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La sonrisa de un mito que cambió al Madrid

Los jugadores mantean al entrenador
Los jugadores mantean al entrenadorlarazon

Visto desde Milán un 28 de mayo, el día 3 de enero no fue uno cualquiera en la temporada del Real Madrid. Aquel domingo, el club dio un volantazo definitivo para cambiar su destino y el de dos de sus entrenadores. El empate del primer equipo (2-2) en Mestalla puso a Benítez en la puerta de salida. Al mismo tiempo, Zidane conseguía el mismo resultado en La Roda con el Castilla, en el que, sin saberlo, era su último día tranquilo. El resto de la historia es de sobra conocida y se desencadenó muy rápido. Anuncio de despido de Rafa y presentación de Zizou, que decía estar listo, aunque nunca se estuviera preparado del todo para ocupar un cargo así. El francés había llevado muy poco a poco su carrera como técnico, hasta ese 3 de enero que todo se precipitó para él.

Los futbolistas le recibieron con los ojos muy abiertos, con cara de ilusión le miraban al presentarse uno a uno a sus chicos. En el fondo, además de a su jefe estaban saludando a un mito del fútbol, uno de los mejores jugadores de la historia, que para algunos no había sido otra cosa hasta ese momento que su ídolo. Apretón de manos y sonrisas, convencidos de que el fútbol volvía a entrar por la puerta. Benítez no había sabido conectar con la plantilla. Es un técnico muy metódico que, como dice Ronaldo, quería mostrar hasta cómo chutar el balón o driblar. Su discurso nunca llegó tanto como las primeras palabras de Zidane. Él volvió a poner el foco en los futbolistas, y por eso, en cada conferencia de prensa repite que el mérito de esta temporada lo tienen ellos, los jugadores, que han trabajado muy duro siguiendo a su líder. Él se quita de en medio, prefiere que sean ellos los que se lleven los elogios.

Zidane era un jugador introvertido y un segundo entrenador muy callado. Hablaba lo justo, especialmente con Varane, Benzema y Jesé, cuando era el segundo de Ancelotti. Pero poco más. Al convertirse en el «boss» cambió su piel y se abrió a todos. Largas conversaciones tratando de devolver la ilusión a una plantilla desorientada. Habían perdido el rumbo, que recuperaron con el nuevo técnico. Mensaje sencillo, claro y directo, pero transmitido desde un pasado glorioso como estrella. «Un entrenador que ha sido futbolista enfoca de una manera distinta las cosas respecto a los que no lo han sido», decía hace unos días Sergio Ramos, que también aseguraba que Zizou es «estupendo para nosotros». Poco más se puede añadir, pero todos y cada uno de sus futbolistas lo hacen en cuanto tienen oportunidad. Cristiano pide una y otra vez que se quede, que es el adecuado para hacer un proyecto largo y con un objetivo claro.

Zidane escucha todo lo que le rodea, que es bueno, y más lo será con la undécima, pero no le entra el vértigo. Sabe perfectamente dónde está, un puesto en el que no hay más futuro que la siguiente victoria. «No pienso mucho en lo que puede pasar más adelante, me centro en cada partido y en trabajar cada día con mis jugadores, que es un privilegio». No se postula y ha llegado a ser duro al autoevaluarse. «No he ganado nada y aquí es de lo que se trata», dijo cuando la racha de triunfos en Liga empezaba a subir. El equipo había mejorado desde los empates con el Betis y el Málaga y la derrota frente al Atlético. Sus ideas empezaban a funcionar, pero eso no le movió de su discurso. Hacía unos meses que entrenaba en Segunda División B, un sitio difícil para todos y más para alguien que había sido tan grande con las botas de tacos. Los estadios se llenaban para verle de cerca. Era más famoso que sus futbolistas y aunque él lo eligió como el mejor camino para aprender, también era una trampa si las cosas no salían de la forma adecuada.

De repente, un 3 de enero saltó al primer equipo un técnico sin experiencia, al que en sus propias palabras «le queda mucho por aprender para ser un entrenador importante». Con la ayuda de sus futbolistas ganó 12 veces seguidas en Liga y peleó el título hasta la última jornada y en la Champions fue avanzando hasta llegar a la final, que podía ser la antesala de la Undécima. Dos años antes ganó la Décima con Ancelotti como jefe y la octava fue la de su volea fantástica en Glasgow. Ahora el reto era ganar siendo el máximo responsable y se ha agarrado a la sonrisa y a la normalidad para conseguirlo. «Tranquilos, así vamos a afrontar lo que viene», ha dicho muchas veces. No se pone más presión y tampoco lo hace con sus futbolistas. Tienen tanta calidad que a él mismo le sorprenden en los entrenamientos y todos de la mano han alcanzado el éxito que parecía imposible mediado un curso que empezó torcido.

Zidane ya es el técnico que trajo la undécima al club, sólo con cinco meses en la élite, en los que ha creado un Madrid más sólido atrás y tan contundente como siempre arriba. Cristiano, Benzema y Bale sienten que les da confianza y libertad sobre el césped y el resto corre más convencido y mejor que en la época anterior. En tan poco tiempo, éste es ya el Real Madrid de Zidane, el Madrid que ganó la Undécima en Milán y el que va a seguir mucho tiempo con el francés al mando, que al fútbol siempre le pone una sonrisa.