Historia

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Vietnam: EE UU revive su peor pesadilla

Entrevista a Jim Proctor, veterano de la guerra en Vietnam, y al profesor Fredrik Logevall, premio Pulitzer por su libro sobre la guerra. Dos lados de la misma historia, uno lo vivió y otro lo estudio.

Proctor con unos niños vietnamitas durante su vuelta a unas tierras que pisó hace cuarenta años de una manera muy diferente
Proctor con unos niños vietnamitas durante su vuelta a unas tierras que pisó hace cuarenta años de una manera muy diferentelarazon

Entrevista a Jim Proctor, veterano de la guerra en Vietnam, y al profesor Fredrik Logevall, premio Pulitzer por su libro sobre la guerra. Dos lados de la misma historia, uno lo vivió y otro lo estudio.

Hay algo muy obsceno en explorar frente un desconocido la madeja de tus recuerdos. Un furioso rumor de insectos que conviene acotar para que no te devoren. Una trampilla entreabierta a la caverna donde viven los monstruos. Una insurrección de zombies mal enterrados. Jim Proctor, 68 años, lo acepta para hablar por teléfono sobre su experiencia en Vietnam, donde peleó. Corría el año 1969. EE UU chapoteaba en el barro del sudeste asiático. Originario de Jackson (Missisippi), Proctor se había mudado a Chicago junto a sus padres cuando apenas tenía seis años. Huían del sur, de «las leyes Jim Crow y la segregación racial, vigente hasta 1965». Con 19 añitos, en el 69, se alistó en el ejército. Le había tocado el número 8 en la lotería del reclutamiento forzoso. «No era un buen número, y estaba seguro de que me llamarían. Discutí con mi familia la posibilidad de irme a Canadá, como tantos. Pero esa posibilidad, aunque legal, no era muy inteligente. Pensé que tenía más posibilidades de librarme si me apuntaba».

Cumple de guerra

No fue así, y cumplió los 21 en Vietnam. «De diciembre del 70 a diciembre de 71, destinado en muchos lugares a lo largo de la frontera norte de Vietnam del sur. Cuando llegamos nos alojaron en barracones, en grupos de 12 y 14. No tenía nada que ver con cualquier cosa que hubiéramos experimentado en los EE UU. Sí, estábamos bien entrenados, pero no sabíamos qué esperar. Por mucho que te hubieran preparado nunca estás listo para el reto emocional. Entre otras cosas porque mientras entrenas ni existe la posibilidad de que te maten ni matas a otros. Físicamente también era muy duro, la humedad y el calor de la jungla eran terribles. A eso hay que sumarle el enorme peso del equipo que cada uno tenía que transportar, la “roca”, así llamábamos a la mochila, pero en cualquier caso estábamos en forma, y eso que la selva es siempre durísima y hace que enfermes. Pero, ya digo, no hay preparación psicológica para la guerra».

Antes de recibir su bautizo de fuego y metralla estuvo en una base del sur. «Te aclimatabas al país y esperabas a ver donde enviaban a tu compañía. Te ayudaban los veteranos, hasta que tú mismo te convertías en un veterano». Proctor habla sin solemnidad. Alérgico a los adjetivos majestosos con los que algunas crónicas maquillan la muerte. Reconoce que «se creaban unos lazos muy fuertes con tus compañeros, básicamente porque ellos vigilaban por ti y tu por ellos». Su relato vale como antídoto contra la prosa cursi que hace de la guerra un safari heroico. No hay vanagloria en su actitud. Tampoco ira. Más bien una sabiduría acrisolada, hija de unas vacaciones en el infierno. En su verbo hay aceros diurnos y palomas de paz. Cumplió con su deber ciudadano. Volvió a casa. Inauguró un tiempo nuevo.

Si Proctor fue protagonista de un viaje al fin de la noche, inquilino de una centrifugadora con niñas de piel a tiras, fosas comunes, chupitos de napalm y aldeas devastadas, Fredrik Logevall está al otro lado del mismo camino. Profesor en Harvard, ha escrito algunos de los libros fundamentales sobre los orígenes de la masacre. Con especial atención a la guerra que la precedió, entre los nacionalistas acaudillados por Ho Chi Minh y una Francia obsesionada con mantener una «grandeur» colonial que ya entonces se caía a pedazos. Con «Embers of war: The rise and fall: the fall of an empire and the making of America’s Vietnam», Logevall ganó el Pulitzer en 2013. «No es descabellado creer que si el presidente Roosevelt hubiera vivido hasta 1946 habría trabajado para evitar que Francia recuperase por la fuerza el control de Indochina, y quizá hasta hubiera tenido éxito».

¿Triunfó, entonces, una visión contraria a la que apadrinaba el presidente? «Roosevelt se fue a la tumba creyendo que el colonialismo era un sistema moribundo y que los EE UU tenían que situarse en el lado correcto de la historia. Sentía un desdén particular por la actuación de los franceses en Indochina». ¿Y Truman? «Tampoco creía en el colonialismo, pero no estaba tan interesado como su antecesor por el asunto, de modo que hizo la vista gorda ante los primeros esfuerzos militares de los franceses, con lo que, de facto, apoyó a París».

También recuerda que «los estadounidenses consideraban a los franceses un pueblo decadente, que trataba en vano de sostener un imperio colonial, sumido en una empresa retrógrada e inepta. Nosotros, por el contrario, estábamos allí para ayudar a los vietnamitas cuando nos necesitaban, pero había mucho de autoengaño, y poco a poco las autoridades de EE UU comprendieron que la verdad era más compleja y había muchas enseñanzas que extraer de la guerra francesa. Muchos de los problemas que EE UU, experimentó los habían sufrido antes los franceses».

Mejor no recordar

Preguntado por lo que vio, por el horror que repetía en modo sonámbulo el coronel Kurtz, Proctor prefiere «no recordar las experiencias del combate. He sepultado aquellas memorias». Regresó a Vietnam hace dos meses, a Keh Sanh, entre otros tristes escenarios. «La primera vez en 45 años. Viajamos un grupo de veteranos, acompañados por nuestras esposas. Los vietnamitas fueron muy amables y generosos. Visitamos algunos de los lugares donde peleamos. Ha sido una experiencia reparadora. El país es hermoso y la gente nos recibió muy bien, y a los que hemos ido nos ha ayudado a procesar mejor el pasado». Advierte que «No voy a hablar mal de mi país, pero aquella guerra, en realidad cualquier guerra, fue innecesaria». Se confiesa turbado por la situación política internacional. Menciona con indisimulado estupor las aventuras bélicas en Irak y Afganistán.

Tendemos a olvidar que los vietnamitas lucharon junto a EE UU contra los japoneses, y que, según el profesor Logevall, «Ho Chi Minh sentía una profunda admiración por los Estados Unidos». De hecho, y hasta finales de la década de 1940, «creyó que los EE UU le apoyarían en su lucha contra los franceses. Y los agentes de la OSS (la Oficina de Servicios Estratégicos, antecesora de la CIA) que trabajaron con él en 1945 le tenían bastan respeto y admiración, y la mayoría de ellos quería que EE UU respaldara su causa». Aunque la palabra traición quizá sea «demasiado fuerte», Logevall explica que «los nacionalistas vietnamitas tenían buenas razones para creer que Washington haría buenos sus principios, contrarios al colonialismo y favorables a la autodeterminación, oponiéndose a los franceses. El Viet Minh bajo el liderazgo de Ho, de hecho, no estaba especialmente cerca de la URSS en el período posterior a 1945, en parte porque a Stalin no le importaba Indochina, su atención estaba centrada en Europa y, en menor medida, Asia Central, y porque además también desconfiaba de Ho».

«La guerra de Vietnam», concluye Logevall, «es una herida abierta en la política estadounidense, aunque ya no tan grande como en el pasado. Los estadounidenses de cierta edad todavía tratan de digerir la inmensa mortandad y destrucción dl combate, así como sus efectos en la política y la cultura. Para muchos sigue siendo difícil asumir una guerra que consideran que fue inútil desde el principio y de una importancia estratégica cuestionable, y que sin embargo se prolongó año tras año con un baño de sangre».