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Leicester - Sevilla: La epopeya según Shakespeare

El Sevilla quiere poner fin a la increíble historia del Leicester

Craig Shakespeare, en el entrenamiento de ayer junto a Vardy y Fuchs
Craig Shakespeare, en el entrenamiento de ayer junto a Vardy y Fuchslarazon

El Sevilla quiere poner fin a la increíble historia del Leicester

Claudio Ranieri es un antihéroe. Italiano, encima, como tantos de los personajes salidos del magín del William Shakespeare, escritor homónimo de Craig, el entrenador que hoy intentará impedir que el Sevilla se clasifique por segunda vez, y primera en seis décadas, para los cuartos de final de la máxima competición europea. Es sencillo imaginarse al técnico romano como un Romeo que prefiere la muerte al desamor o como un atormentado Otello cuando comprobó que sus futbolistas, consumado el relevo en el banquillo, volvían por sus fueros. Del plantel moribundo que perdió en el Sánchez Pizjuán quedan apenas los nombres. El alma es otra y ésta ha hecho virar el rumbo de un campeón de la Premier que se iba derechito al descenso.

Los güelfos partidarios de Ranieri claman traición, mientras que los gibelinos que defienden al plantel sostienen que el entrenador se endiosó con el inesperado título. El escenario es cien por cien «shakespeariano» y hasta las paronomasias contribuyen con sus travesuras: Vardy se llama el delantero estrella del Leicester y Bardo llamaban al genio de Strat-ford-upon-Avon. El puñal de Jorge Sampaoli, cuyo pelaje lo haría encajar a la perfección en el papel de un Brutus ejecutor, debe poner abrupto fin a la epopeya del equipo de Shakespeare, de Craig Shakespeare, un modesto que ha vivido décadas en las divisiones inferiores y que desea, tras lograr el título más improbable del fútbol contemporáneo, verse en el sorteo del viernes junto a los siete más grandes de Europa.

Los sevillistas invaden la isla con la vocación de Cornelia y Lear con su ejército de mercenarios franceses (cinco van en la convocatoria: N’Zonzi, Rami, Nasri, Ben Yedder y Lenglet), esto es, tomar por la fuerza lo que el bastardo Edmundo se niega a entregarles, con la diferencia de que en el King Power Stadium no se tomarán prisioneros ni llegará Albania con la carta salvadora. Esta noche, el derrotado morirá y, como en el final de Hamlet, «todo lo demás es silencio». No debe haber temor, sin embargo, ya que «los cobardes mueren muchas veces, mientras que los valientes gustan sólo una vez de la muerte».

Debe recuperar pues el Sevilla, que viene de pinchar contra Alavés y Leganés, pero que llevaba dando síntomas de agotamiento mucho antes de esos tropiezos, el espíritu indomable que lo caracterizó durante su recientísimo y glorioso trienio de campañas europea. En el continente, concretamente en Azincourt, se hallaba Enrique V el 25 de octubre de 1415, festividad de San Crispín, y así recreó Shakespeare en el drama homónimo las palabras con las que motivó a su ejército: «Nosotros pocos, nosotros felices pocos, nosotros banda de hermanos; porque aquél que hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano. Por muy vil que sea, este día ennoblece su condición. Y los caballeros ahora en sus lechos de Inglaterra se considerarán malditos por no haber estado aquí y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan hablar a aquél que luchara hoy».

Con frecuencia, en el teatro isabelino, como en nuestro Siglo de Oro, el desenlace de la obra coincidía con el libramiento de un duelo entre el Bien y el Mal, encarnado en los dos personajes principales. Es sólo un partido de fútbol, no Macduff y Macbeth luchando por el trono de Escocia, pero la escena requiere un enfrentamiento de alto voltaje, una batalla sin mañana posible en la que el Sevilla se siente seguro porque durante tres años se han cumplido las profecías de las brujas: ningún nacido de mujer podrá matarte y permanecerás invicto hasta que se mueva el bosque de Binam. Sólo que Shakespeare, William, imaginó la manera de derrotar al ungido con tan fabulosa fortuna; y el otro Shakespeare, Craig, también ha pensado en los conjuros que necesita para seguir escribiendo la Historia.

La despedida de Casillas o Buffon

El 0-2 de la ida en Oporto dejó a la Juventus a las puertas de los cuartos de final. El partido puede ser el último en el que se midan los dos mejores porteros del siglo XXI: Buffon y Casillas. «Espero que pase la Juve, que Iker sea el mejor jugador del partido y que nuestro estadio le rinda un tributo», asegura el mítico portero juventino.