Historia

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Verdad y leyenda sobre los Reyes Magos

¿Quiénes eran? ¿De dónde provenían? ¿Eran ésos sus nombres? Historiadores y teólogos han intentado desentrañar durante años este episodio que sólo menciona San Mateo

Representación en San Apollinaire Nuovo, en Rávena, de los Reyes Magos con sus nombres
Representación en San Apollinaire Nuovo, en Rávena, de los Reyes Magos con sus nombreslarazon

¿Quiénes eran? ¿De dónde provenían? ¿Eran ésos sus nombres? Historiadores y teólogos han intentado desentrañar durante años este episodio que sólo menciona San Mateo

El evangelista Mateo nos dice: «Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”». Ningún otro evangelista refiere la existencia de los «magos», de quienes San Mateo no dice por cierto que fuesen reyes; tampoco concreta cuántos eran ni mucho menos facilita los nombres por los que hoy son mundialmente conocidos. Entonces, ¿por qué se ha creído a pies juntillas en la existencia de Sus Majestades de Oriente durante tantísimas generaciones, bautizándolos incluso como Melchor, Gaspar y Baltasar, cada cual caracterizado con su peculiar fisonomía y forma de vestir? ¿Qué hay de verdad y de fantasía, pues, en este episodio tan glamuroso de la existencia humana que sigue despertando cada 6 de enero la ilusión en los corazones de tantos niños y adultos del mundo entero?

Astrónomos de Babilonia

Joseph Ratzinger, en su excepcional estudio teológico sobre Jesús, aclara que el concepto de «magos» aplicado a los Santos Evangelios tiene una acepción concreta: alude a un grupo de sabios con un profundo conocimiento religioso y filosófico que ejercían gran influencia en los pensadores griegos; incluso Aristóteles llegó a referirse al trabajo filosófico de los magos. No se trata, por tanto, de magos dotados de saberes y poderes sobrenaturales, como tampoco de brujos ni de embaucadores. Recordemos a este propósito que San Pablo, en los Hechos de los Apóstoles, califica a uno de esos magos llamado Barjesús como «hijo del diablo».

¿Qué más podemos saber entonces sobre los enigmáticos magos citados por San Mateo? El astrónomo vienés Konradin Ferrari d’Occhieppo nos muestra cómo en la ciudad de Babilonia, considerada en tiempos remotos como el centro de la astronomía científica, persistía un reducido grupo de astrónomos en vías de extinción entre los cuales podían figurar los mismos que visitaron a Jesús recién nacido, guiados por la misteriosa estrella. De hecho, según Ferrari, los propios astrónomos babilonios habrían sido capaces de estimar la conjunción astral de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis, la cual tuvo lugar en los años 7-6 antes de Cristo (considerado hoy como la verdadera fecha del nacimiento de Jesús), la cual les habría señalado la tierra de Judá y al rey de los judíos que acababa de nacer allí.

Llegados a este punto, Ratzinger hace una atinada matización: los magos no debían ser sólo astrónomos, pues no todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas cayeron en la cuenta de que había nacido un nuevo rey en Judá. De hecho, para que la estrella pudiera convertirse en un mensaje debía existir y conocerse un vaticinio. No en vano, sabemos por Tácito y Suetonio que en aquella época ya se comentaba que surgiría en Judá el dominador del mundo, predicción que el historiador Flavio Josefo atribuía a Vespasiano. ¿Quiénes eran por tanto los magos que decidieron embarcarse en un larguísimo viaje, guiados por la esperanza en una estrella que les conducía hacia el Salvador? No podían ser sólo astrónomos, sino también sabios y, como tales, buscadores de la verdad a quienes el Salmo 72,10 e Isaías 60 han convertido en reyes a lomos de camellos.

Ratzinger subraya la idea decisiva, a su juicio: «Los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia». Prosigamos ahora con la exclusiva narración de San Mateo: «Y entonces, la estrella que habían visto en el Oriente se colocó delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra».

¿Por qué esos tres regalos y no otros? Según la tradición, en esos dones se ha representado el misterio de Cristo: el oro haría referencia así a la realeza de Jesús, el incienso al Hijo de Dios y la mirra a su misma Pasión. Sin ir más lejos, el propio San Mateo nos dice que Nicodemo, para ungir el cuerpo de Jesús, llevó mirra, entre otras cosas. El profeta Isaías había mencionado ya el oro y el incienso como dones que ofrecerían los pueblos en homenaje al Dios de Israel. He aquí el gran misterio que ya había sido anunciado.

¿Por qué se llaman así?

Por tradición sabemos que los magos procedían de los tres continentes conocidos en aquella época: África, Asia y Europa. Más tarde se les ha relacionado con las tres edades de la vida del hombre: juventud, madurez y vejez. Pero ¿sabemos acaso por qué hoy seguimos denominándolos Melchor, Gaspar y Baltasar? Que sepamos, sus nombres aparecen registrados por primera vez en el célebre mosaico de San Apollinaire Nuovo, conservado en la localidad italiana de Rávena. En esa pieza de incalculable valor histórico, datada en el siglo VI nada menos, se distingue perfectamente a los tres magos ataviados al modo persa con sus nombres en la parte superior y representando distintas edades, según hemos visto: Gaspar es el más viejo, con la barba blanca y portando el oro; Baltasar es el de mediana edad, con el cabello y la barba oscuros; y Melchor, el más joven, barbilampiño y llevando consigo el incienso.