Ángela Vallvey

Economía moral

Testas relevantes aseguran que habría que legalizar la prostitución. Con esa visión materialista que impera por doquier, dicen: «Esto es algo que ‘‘siempre ha existido’’, ¡aumentemos la recaudación de impuestos para el Estado!, y ‘‘demos seguridad’’ a las mujeres, acabando con las mafias». Primer error: ¿cómo terminarán con el proxenetismo criminal si lo legalizan...?

Los argumentos para «no» legalizar la prostitución son más, y mejores, porque son de orden ético, de sentido común, de «economía moral». La prostitución no es un trabajo, de la misma manera que la esclavitud tampoco lo es. En un mundo moderno como el nuestro –no arcaico, sino supuestamente avanzado–, el trabajo es «el ejercicio de una profesión», por poco cualificada que sea, en condiciones de libertad, seguridad y dignidad. Ningún ser humano que se prostituye cumple esos requisitos. Las personas prostituidas siempre son víctimas del ejercicio de la fuerza y la violencia del cliente y del proxeneta sobre sus cuerpos y su necesidad, cuando no sobre su condición de secuestradas, explotadas y aterrorizadas por las mafias de la trata. La inmensa mayoría de las personas prostituidas son mujeres, son pobres y, en Occidente, inmigrantes, además. Si la prostitución fuese una «profesión igual que las demás», seguramente quienes se proponen legalizarla no tendrían inconveniente en que las mujeres de su familia la ejercieran. Quienes aseguran que «siempre ha existido» muestran una postura inmovilista y retrógrada, niegan que el ser humano sea capaz de evolucionar, mejorar, acabar con la esclavitud y con cualquier vergonzosa inmoralidad, obstaculizan la igualdad, niegan el libre albedrío, y creen que los varones sólo son bestias incontrolables. «Gracias a la prostitución no hay más violaciones»: ¡mentira! Según las estadísticas, las violaciones aumentan donde florece la prostitución. No todo es economía, por suerte. La dignidad humana importa más que la recaudación de impuestos. Por favor...