Alfredo Semprún

«El pescuezo no retoña»

Alertaba el ex presidente de Uruguay Enrique Mújica, que de estas cosas sabe mucho, de que en Venezuela se corría el riesgo de un «golpe de militares de izquierda» que daría al traste con lo que queda de la democracia venezolana. Dado que son los generales de la promoción de Hugo Chávez los que detentan el poder de la cúpula castrense, se abren dos posibilidades: que el golpe lo propinen los oficiales jóvenes más puristas, formados desde la Academia en la mística del socialismo bolivariano, o que sea el generalato, harto de la incompetencia de un civil sin estudios como Nicolás Maduro. Ya hay quien recuerda la vieja anécdota de cómo el dictador Pérez Jiménez abandonó el poder. La mejor versión es la del general retirado Carlos Peñaloza, hoy buen historiador y feliz residente en Miami, que nos describe la noche previa de la huida a la República Dominicana de Pérez Jiménez. Cuenta que el dictador, que una vez fue muy popular entre los venezolanos, acababa de dar un pucherazo electoral tan evidente que ya se escuchaba el rumor de los sables en las calles y plazas de Caracas. Analizando la situación, su ayudante, el general Luis Llovera, concluyó: «es mejor que nos vayamos porque el pescuezo no retoña». Y se fueron. Era el 22 de enero1958, año de la recuperación de la democracia venezolana. Pero la tésis que mantiene Peñaloza difiere, sin embargo, de la de Mújica. El ex militar, tal vez expresando deseos, cree que a la caída de Maduro sucederá el retorno a las libertades y al sistema parlamentario, mientras que el viejo guerrillero uruguayo vislumbra el final del inevitable proceso de cubanización. En cualquier caso, ambos dan por finiquitado a Nicolás Maduro, lo que, de momento, parece bastante aventurado. Me explico. En Venezuela el Ejército, que siempre ha tenido buena consideración ciudadana, ha adquirido a lo largo de los años chavistas una posición social hegemónica, como la que, sin ir más lejos, tienen los militares en Egipto. Es decir, los «pacos» venezolanos se han hecho con el control efectivo de la economía del país. Son generales y coroneles quienes dirigen los principales ministerios, el control cambiario de las divisias, las redes estatales de abastecimiento, la vigilancia de los precios y la distribución de las ayudas sociales. Gestionan, además, bancos, cadenas de televisión, las principales empresas públicas –cementeras, centrales azucareras y eléctricas– y, a medias con los cubanos, los puertos del país. A todos ellos les va bien, hasta el punto de que se habla de una nueva «boliburguesía uniformada», pero no puede decirse lo mismo del objeto de su gestión, a caballo entre la ineficacia y la descarada corrupción.Como no parecen muy dispuestos a aceptar su parte de culpa en el desastre, alimentan la campaña de la «conspiración capitalista» y sus fantasmales golpes de estado que están llevando al exilio, a la cárcel o a la tumba a miles de opositores, empresarios y profesionales. Mientras Nicolás Maduro les sea útil, lo mantendrán en el poder, pero si la presión interna y externa se hace insoportable, lo dejarán caer. Siempre, claro está, que Mújica no tenga razón. Hay algunos indicios de descontento, como la deserción a Estados Unidos de nueve militares, todos ex miembros de la Guardia Presidencial,– entre los que se encuentra un capitán de corbeta llamado Salazar, que formaba parte de la guardia pretoriana de Chávez y que está casado con la ex secretaria particular del actual ministro de Economía–, pero sin que, por el momento, nadie sea capaz de evaluar el alcance de la desafección entre los jóvenes oficiales y, lo que es más importante, su orientación ideológica.