Macroeconomía

Europa se queda sin la red de Draghi

Draghi cree que el BCE no puede liderar el cambio y que es necesaria

Europa se queda sin la red de Draghi
Europa se queda sin la red de Draghilarazon

El presidente del BCE ha anunciado que reducirá sus políticas monetarias expansionistas, que han sido calificadas de «no convencionales», para volver a la normalidad. A pesar de ello, no ha puesto fecha para subir los tipos de interés, que se encuentran en su mínimo histórico: el 0%.

Mario Draghi accedió a la Presidencia del Banco Central Europeo (BCE) el día de Halloween de 2011. Por aquel entonces la economía europea daba miedo. Se desangraba por todos los costados y sus rasgos eran los de un muerto viviente. Nadie la quería mirar de frente ni afrontar la complicada tarea de curarle las heridas y restaurar su belleza de los primeros años del euro. Pero Draghi, un romano de educación jesuita que quedó huérfano en la adolescencia, reunió la fuerza necesaria para aceptar con mucha valentía ser el rescatador de la economía continental en plena crisis. Y ha logrado devolverle la vitalidad con programas estimulantes que han supuesto la compra de deuda pública, la bajada de los tipos de interés a mínimos históricos, la creación de liquidez y la concesión de préstamos baratos a los bancos. Sin embargo, la consolidación de la recuperación en 2017 (con un aumento del 0,7% del PIB europeo en el último trimestre) ha hecho que Mario Draghi se sienta satisfecho con la labor realizada y ha anunciado el fin de la expansión monetaria del BCE.

Las políticas de la institución que llevan por nombre «Quantitative Easing» (QE – Flexibilización cuantitativa–) y «Long-term Refinancing Operation» (LTRO –Operaciones de Refinanciación a largo plazo) han sido calificadas, incluso por él mismo, como «no convencionales». Por tanto, su fecha de caducidad era «lo antes posible» para volver a la normalidad financiera. De este modo, Draghi ha pulsado el botón de reinicio con estas palabras: «Continuaremos las compras en el marco del programa de compras de activos –bonos públicos y privados– al ritmo actual de 60.000 millones de euros mensuales hasta el final de diciembre de 2017. A partir de enero de 2018 se prevé que las compras netas continúen a un ritmo mensual de 30.000 millones hasta que acabe el mes de septiembre del próximo año, o hasta una fecha posterior si fuera necesario».

El catedrático de Economía de Cunef y director de Estudios Financieros de Funcas, Santiago Carbó, manifiesta que lo que se pretende con esta reducción paulatina es «rebajar la liquidez oficial para que vaya aumentando la concurrencia de la liquidez privada y aportar un entorno de tipos de interés más “normal” y menos artificial». Con esta meta sobre la mesa del BCE, Carbó defiende la medida anunciada por Draghi, pues en su opinión «la retirada sólo puede hacerse poco a poco y calibrando cómo reaccionan mercados, corporaciones y economías domésticas. De momento, la respuesta ha sido buena, sin sobresaltos, porque el ritmo que se propone para hacerlo y la posibilidad de revertirlo parecen opciones muy adecudas. Si llega a ser necesario, la reducción de las compras será áun más paulatina o, incluso, podría volver a aumentarse las mismas si fuera preciso».

Principales favorecidos

Era de esperar que el BCE cerrase el grifo cuando el río de la economía estuviese lleno de nuevo, una noticia que ha apagado la sonrisa de quienes han recibido la mayoría del caudal monetario proporcionado por Draghi, los estados. El economista Daniel Lacalle –que en su reciente libro «La gran trampa» cuestiona estas políticas monetarias expansivas– asegura que «las naciones han acaparado de manera desproporcionada el crecimiento del crédito. Mientras, las pequeñas y medianas empresas siguen teniendo dificultades de financiación precisamente porque el BCE incentiva a prestar a grandes compañías y estados».

COMPRA DE BONOS

Así, cuatro de las economías más importantes de la Eurozona se han repartido la mayor parte de los 1.784.133 millones de euros que el BCE ha invertido hasta el pasado septiembre para comprar deuda pública. El organismo ha gastado en 425.544 millones en bonos alemanes, 345.618 millones en franceses, 300.570 millones en italianos y 212.300 millones en españoles. Además, hay que añadir los 192.627 millones que ha dedicado a entidades supranacionales, es decir, compañías privadas, como bancos o eléctricas, y otras instituciones.

La compra de bonos por parte del Banco Central Europeo ha originado que, ahora mismo, el organismo cuente con un balance de activos demasiado grande, y deberá reducirlo con el fin de las políticas expansivas. Daniel Lacalle mantiene que el organismo dirigido por Mario Draghi sudará tinta para deshacerse las compras realizadas para reactivar las economías: «Es una certeza que le costará regularlo. Háganse una pregunta: ¿Quién compraría bonos de Portugal o Italia a estas rentabilidades si el BCE no fuera más de siete veces la oferta de bonos en Europa? Nadie. El BCE ha pasado de comprar bonos que estaban inusualmente baratos por la percepción de ruptura del euro a amasar unos bonos a precios carísimos, completamente fuera de la realidad crediticia de los estados europeos».

Una opinión opuesta tiene Santiago Carbó, quien no contempla ningún riesgo en este balance porque «está dentro de límites bastante razonables para la capacidad de crecimiento y la gestión extraordinariamente sólida del BCE. En las acciones anunciadas no hay cambios traumáticos. De hecho, el principal de muchos bonos adquiridos se va a renovar hasta su vencimiento, para evitar hundimientos de su precio en los mercados». Justo esta es la intención del BCE ante la extrema dificulta de recolocarlos en el mercado financiero. Fuentes del propio organismo señalan que «se guardarán los activos en el balance hasta que venzan, y cuando esto se produzca se invertirán los importes obtenidos». Esta es una más de las medidas que demuestran que Mario Draghi quiere recuperar la normalidad económica del continente con la mayor cautela posible. Así, intentará que la retirada de los incentivos monetarios no altere los mercados con movimientos bruscos y, de momento, parece que se ha tomado el camino correcto.

El próximo final de estas anómalas inyecciones de liquidez para reducir deudas genera ciertas dudas, ya que los estados no han disfrutado del mismo crecimiento económico. «Lo que ahora se propone con la reducción del programa de compras es tratar de ir “retirando la medicación al paciente” para que pueda caminar de forma autónoma», dice Carbó. Y de ahí surge una interrogante: ¿Están todas las economías preparadas de verdad para que el BCE les suelte la mano al acabar con los estímulos?

Carbó es un tanto pesimista porque mantiene que «Europa a día de hoy está difícilmente preprada para terminar con la política expansionista. Hay países, como España, donde la carga de la deuda publica y privada es elevada y los costes de ese endeudamiento aumentarán. También hay que tener en cuenta que empresas y hogares han devuelto cerca de medio billón de euros en España desde 2010, lo que ayudará a que la asunción de tipos de interés más elevados sea más llevadera». En el mismo sentido, Lacalle explica que «el continente no está lo suficiente listo porque sigue anclado en la idea de que los gastos son inamovibles y que los ingresos deben adecuarse a lo que se gasta en vez de al revés, por ello se vuelve adicta a la deuda y no sabe prescindir de estímulos». Además, sostiene Carbó, «España ha hecho un gran esfuerzo y está mucho mejor preparada que Italia, por ejemplo. Aún así, es una pena que se haya parado el esfuerzo reformista y que volvamos a errores como exigir más déficit».

Dudas generadas

Estos fallos estructurales que supone la reducción de la QE y la LTRO forman parte de las sombras que los economistas han encontrado en estas políticas. Cada uno ve en ellas diferentes cabos sueltos. Uno de quienes más han puesto en duda la intervención del BCE es el propio Lacalle. Para él, «la expansión monetaria ha pasado de ser un parche para mitigar un riesgo sistémico a ser un incentivo perverso que perpetúa las ineficiencias, ha hecho que se frene el impulso reformista y se baje la guardia ante problemas de alto endeudamiento y baja productividad. Con ello, el principal obstáculo es que se nubla la percepción de riesgo, ya que los estados se acostumbran a que los tipos sean muy bajos». Y es que el tipo de interés de referencia se sitúa en su mínimo histórico, el 0% desde marzo de 2016, y el BCE aún no ha anunciado que vayan a subir en un futuro reciente. Quizá, esto ha sido lo que más ha sorprendido a todos, sobre todo a los bancos, que esperaban obtener mejor rentabilidad de los préstamos que concediesen en los próximos meses.

La discusión en el panorama económicO sobre estas políticas ha sido contundente. Al contrario que Daniel Lacalle, Santiago Carbó ha abrazado con entusiasmo las decisiones de Draghi. «La cuestión sobre la expansión cuantitativa es que hay poco que reprochar porque era y es la única solución. No hay casi nada con lo que compararlo, pues ha sido un experimento monetario sin precedentes y porque, por el lado fiscal, no ha habido políticas parecidas ni en número ni en magnitud. Lo que sabemos es que, como mínimo, ha aportado estabilidad financiera y monetaria, y ha calmado las primas de riesgo, que no es poco. También ha hecho más llevadera la carga de la deuda de gobiernos, empresas y particulares, y ha reducido mucho la fuerte fragmentación del mercado crediticio y bancario de la Eurozona».

INFLACIÓN

El BCE, tal y como lo explican desde el propio organismo, «tiene como mandato mantener la estabilidad de precios en una perspectiva a medio plazo». No es cosa sencilla cuando el petróleo está costando «dos duros» y las tasas de paro todavía no han regresado a sus niveles anteriores a la crisis, por lo que el consumo no se ha recuperado del todo. Por ello, que se vuelva a normalizar sus políticas monetarias ha agitado a los distintos actores económicos, pendientes de las consecuencias sobre la inflación. Ésta se encuentra en una tasa interanual del 1,4%, según una estimación publicada por Eurostat el 31 de octubre, y ahora el objetivo principal de la retirada paulatina de estímulos en la Eurozona, cuentan en el BCE, «es aumentar el nivel de subida de los precios para alcanzar una inflación inferior, pero cercana, al 2%». Este ratio de inflación es el que comprenden los analistas como el adecuado para Europa.

De este modo, Draghi, que es un veterano en esto de la economía –bien lo sabe su maestro Franco Modigliani–, tiene claro que dejar de inyectar liquidez poco a poco es una herramienta para controlar que las empresas aumenten los precios de los productos y servicios hasta que la inflación alcance el 2%. Una vez esa meta se haya logrado, las políticas monetarias del BCE recuperarán el convencionalismo que han perdido en los últimos años debido a la emergencia de recuperar la economía continental. Algo que a los más puristas, como en todas las materias, no les ha gustado un pelo.

FUERA el pesimismo

Algunos analistas se han puestos en la piel de Nostradamus y han vaticinado en la vuelta a la normalidad un regreso a la inseguridad de los estados, que todavía arrastran restos de la recesión. Y como se suele decir, «es mejor prevenir que curar» –ojalá los bancos hubiesen pensado más en esta frase antes de permitir que la economía se desplomase en 2008–. No obstante, ni Daniel Lacalle ni Santiago Carbó ven motivos para preocuparse a día de hoy. El primero admite que «el alarmismo es ridículo y ha sido incentivado por los que quieren que se perpetúen los desequilibrios. En Europa hubo un problema puntual y sistémico por el miedo a la ruptura del euro. Eso lo generaron los políticos. Pero antes de que el BCE lanzase el programa QE las economías ya estaban saliendo bien de la crisis. Una normalización de la política monetaria no puede ser nada más que positiva». Por su parte, Carbó confía en que Mario Draghi sepa mantener el equilibrio del crecimiento económico del continente. Con ello, destaca que el organismo bancario europeo «está intentando controlar posibles hundimientos en los países. Si hay algún síntoma de debilidad significativa en la economía continental, la política volverá a ser más expansiva. En todo caso, hay que tener en cuenta que Draghi siempre insiste en que el BCE no puede liderar todo el cambio, que es necesaria también coordinación fiscal en Europa y, de momento, ésta no se observa». Vamos, que Draghi rema solo.

Ahora que las cuentas estatales no dan tanto terror porque no tienen un aspecto tan demacrado, eso es lo que asusta a Draghi. Que luego de toda su labor realizada, de abrirle la puerta al dinero para que volviese al ruedo de la economía y ser uno de los artífices de la recuperación, el resto de culpables del funcionamiento de Europa no acompañen correctamente su trabajo. Ahí está Merkel, amiga a veces, enemiga otras, según las medidas adoptadas por el BCE favorezcan o no a Alemania. Él poco más puede hacer, pues ha aplicado todo lo que está a su alcance, con mejor o peor corrección depende de quien lo analice. Las iniciativas tomadas por Draghi se pueden cuestionar, pero es complicado negar que han dado sus resultados, ya que al menos han tapado las heridas que generó el descontrol financiero de los primeros años del euro, y ya Europa no parece un zombie de «The Walking Dead».

El Euribor baja

Cada vez que Mario Draghi habla no sube el pan, como dice la expresión popular, sino que baja el Euribor. Cuando decidió implantar su política monetaria QE, este indicador comenzó a desplomarse, sumando ya casi dos años en negativo. Este fenómeno beneficia a aquellos que tengan contratada una hipoteca, pues pagan menos por ella cuando el presidente del BCE alza la voz. El último ejemplo lo encontramos el pasado 26 de octubre. En dicha fecha, en la ciudad de Frankfurt, el Banco Central Europeo había convocado una rueda de prensa, y todos los periodistas especializados en economía, así como los analistas, ya sabían de sobra a qué se iba a referir el presidente del organismo. Era conocido que anunciaría medidas que afectarían a sus políticas expansionistas, y así fue. Dijo que las reduciría paulatinamente hasta recuperar la normalidad, y sus palabras tuvieron un efecto inmediato en el Euribor. Después de unas semanas de estabilidad, al día siguiente del anuncio del singular italiano, volvió a bajar de nuevo y, así, pasó del 0,183% al -0,184%. Y la caída continuó hasta alcanzar el -0,191%, su mínimo histórico, el 3 de noviembre. Si nos remontamos al pasado, concretamente al 31 de octubre de 2011, cuando Mario Draghi fue nombrado presidente del Banco Central Europeo en sustitución de Jean-Claude Trichet, vemos que entonces el Euribor se situaba en el 2,121%. Es decir, las medidas tomadas durante su mandato han provocado que se reduzca hasta el punto en que los bancos obtienen una rentabilidad muy baja, o ni siquiera la consiguen, a la hora de conceder una hipoteca. Algo que a los alemanes no les gusta porque no tienen muchos débitos que pagar, pero sí a las endeudadas familias españolas.