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El mago de Fuenterrabía

Unai Emery celebra con los aficionados sevillistas la victoria en la final de la Europa Liga ante el Dnipro
Unai Emery celebra con los aficionados sevillistas la victoria en la final de la Europa Liga ante el Dniprolarazon

El técnico vasco, con una oferta del Milan de Berlusconi, pudo dirigir ayer su último partido con el Sevilla.

Veintiocho meses, dos títulos y cincuenta millones de euros en plusvalías de jugadores vendidos después, ¿dirigió anoche Unai Emery Echegoyen su último partido en el banquillo del Sevilla? La respuesta, como diría Bob Dylan, está en el aire. O, más bien, en la cabeza de Silvio Berlusconi o quien quiera que mande hoy en el Milan, el club hecho trizas que se ha dirigido al entrenador vasco para que acometa la reconstrucción que necesita. Si los lombardos llegan con la pasta, y no es un chiste malo con la condición de italiano de los «rossoneri» sino la constatación de que si la oferta económica se pone en los parámetros que merece un bicampeón de Europa, el mago de Fuenterrabía volará. En medio de la euforia desatada por este nuevo título, cundía cierta inquietud entre los dirigentes sevillistas.

El periplo de Emery en el Sevilla no ha sido sencillo. Llegó en enero de 2013 con la misión de detener el declive en que se sumía el equipo bajo la errática dirección de Míchel, esa calamidad. El equipo apestaba a «segundazo», pero el vasco enderezó el rumbo y alcanzó una novena plaza que, por la doble sanción a Rayo y Málaga, se convirtió en una clasificación in extremis para la Europa Liga. Forzado a jugar una ronda previa el 1 de agosto, el Sevilla comenzó la Liga sin chispa ni energía. A finales de octubre era colista y sólo una balsámica goleada al Real Betis impidió que el entrenador engrosase las listas del INEM. A partir de ahí, salvo el accidente de una eliminación copera frente al Racing, la ascensión fue imparable. Con apenas una docena de jugadores hábiles, Unai Emery terminó la Liga BBVA en tromba y conquistó en Turín su tercer título continental.

El reto esta temporada era rehacer un plantel competitivo tras las ventas de Alberto Moreno, Fazio y, sobre todo, Rakitic, el faro que iluminaba el juego del equipo. Con cincuenta millones de euros ingresados y apenas diez invertidos en fichajes, Unai Emery lo volvió a hacer. Lo mismo que cuando en Valencia le vendían a los mejores jugadores cada verano y cada septiembre reinventaba un equipo ganador. La victoria y la clasificación para la Liga de Campeones son el triunfo deportivo. El regalo al club lo dejará, si es que se marcha, en forma de cheques en blanco: Bacca, el goleador al que rescató de la Liga belga; Banega, el desecho de tienta al que ha vuelto a llevar a la selección argentina; los internacionales de nuevo cuño Aleix Vidal y Vitolo, fichados por tres pesetas al Almería y al Espanyol... y Sergio Rico, un portero imberbe que empezó la temporada en Segunda División B y al que ha catapultado hasta los planes de Vicente del Bosque. Existen entrenadores que ganan, lo que está muy bien, y están los técnicos que, además de lograr triunfos, hacen club.