Historia

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Vicente Gil, el hombre que cuidó a Franco

Era su doctor de cabecera, pero la relación médico-paciente terminó desembocando en una leal amistad a la que le dedicó su vida

Vicente Gil y Francisco Franco
Vicente Gil y Francisco Francolarazon

Era su doctor de cabecera, pero la relación médico-paciente terminó desembocando en una leal amistad a la que le dedicó su vida

Era el día del Desfile de la Victoria del 71, acto durante el que Franco debía estar de pie toda la cita, aunque por cuestiones de salud no fuese lo más recomendable. Es por ello que su doctor de confianza, y de cabecera, encargó una silla de caza adaptada para que permaneciera semi sentado sin que nadie lo notase. «Y así fue, el público no se dio ni cuenta», recuerda Vicente Gil, hijo del médico con el que, además del nombre, comparte profesión. Ésta es sólo una de los «centenares» de anécdotas que guarda de la relación entre su padre y el caudillo. Muchas de ellas las escuchó de su propia voz, otras muchas las descubrió rebuscando en las notas que dejó a modo de archivo tras su muerte.

Papeles que ahora guarda como un tesoro y que entonces le abrieron un nuevo capítulo en la vida familiar. Eso sí, «los más importantes se los llevó a la tumba. Seguramente a mi madre le hizo alguna pequeña confesión, pero a mí me han quedado las anécdotas curiosas».

Porque tiempo tuvieron para hacer que la complicidad entre ambos fuera mucho más allá de la simple médico-paciente. Cuatro décadas juntos dieron para mucho, libro incluido: «Cuarenta años junto a Franco» (Planeta, 1981), en el que se relata todo este periodo. Un compromiso «leal» –comenta Vicente Gil–: «Mi padre vivía por la salud de Franco. Iba y venía continuamente al Pardo, daba igual que fueran las seis de la tarde que las tres de la mañana. No vivíamos muy lejos para poder estar siempre en alerta, se conocía la carretera de memoria. De hecho, no tenía casi vacaciones, siempre iba con él. La relación fue tan personal que no tenía vida más allá», apunta. Lealtad que llevó al doctor a cuidar a su paciente en todo momento: «Aunque no fuese su especialidad, sí tenía algunos conocimientos de fisioterapia, por lo que cuando Franco lo necesitaba no dudaba en darle masajes tonificantes en las piernas», comenta.

Vicente Gil todavía recuerda sorprendido «lo mucho» que se cuidaba el el jefe de estado, «hacía una vida espartana –continúa–. Nunca bebió ni fumó. De joven jugó mucho al tenis y después fue mucho de cacería, donde se pasaba el día andando. En estas monterías siempre era el primero en irse a dormir y ése era el el momento que los demás esperaban para desinhibirse y comer todo lo que se podía, porque Franco no pasaba de las verduras y el pescado, y allí la gente era de muy buen comer. Digamos que corría el vino».

¿Su otra gran pasión? La pesca, la cual recuerda el doctor con las notas de su padre: «En una ocasión se capturó un calamar gigante en el ‘‘Azor’’. Franco lo enseñaba y presentaba a los invitados del barco como ‘‘el monstruo’’. Hasta que, de repente, desapareció. Lo buscaron por todo el barco, pero poco tenían que hacer, porque como se descubrió después se lo había comido Andrés Zala, un invitado asiduo al barco y la persona más comilona que mi padre conoció».

Pero todos los tiempos de caza, pesca, deporte y cenas frugales fueron insuficientes contra el tiempo, e, igual que a cualquiera, los años fueron pasando para un caudillo que a partir «del 70 o el 71 comenzó a debilitarse», aunque, sobre todo, «la tromboflebitis que padeció en el 74 fue el hecho que lo precipitó todo», apostilla el doctor Gil. Tras este episodio y ya de vuelta en casa después de haber pasado unos días en el Gregorio Marañón, el médico de confianza de Franco dejó su cargo, por lo que no podría acompañar al jefe de Estado en sus últimos días, 476 concretamente.

Al tiempo volvió a recaer y tuvo que someterse a una segunda operación en la que los Gil, al igual que otros expertos como el cirujano Juan Abarca, coinciden en que si se hubiera procedido de otro modo –haberle quitado el estómago al completo, en vez sólo el 30%, y no haber improvisado una UVI en el Pardo, sino en un hospital con garantías– el general hubiera prolongado algo más su vida.