Boxeo

Jerónimo «Jero» García: «Si en el boxeo tragas llegas lejos, y yo no quise»

Nuestro «hermano mayor» relata su biografía deportiva y personal en un libro que acaba de publicar, sin concesiones y directo como una bala.

«Jero» García
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Nuestro «hermano mayor» relata su biografía deportiva y personal en un libro que acaba de publicar, sin concesiones y directo como una bala.

Jerónimo «Jero» García. Un tipo que construye frases con los escombros de la derrota. Su gramática procede del dolor, esa sensación que la mayoría palía con ibuprufenos y que para él solo es una materia literaria. Descendió del cuadrilátero hace años, pero el médico le recomienda ahora que emplee el bucal para escribir. Su combate hoy es con las palabras. Y las elige con tanta fuerza que ha conseguido que el protector bucal sea una prolongación de la estilográfica. Él no conjuga los verbos, los somete, y más de un pretérito imperfecto le ha respondido con un gancho a la barbilla. Algo normal para una persona que concibe la página en blanco como un asalto consigo mismo y que piensa en la redacción como una forja. Lo de «El boxeo es vida, vive duro» (Now Books), su primer libro –escrito junto a Paula Llodrá–, tiene más de arma arrojadiza que de celulosa encuadernada. Cada frase es un navajazo. Prosa sin analgésicos. Ahí lo cuenta todo. Sin excusas. El triunfo, la caída, la soledad, lo que le ha cincelado como persona y, también, como jefe de una tribu. ¿Cuál? La suya, la de La Escuela de Boxeo, que es refugio de chavales, cantera de púgiles y muchas cosas más.

–Hábleme de la derrota.

–La vida no es fácil. No siempre tiene la luz que uno quiere. Si algo sé es que las cosas tienen que ir a peor para después mejorar. La redención es el punto de inicio y en la derrota es cuando empiezas a aprender de verdad.

–Cuando era pequeño, un amigo suyo se clavó en el pie la jeringuilla de un drogadicto en el descampado donde jugaban al fútbol...

–Y al día siguiente regresamos para limpiar el campo de agujas. Ese día dijimos «no» a la droga. He visto muchos enfermos en el barrio, con ese caminar triste que tienen. De esa época nos vino la animadversión a la droga. Enterramos a muchos mayores, amigos de nuestras familias. En mi pandilla no cayó nadie. Pero hubo bastantes entierros. Y esas lágrimas también eran nuestras. Fue muy duro.

–¿Es importante decir «no»?

–En esta vida es importante saber decir «no», sobre todo en esta momento en que la juventud parece anestesiada, que parecen que tienen miedo a decirlo. Pero hay que hacerlo, con respeto, de una forma que no ofenda a nadie. Mi generación aprendió los valores que había en el barrio en la década de los 70 y los 80. Lo que les dan ahora a tantos jónes son antivalores. Yo respetaba a los mayores, a mis padres, a los profesores. Tomábamos decisiones juntoas y las respetábamos porque en la pandilla éramos todos amigos. En la amistad, las decisiones son conjuntas. Ahora los chicos deben aprender a comunicarse. Es importante la inteligencia emocional.

–¿Se arrepiente de algo de su pasado como boxeador?

–No cambiaría nada. No llegué más lejos en el boxeo por una decisión que tomé. No quise tragar. Hoy, si tragas, llegas lejos. Yo no quise. Estuve trece años peleando. Amo cada minuto de ellos. Soñé con ser campeón del mundo. Cuando me sentí boxeador por primera vez, creí alcanzar la plenitud. Una vida sin objetivos no tiene sentido. Y si alguien se propone algo, puede lograrlo. No conviene olvidarlo. Fui boxeador, pero ahora quiero ser el mejor entrenador del mundo. Lo importante para alcanzar la felicidad es transformarse. Si no cambias te vuelves infeliz, porque las circunstancias no son siempre iguales. Yo intento disfrutar de cada instante que conlleva la búsqueda de mis metas. La felicidad no está en el tren, sino en el viaje. Es lo que pienso desde mi filosofía de la periferia.

–Defíname qué es ser persona.

–Alguien que es honesto consigo mismo. Si no eres leal contigo no estás a gusto. Tu autoestima estará baja. A mis púgiles les inculco que tienen que ser boxeadores para ellos, no para los vecinos. No quiero púgiles de portal, sino de verdad, seres humanos, que se adaptan a las situaciones. En este mundo es más complicado saber ganar, que perder. Hay que estar preparados para la victoria y para la derrota.

–¿No ha tenido miedo de expresar sus heridas?

–El hombre es vulnerable. Es más sencillo ponerse corazas, estar enfadado con el mundo. Pero el valiente es el que pide perdón, el que es capaz de llorar delante de los demás. Pero hay que ser honesto con uno. Soy orgulloso, pero siempre antepongo la honestidad y, si tengo problemas, no dudo en pedir ayuda. No hay nada de malo en admitirlo.

–Habla de sus caídas.

–De todas por las que he pasado. No solo las del ring... A mis boxeadores les permito que caigan, pero no les consiento que no intenten levantarse. Deben asumir eso como una filosofía de vida porque se van a topar en el futuro con situaciones muy complejas. Encontrarán piedras en el camino, pero deben aprender a no rendirse. Tienen que ser perseverantes y pacientes para llegar a las cosas. Para lograrlo deben saber sufrir y sacrificarse.

–¿Qué es la escritura?

–Vivir dos veces. Este es un libro de vida, no de boxeo. Pero está escrito a puñaladas.

–¿Persona o personaje?

–Si juntas el alma y el ego tienes un problema. Cuando te disfrazas, y te conviertes en un personaje es para que no te reconozcan, pero corres el peligro de no conocerte ni tú. Y lo más triste es tener miedo de uno mismo. Yo estuve en este cabalgar de juntar la persona y el personaje, y acabé pidiendo ayuda a otros. El amor es una herramienta esencial para equilibrarte emocionalmente.

–En la lona, ¿qué pesa más el corazón o la cabeza?

–El boxeo es control. Tener inteligencia y a la vez saber dirigir el corazón y la pasión.