Catástrofes y Accidentes

El vía crucis de Sunmaya

Otro bebé víctima del terremoto, junto a su madre, en Katmandú
Otro bebé víctima del terremoto, junto a su madre, en Katmandúlarazon

Con nueve años quedó atrapada por una avalancha de tierra en Rasuwa. Tardó cuatro días en ingresar en un hospital.

Sunmaya Tamang, de nueve años, es una luchadora. La pequeña se retuerce de dolor. El anestésico no le está haciendo efecto. Su tío Som Bahadur se acerca a la cama, la arropa y le da su tigre de peluche. Sunmaya parece haberse calmado por un rato. Lleva la cabeza vendada, los dos brazos escayolados y un fijador externo de tibia. La niña ha sobrevivido a un traumatismo craneoencefálico, tiene una fracturas abierta de brazos y múltiples fracturas en la pierna derecha. Aún habrá que someterla a un par de operaciones más. Que continúe viva es un milagro.

A Sunmaya se la llevó por delante una avalancha de tierra en la aldea de Rasuwa, en la región del Himalaya. Su abuela fue quien la rescató. El terremoto demolió la vivienda, pero el establo se mantenía en pie y se refugiaron allí la primera noche. En el derrumbe de la casa, el bebé de nueve días de su tía Sukumaya murió aplastado. Los padres de Sunmaya se divorciaron cuando era muy pequeña y su madre la abandonó, dejándola al cargo de la abuela y de sus tíos. Al día siguiente del terremoto, su tío Somla cogió para llevársela al primer centro hospitalario que hay en la zona. «La carretera estaba bloqueada y sólo podíamos llegar caminando, así que cargué en los hombros a mi sobrina. Cuando llegamos a Haku Bacy, el hospital se había derrumbado», narra Bahadur. Volvió a cargar a las espaldas con la pequeña y marchó otras siete horas hasta Dhunchae, la ciudad principal del distrito de Thulo Haku. «El hospital también estaba destruido por el seísmo», continúa. Bahadur no se daba por vencido y al ver que helicópteros de rescate estaban sobrevolando la zona en la que se encontraban determinó que estaba cerca del aeropuerto y hasta allí llevó a su sobrina. Un equipo de rescate le practicó una cura de primeros auxilios y después la subieron a un helicóptero y permitieron que Bahadur la acompañara. La pequeña estaba muy asustada.

Cuatro días después de que la tierra temblara en Nepal, Som seguía al cuidado de Sunmaya. Al llegar a Katmandú, la trasladaron al Hospital Militar y por la gravedad de sus heridas y, el miércoles, la ingresaron en el Centro Nacional de Traumatología. Sunmaya tuvo mucha suerte, ya que fue atendida de urgencia y la operó un neurocirujano estadounidense que estaba como voluntario para apoyar al personal médico del hospital. El edificio está colapsado de heridos por el terremoto. Los pasillos y las salas de espera se han transformado en habitaciones repletas de camas para los nuevos ingresados. Además del personal del hospital han venido como refuerzo equipos médicos y de enfermeras internacionales, así como decenas de voluntarios que ayudan a organizar el caos e informar y atender a los familiares que vienen a ver a los heridos. Según los últimos datos aportados por el Gobierno nepalí, son más de 14.000 los heridos que ahora buscan asistencia en los maltrechos hospitales del país.

Junto a la cama de Sunmaya, además de su tío, están otros tres familiares que viven en Katmandú. Ellos también son damnificados del seísmo. Su vivienda en Kistipur se desplomó y ahora están viviendo en un descampado en tiendas de campaña. Las bandejas con comida que traen las auxiliares acaban siempre en los estómagos de los familiares más que de los pacientes, ya que en la mayoría de los casos están malviviendo en los campamentos sin apenas alimentos ni agua. La ayuda internacional llega a cuentagotas. Bastante tienen los heridos con aguantar el dolor o intentar conciliar el sueño en aquella jauría.

Por allí pululan los grupos de voluntarios, periodistas, equipos de trabajadores humanitarios, las familias de los heridos y supervivientes que se acercan en busca de agua o comida. En el edificio de seis plantas sólo está funcionando un ascensor en el que suben los visitantes, los celadores que trasladan a los enfermos con el gotero en una camilla o en silla de ruedas, el carrito de la comida, bidones de agua y cajas de comida. Alma Millán es una enfermera española que lleva varios meses en Katmandú trabajando en un proyecto de educación para niños huérfanos que viven en la calle con la organización Education Foundation in Nepal (Edfon). El colegio donde trabajaba la ONG en el distrito de Bahtapur resultó gravemente dañado por el terremoto y tuvieron que cerrarlo. «Como no podemos seguir con el proyecto y soy enfermera, he venido a ayudar en el hospital. Las condiciones son terribles. No hay ningún tipo de medidas higiénicas», advierte Millán. «Estábamos con una paciente que tiene el brazo totalmente desgarrado y al ponerle un apósito nuevo han utilizado para esterilizar papel de periódico», exclama con asombro. «Hay mucho personal sanitario, pero el hospital está bajo mínimos de suministros médicos», insiste.