitgen, Isaac Galán, Mikeldi Atxalandabaso, Olivia Doray, Lidia Vinyes Curtis. Dirección musical: Marc Piollet. Dirección de escena: Calixto Bieito. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. Teatro Real. Madrid, 11-X-2017.

Peculiar por más de un motivo, esta «Carmen» llega al Teatro Real nada menos que dieciocho años después del estreno de la idea original de Calixto Bieito en Peralada y exactamente veinte de la reapertura del Real. Curioso que se anuncie como «producción de la Ópera Nacional de París». Sus razones habrá. Reseñable que se ofrezcan nada menos que dieciocho representaciones, lo que unido al gancho del título y a los varios «cast» combinando estrellas con desconocidos obliga a pensar que el teatro trata de hacer hucha con Bizet, lo que está muy bien, ya que así será posible financiar obras tan complejas como «Soldaten», por cierto el gran reto de Bieito en el Real esta misma temporada. Lo que para muchos no será tan positivo es la parquedad del reparto español con tantas funciones. Pero esto poco importa a los medios de comunicación, centrados en si bandera sí o no o cómo se ha cambiado la escenografía para no herir al público. Un altísimo cargo de Cultura me decía el otro día: «¡Con la de «Cármenes» que hay y han tenido que escoger la de Bieito!». Pero, al final, hasta esto vende y, a fin de cuentas, es lo que quiere el Real con el título. Lo logrará.

¿Qué decir de la obra? Es una de las joyas líricas del repertorio y brinda amplias oportunidades de lucimiento a los cantantes y directores de orquesta. ¡Ay de los registas! Título siempre arriesgado y más en España. Estamos ante uno de los primeros trabajos de Bieito y uno de los mejores, que ha viajado desde Peralada a El Escorial, San Sebastián, Barcelona, París...

Vale cuanto escribí en 1999, calificando a la producción como «valiente, inteligente y polémica. Una ‘‘Carmen’’ muy pensada, fronteriza y marginal, fuera de los tópicos de la castañuela y la pandereta e imagen de otra España, la de Gil –un poco la de Gil y Gil y un mucho la de Gil de Biedma– que nos traslada a Ceuta. Se abre con la dureza de un cuartel legionario. Un soldado en calzoncillos es castigado a correr en círculos a paso ligero, con su Cetme en las manos, hasta desfallecer. Los niños no juegan a los soldaditos, sino que asaltan a la guardia en busca de sustento. La cabina telefónica y un mástil en el que ondea la bandera española componen todo el decorado del primer acto. El segundo, el más discutible escenográficamente, nos lleva a un descampado al que acuden a celebrar un picnic Lilas Pastia, los contrabandistas de tabaco y los legionarios compinchados en ese polvoriento y desvencijado Mercedes marroquí que tantas veces vemos en tránsito por España. El entreacto siguiente nos presenta al maletilla que torea furtivamente, totalmente desnudo, a la luz de la luna. A estas alturas algunos espectadores ya no pueden ocultar su incomodidad. El enorme toro de Veterano le sirve de fondo a Bieito como lo hiciera a Bigas Luna en “Jamón, jamón”. El mural se desploma violentamente, parte del público se asusta, y comienza el drama final. Aquí los hallazgos son muchos, empezando por la supresión del tan problemático desfile de la cuadrilla torera, gracias a un soberbio manejo del coro. Y el asesinato a solas, concentrando el drama. Muchos aciertos, alguna que otra cosa mejorable como provocaciones innecesarias y fácilmente prescindibles: la rubia bañista en bikini con la bandera española como toalla, la bandera que sirve como trapo para limpiar el cristal de un coche o la insinuación de pedofilia». Y terminaba: «Se hablará de esta “Carmen”. Otras recientes, de carton-piedra, ya las hemos olvidado».

Casi veinte años después ya no resulta tan rompedora, a pesar que para eliminar la bandera, ésta se haya sustituido por un exceso de escenas de contenido sexual, con mucho desnudo, felaciones, etc. El Real ha hecho bien con su supresión, dado el panorama político, pero Bieito cae en la vulgaridad con el cambio.

El primer reparto funciona bien, vocal y escénicamente. La combinación de famosos y desconocidos es acertada. La Carmen de Anna Goryachova convence porque su voz de mezzo resuelve todas las papeletas correctamente y aúna una conveniente actuación escénica. Francesco Meli nos gustaba más en el repertorio más lírico de cuando empezó, pero concluye sin problemas a pesar de forzar. Su «flor» recibe ovaciones. Kyle Ketelsen es un Escamillo vocalmente discreto. Los tres comparten una cierta dosis de tosquedad y exceso de volumen. De ahí que la más contenida Eleonora Buratto sea casi la más aplaudida. Suele suceder en papeles como Micalela o Éboli. Homogéneo el resto del reparto. Marc Piollet dirige con pulso, si bien con más decibelios de los necesarios en orquesta y coro. Una cosa es volumen y otra nervio, como bien sabían grandes en esta ópera como Kleiber, Maazel o Karajan. Misión cumplida: habrá lleno diario porque el espectáculo merece la pena y logra crear al final esa rotunda división de opiniones en el apartado escénico que crea interés y polémica.