Crisis económica

Erdogan quiere dirigir la economía a golpe de decreto

«Ha confiscado 10.000 millones de dólares desde julio, que ha transferido a oligarcas cercanos a su partido»

Erdogan quiere dirigir la economía a golpe de decreto
Erdogan quiere dirigir la economía a golpe de decretolarazon

Desde la fallida intentona golpista del pasado verano, la economía turca no ha parado de caer. Una muestra: la inversión extranjera se ha hundido un 50%.

La economía turca empieza sufrir. Los lustros de bonanza son ya recuerdos de un lejano pasado y la crisis está llegando al país al paso que marca la devaluación de su moneda en el mercado internacional de divisas. En apenas unos meses, se ha desplomado más de un 20%, pasando a cotizar a 0,25 euros y 0,26 dólares. Un problema para las empresas grandes y medianas del país, que acumulan su deuda, principalmente, en moneda extranjera.

Desde el pasado 15 de julio, cuando se produjera el fallido golpe de Estado contra el Gobierno del presidente, Recep Tayyip Erdogan, que dejó 241 muertos, la economía no ha dejado de empeorar. Con puño de hierro y guante de terciopelo, como dijera el presidente, la deriva autoritaria se ha impuesto en el país anatolio, que ahora es gobernado bajo el Estado de emergencia y por decreto ley.

Turquía es un mar de incertidumbre. La inestabilidad política y social, unida a la creciente amenaza terrorista –en 2016 unas 300 personas murieron en atentados terroristas– ha provocado el desplome de la inversión extranjera que se ha reducido en hasta un 50%, según señalan expertos. De hecho, las agencias de calificación han llegado a definir a la deuda pública turca como «basura». Ilhami Koç, presidente de la Turkish Capital Markets Association, asegura que, «el clima de inversión en Turquía está nublado por el terrorismo y el intento de golpe de Estado».

Sin embargo, el presidente turco ha aprovechado la delicada coyuntura política y social del país para llevar a cabo un referéndum presidencialista con tintes autocráticos, –como lo definiera el Consejo de Europa– que tendrá lugar el próximo 16 de abril. De obtener el apoyo suficiente, Erdogan pretende, a través de la consulta popular, alcanzar su sueño neotomanista y obtener plenos poderes sobre el Estado, los que ni siquiera tuvo Atatürk, el padre de la patria turca. A partir de 2019 y, durante 10 años, Erdogan podrá gobernar mediante decreto, además de asumir un rol ejecutivo del que actualmente carece. Podrá elegir a un tercio del máximo del órgano judicial, limitar el poder del Parlamento y liderar de nuevo un partido político.

El conocido como «Sultán de Europa» podrá hacer y deshacer a su antojo, también, en los mercados económicos. Tras encarcelar a sus opositores políticos, las purgas masivas han acabado con la carrera profesional de 7.000 académicos que han perdido sus puestos de trabajo; más de 4.000 jueces y abogados despedidos o que han sido forzados a dimitir de sus cargos; 162 periodistas que han topado con sus huesos en la cárcel. Ha ordenado el cierre de 158 medios de comunicación. En total, más de 90.000 personas permanecen detenidas y 130.000 han perdido sus empleos. Los medios de comunicación e, incluso, la comunidad empresarial han sido desmembrados: más de 600 empresas han sido clausuradas y más de 8.000 se encuentran bajo investigación.

Obras públicas

En el terreno económico, Turquía ha confiscado desde el pasado mes de julio cerca de 10.000 millones de dólares (alrededor de 9.250.000 euros) en activos que han sido transferidos a oligarcas cercanos al Partido para la Justicia y el Desarollo (AKP), que lidera el Gobierno. Además, las sociedades cotizadas han sido transferidas al fondo soberano con el que se financiarán las promesas del presidente Erdogan. A las puertas de celebrarse el referéndum, ha prometido construir puentes, túneles ferroviarios, líneas de alta velocidad, así como carreteras que atravesarán el país de punta a punta. Además, sobre plano, se encuentran en marcha la construcción del tercer aeropuerto de Estambul y el segundo canal del Bósforo. Para la ejecución de estos proyectos, se emplearán los miles de millones de dólares en participaciones que tenía el Tesoro turco en grandes compañías cotizadas y que serían transferidos, como anunciara la Gaceta Oficial del Estado, a un fondo de riqueza soberano y a una línea de crédito de más de 800 millones de dólares.

Sin embargo, las expectativas del «Sultán» chocan con la realidad económica del país. Según la agencia de calificación JPMorgan Chase, la lira turca podría acabar 2017 con un tipo de cambio de 3,65 dólares, es decir, unos 3,38 euros.

José María Montiel, inversor del sector de las infraestructuras y miembro de la Junta Directiva de la Cámara Oficial de Comercio e Industria Hispano-Turca, asegura que «en términos de oportunidades de negocio, Turquía continúa teniendo un gran potencial para invertir. Sin embargo, tras el golpe de Estado, la confianza en el país por parte de sus socios comerciales e inversores se ha reducido considerablemente. En los últimos meses, varias agencias de calificación de riesgo han reducido la nota y la lira turca ha perdido valor, lo que ha supuesto que la inversión extranjera directa haya caído cuantiosamente. Tras el referéndum se espera que la situación económica mejore y la confianza vuelva a los mercados».

Por su parte, Ahmet Bakri –nombre ficticio– es CEO de una de las compañías jordanas líderes en el sector servicios con base en Turquía. Conocedor del mercado económico turco, no quiere que sus declaraciones perjudiquen sus inversiones en el país otomano. Bakri explica que «la inversión extranjera directa está prevista básicamente a corto y medio plazo. No tiene impacto estructural en la economía. Turquía es competitiva en muchos campos, entre los que se incluyen la industria y agricultura, que le permiten sobrevivir gracias a las exportaciones. El desafío del país es, no obstante, encontrar nuevos mercados más allá de la Comunidad de Estados Independientes y Oriente Próximo». Desde que comenzara la crisis económica turca y, sobre todo, después de recibir el aluvión de malas calificaciones de las agencias internacionales, el presidente Erdogan se limitó a criticar al Banco Central por «no fijar los tipos de interés real a cero». Por su parte, la respuesta del Banco Central fue la de elevar su tipo de referencia por primera vez desde 2014.

«Turquía sigue siendo un país con un gran potencial en varios sectores y el Gobierno turco continúa con una política intensa de inversión y ejecutando grandes proyectos de infraestructuras. Turquía siempre se ha caracterizado por ser un socio comercial estable en el que los inversores han confiado. En cualquier caso, es cierto que un número considerable de empresas extranjeras han decidido reducir su apuesta comercial en el país. La imagen de Turquía es mala. Esto ha supuesto que la inversión extranjera se haya desplomado en los últimos meses. Más allá de los ataques terroristas o las opiniones de Erdogan, la principal razón detrás de la cautela de las empresas es la inestabilidad y deriva política del Gobierno actual», afirma Montiel.

Las malas relaciones del Gobierno de Erdogan con sus socios occidentales y la fuerza con la que el terrorismo ha penetrado en el país ha provocado que la economía turca se esté aislando de los mercados y finanzas internacionales. «Nuestras empresas están sufriendo restricciones y siguen en pie los vetos a los camiones de transporte turcos», denunciaba al canal de noticias turco Haber, Nihat Zaybekçi, ministro de Economía turco. Zaybekçi se refería a las sanciones económicas impuestas por Rusia a los mercados de exportación turcos y que aún no han sido totalmente elevadas.

La recesión de finales de 2016 golpeó duramente al mercado de las exportaciones y el turismo, que se desplomó en más de un 30 por ciento. La inflación alcanzó el 8% y el desempleo supera ya el 11% de la población activa. Con la ruptura del proceso de paz en el sureste del país y, en consecuencia, la reactivación del conflicto contra del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la sociedad turca vive un momento de asfixia generalizada. La polarización nacional hace sangrar a la economía anatolia.

Según un informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, entre 335.000 y 500.000 personas han sido desplazadas de sus hogares en más de 30 localidades del sureste del país.

«La inflacción se siente de forma increíble. Los precios se han disparado. El transporte público y privado ahora es más caro. Los extranjeros buscan ahorrar o invertir como sea su dinero para preservar el valor y poder obtener algo de ganancia, por ejemplo, cambiando liras por dólares o euros. Hace precisamente un año, los profesores extranjeros ganaban de promedio 700 dólares al mes, (unos 650 euros), ahora son apenas 500 dólares al mes (460 euros). Para los nacionales la situación es distinta, los turcos no suelen invertir en divisas extranjeras. Además, el Gobierno ha recomendado a la población vender todas las divisas de dólares y euros», explica David Herrera, quien recientemente abandonó el país.

La agencia de calificación Moody’s asegura que «las ganancias del sector bancario se verán afectadas en 2017 por el aumento de la morosidad». Sin embargo, la Turquía neotomanista que proyecta Erdogan parece desafiar cualquier expectativa y, especialmente, a Europa. Turquía, según su presidente, ya no puede ser presionada por consideraciones tales como un acuerdo de 6.000 millones de dólares en virtud del cual se comprometió a detener a los migrantes ilegales». Esa es la moneda de cambio de Turquía. Tal y como comenta Bakri, «el capital es ‘‘cobarde’’. Turquía es una potencia emergente y una hegemonía regional en diferentes aspectos. Las empresas no se irán, pero serán cautelosas en cuanto al grado de participación directo en capital y recursos humanos».

El desplome del mercado turístico en Turquía

Turquía ha dejado de ser destino de vacaciones. Los últimos acontecimientos políticos han golpeado a uno de los principales sectores de su economía: el turismo. Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), la caída libre de la industria turística ha supuesto un punto menos de crecimiento del PIB nacional, que se sitúa entorno al 3% estimado para el año 2017.

El turismo supone alrededor de un 3,7% de la economía del país. En el pasado año 2016, solo esta industria fue capaz de generar más de 600.000 empleos, es decir un 2,3% de los puestos de trabajo totales del país. Sin embargo, la oleada de ataques terroristas que desde el año 2015 azota el día a día de los turcos y las malas relaciones entre el presidente Erdogan y sus vecinos ha reducido la actividad de este sector en más de un 30%. Las últimas críticas del presidente turco a Europa, calificando a diversos jefes de estado de «nazis», ha provocado el desplome de las agencias de turismo turcas en el viejo continente. La llegada de turistas europeos, que suponen más de la mitad de las visitas totales del país, se ha hundido. También lo han hecho las agencias turísticas turcas en el mercado ruso. Tras la imposición de sanciones por parte del Gobierno de ese país a Turquía durante el periodo 2015-2016, la llegada de rusos a las costas turcas que se redujo en hasta un 92%, aunque en 2017 parece que están recuperando la confianza y su fascinación por las costas turcas.

Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), una caída total del sector turístico de más de un 10% supondría un descenso del Producto Interior Bruto (PIB) de entre 0,3 y 0,5 puntos, algo que la delicada economía turca no puede permitirse.