Cine

Cine

«Wonderstruck, el museo de las maravillas»: La geografía de la memoria

El director adapta un libro infantil en el que se entrecruzan las historias de una niña sorda obsesionada con una actriz del cine mudo en los años 20 y un chico de la década de los 70 que parte hacia Nueva York en busca de su padre

Julianne Moore es una actriz de cine mudo en la cinta de Todd Haynes
Julianne Moore es una actriz de cine mudo en la cinta de Todd Hayneslarazon

El director adapta un libro infantil en el que se entrecruzan las historias de una niña sorda obsesionada con una actriz del cine mudo en los años 20 y un chico de la década de los 70 que parte hacia Nueva York en busca de su padre.

Todd Haynes. Brian Selznick, sobre su libro. Oakes Fegley, Julianne Moore, Millicent Simmons, Jaden Michael. EE UU, 2017. 116 minutos.

Parece que la literatura infantil de Brian Selznick es terreno abonado para reflexionar sobre la naturaleza del cine. Si en «La invención de Hugo» Scorsese abordaba los vínculos genéticos entre el cine de los orígenes y la magia digital, en «El museo de las maravillas» Todd Haynes consigue que el cine silente y el del New Hollywood caminen de la mano en busca de una identidad común, la sinfonía de una ciudad hecha de imágenes sordas, ásperas y bellas. El director de «Lejos del cielo» ha encontrado una hermosa manera de ser fiel a la novela de Selznick sin traicionarse a sí mismo: si las dos historias que el escritor norteamericano desplegaba en paralelo en décadas distintas del siglo XX encontraban su propio modo de expresión –la de los años veinte, en ilustraciones; la de los años setenta, en prosa–, Haynes traduce esa idea enfrentando la expresividad del cine mudo, sin intertítulos, con King Vidor como modelo a seguir, con la imagen texturizada, sonora y en color, de películas como «French Connection». Podría decirse que, con «El museo de las maravillas», Haynes ha firmado la primera película infantil en clave estructuralista. Ya en su ópera prima, «Poison», pistoletazo de salida del «queer cinema» de los noventa, daba rienda suelta a su afición por el análisis semiótico del texto y sus ecos mezclando tres historias que, en apariencia, no tenían nada en común, ni en estilo ni en trama, para articular un discurso riquísimo sobre la angustia de la diferencia. Tanto en «Poison» como en «I’m Not There», su extraordinaria meditación sobre la espectral figura de Bob Dylan

–no digamos en sus memorables aproximaciones al melodrama, «Lejos del cielo» y «Carol»–, Haynes reinterpretaba la forma de géneros y épocas para crear monumentales metatextos que revelaban una preocupación por deconstruir los mecanismos ontológicos del cine. En «El museo de las maravillas», la historia de dos huérfanos sordos que, cada uno en su época, buscan en figuras paternas y maternas un sentido para el mundo es la forma en que Haynes define el sentido último del cine, a saber: una geografía de la memoria por la que pasearse, como quien se pasea por una maqueta en miniatura de una ciudad sin tiempos verbales. El montaje no busca simples oposiciones entre sus dos caminos narrativos. Busca contagios, reminiscencias, huellas. Es una pena que finalmente esas dos odiseas espacio-temporales tengan que coincidir, como obligadas por la fórmula de las películas de vidas cruzadas. Es un final hermoso pero acaso algo forzado por las circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta que el viaje, que incluye una cita explícita al magnífico debut de Todd Haynes («Superstar. The Karen Carpenter Story», ese «biopic» con Barbies) y la irrupción del «Space Oddity» de Bowie en una secuencia hipnótica, es pura magia.

LO MEJOR

Que Haynes se enfrente al cine infantil con el mismo rigor que el resto de su filmografía

LO PEOR

La confluencia de las historias obliga a una clausura más convencional de lo esperado