Atletismo

Beitia, historia en Río

La saltadora corona 26 años en el atletismo con el oro olímpico, la única medalla que le faltaba. Ramón Torralbo, su entrenador: «Es una atleta portentosa»

Ruth Beitia muestra su alegría tras lograr el oro olímpico
Ruth Beitia muestra su alegría tras lograr el oro olímpicolarazon

La saltadora corona 26 años en el atletismo con el oro olímpico, la única medalla que le faltaba. Ramón Torralbo, su entrenador: «Es una atleta portentosa»

Disfruta de una paz interior que se materializa antes de elevarse casi dos metros; cuando, escondida detrás de las gafas, mientras bailan los dedos de la mano derecha, brazo extendido para tocar el cielo, inicia la carrera, zancadas largas de piernas infinitas y ejecuta el Fosbury. Ruth Beitia lleva un ejercicio inmaculado, ni un fallo. Supera el listón en 1,97; tras el suspense, la gloria: campeona olímpica. La medalla que le faltaba es de oro.

Si alguien pregunta por Ruth, la respuesta es obvia: está haciendo historia en Río. Con 37 años, el doble que la estadounidense Vashti Cunningham (18), es la primera atleta española que consigue el oro olímpico. Ha llovido desde que a los once años apareció en su vida Ramón Torralbo, antes que entrenador, atleta y futbolista, su «media naranja», su «cincuenta por ciento» como le llama. No hay en el deporte español un equipo tan longevo y compenetrado. Fue José Antonio, el hermano mayor de Ruth, el que empezó a entrenarse con él por recomendación de un profesor de educación física de los Salesianos, donde estudiaba. Luego se incorporó el resto de la prole Beitia: Joaquín, otro hermano, y a continuación las dos hermanas, Irma y la campeona. El padre, juez de atletismo que ejerció en los Juegos de Barcelona, era empleado de una ferretería.

Familia humilde de Santander, corazón y carácter férreos, unidos por el deporte y entregados a él. Ruth es el estandarte de los Beitia. Descubrió su vocación en la altura y se sometió a una intervención en los ojos para poder saltar sin gafas. Torralbo ha sido su cicerone y tan sencillo que no se da importancia. Tampoco ella. La describe: «Es una atleta portentosa, muy trabajadora, disciplinada en el entrenamiento hasta el punto de que es capaz de entrenar cada músculo. Ahí está parte de su secreto, o de su éxito, porque apenas se lesiona, y es que la calidad de su músculo es extraordinaria».

La croata Blanka Vlasic, lastrada por las lesiones, la última en el tendón de Aquiles, no puede repetir saltos de marca. Este año no pasó del 1,95. En la noche mágica del atletismo español en Río, falló al menos una vez en cada altura y tuvo que conformarse con el bronce. La búlgara Mirela Demireva anotó el error en el 1,93. Chaunte Lowe, la rival americana, que en temporada fue la única en superar los dos metros (2,01), falló dos veces en el 1,97. Las cuatro derribaron el listón de los dos metros y Ruth saltó hasta el Olimpo porque hasta ahí lo hizo perfecto.

Quién se lo iba a decir cuando después de hacer un ejercicio memorable en Londres, hace cuatro años, tuvo que conformarse con la medalla de chocolate. El cuarto puesto fue tan frustrante que, con 33 años, dijo basta. Era diputada del PP en el Parlamento de Cantabria desde 2011; así que decidió entregarse a la política y al patinaje. Pero en Santander llueve las dos terceras partes del año. Veía el pabellón cubierto de La Albericia y después de hablar con Ramón, «¿pero qué haces con lo que llueve? Anda, ven». Y fue. Había conseguido siete medallas hasta cumplido ese primer tiempo. Tras el descanso, empezó el segundo; pero comenzó de manera diferente, sin la ansiedad por ganar, sin presión. «Cuando decidí volver fue para disfrutar, para divertirme. Regrese liberada de cargas». Y así, sin angustias, con la fiabilidad que proporciona «disfrutar de una segunda oportunidad», fue acumulando medallas, en mundiales, en europeos, en pista cubierta y al aire libre, títulos como la Liga de Diamantes, cita que lidera a falta de dos mítines.

En las previsiones de podios españoles, el de Ruth Beitia estaba señalado en rojo porque los resultados de la temporada la situaban en alguno de los escalones. Ninguna de sus rivales acudió a Río «liberada de esa pesada mochila de piedras» que al iniciar el salto frente al listón tira hacia abajo. Gafa de espejo para aislarse del mundo exterior; marcando sonrisa, siempre, mientras el resto mostraba crispación. Ruth extiende el brazo derecho, bailan los dedos, que quieren alcanzar la gloria, la rozan. Hay eco en la mano izquierda, atrás, también juguetea con los dedos. Su serenidad impresiona antes de la carrera. «Los años de su mejor rendimiento, después de Londres, han coincidido con su tranquilidad».

Torralbo sabe cómo motivarla. Le habló de Río, de una medalla olímpica, del summum... «Me engañó así para que volviera». Dibujó el entrenador un horizonte despejado, con un brillo exclusivo hacia el final: «La medalla que me faltaba». Y es de oro. Y parece que el final, lo sugiere Ruth, que está haciendo historia en Río: «No me veo saltando con 41 años», en Tokio 2020. Tampoco se veía en Río 2016.