Crítica

Víctor Pablo Pérez: prueba (del 9) superada

El director hace historia al enfrentarse a novenas sinfonías de grandes compositores con lleno prácticamente total en cada concierto. La nueva edición de «¡Solo Música!», iniciativa del Centro Nacional de Difusión de la Música, fue una fiesta, con largas filas de acceso y una media de edad inusual para el público del Auditorio Nacional.

Víctor Pablo Pérez, dirigiendo ayer la Novena de Beethoven
Víctor Pablo Pérez, dirigiendo ayer la Novena de Beethovenlarazon

El director hace historia al enfrentarse a novenas sinfonías de grandes compositores con lleno prácticamente total en cada concierto.

a desde bastante antes de entrar a la Sala Sinfónica se percibe un espíritu distinto del habitual al acercarse al Auditorio Nacional. No sólo se trata del grupo de metales de la JONDE que a ritmo de fanfarria reciben al público. Ni tampoco la larga cola de acceso, que da la vuelta a la fachada principal. Se trata en realidad de una renovación importante del oyente asiduo que se hace patente hasta en la manera de sujetar las entradas en la mano. Muchos de los abonados de uno u otro ciclo están allí, pero también un buen número de poco habituales y muchos jóvenes, que acceden con un sentido de la sorpresa totalmente distinto. En realidad de eso va este ciclo, de los alrededores de la música, de hacer natural lo menos obvio.

Esa naturalidad, que hace aplaudir entre movimientos o que permite que todo un patio de butacas se levante al acabar Beethoven, es el resultado positivo más visible de un ciclo que es ejemplar en cuanto a las ideas que plantea y a su capacidad de marketing. Todo cabe en una fiesta que suma siempre al frente a un maratoniano director, en esta ocasión Víctor Pablo Pérez. Esa mítica del esfuerzo es muy necesaria para mantener la atención: no sólo se trata de escuchar sino de observar la proeza.

En lo puramente musical hay que precisar que en el ciclo hay, claramente, hermanos ricos y hermanos pobres. No todas las novenas están a la misma altura de atención, interés, mimo o ensayo. En el lado pobre está Haydn y Garay, en el extremo rico Beethoven y Mahler.

Con poca lumbre

El primer concierto arrancó con la Orquesta Sinfónica de Madrid y el Coro Nacional de España interpretando las novenas sinfonías de Haydn y Beethoven. Partiendo del presupuesto de sinfonía poco conocida, la partitura sonó correcta y bien dimensionada pero sin la chispa y el humor que subyace bajo buena parte de las notas del compositor austríaco. Víctor Pablo Pérez hace un clasicismo respetuoso pero no moderno, y la obra pasó con poca lumbre. La muy esperada Novena de Beethoven se construyó sin demasiadas intensidades, llevada con mesura y acentuando algún momento tímbricamente bello pero carente de rabia, miedo o excesos de esperanza. Tal vez la primera ocasión en la que suena la sección de chelos enunciando el famoso himno fue el más bello por el silencio cargado de intención que le precedió. El cuarteto vocal cumplió sin estridencias y con algún apuro aislado en los agudos. El finale, menos trepidante que de costumbre, levantó a todo el patio de butacas en una de esas ovaciones que se ven poco en el día a día del Auditorio. Músicos, coro y director lo agradecieron. En un hall irreconocible por las copas, los canapés, el queso y el jamón situado en expositores, se empezaba ya a hablar sobre si Víctor Pablo Pérez estaba o no dosificando para el Mahler nocturno. Dio sensación más de elección estética que de prudencia física. El segundo concierto tenía en los atriles a la ORCAM y las novenas de Ramón Garay y Franz Schubert. La primera, una obra con poco empaque si se compara con sus hermanas, a la que se sumó la poca precisión de la cuerda en las algunas entradas descubiertas. Con mucha mayor potencia se leyó Schubert, donde se vio al director burgalés intentando levantar el esqueleto cojo de una obra que mantiene algunos problemas estructurales no resueltos que la hacen complicada. Con todo, destacó una buena sección de viento-madera y la búsqueda del detalle. El púbico aplaudió cada silencio y premió a Víctor Pablo Pérez, visiblemente cansado, con una larga ovación. Con más de tres horas y media a sus espaldas, se retiró sin mucho aspaviento. La gente salió feliz de la sala. Qué bien le sienta al Auditorio Nacional el oyente más joven.

Por la tarde, con el interior ya bien caldeado, abrió Mozart con la Orquesta de Radio Televisión Española con una versión muy cuidada, ligera, transparente, animada y clásica de la Novena, obra de un compositor niño. Se entendió bien Víctor Plablo con la formación y hubo abrazos y complicidad al final. De menos a más, porque si no era imposible aguantar el tirón. Así el programa dio paso a Bruckner, nada que ver con los escuchado antes. Acordes desgarradores y poderosos, con ese pre expresionismo que está latente en la obra. El «scherzo» se tocó con una fiereza extraordinaria. Aquí se notó, y se agradeció, el trabajo previo de planificación, pues escuchamos una versión muy importante y bastante trabajada. El auditorio se quedó encantado, tanto que Pérez tuvo que salir a saludar hasta seis veces porque el público le reclamaba. Otra cosa fue dirigir a la Orquesta Nacional de España y hacer doblete con Dvorak y Shostakóvich. Menudos dos toros. Cumplió el director la faena y puso el broche con Mahler, una sinfonía que si no le remató (se le iba notando el cansancio, lógico) le ayudó redondear una faena histórica.