Elecciones catalanas

«Me da igual que Cataluña se convierta en un país pobre»

Testigo directo: La Diada desde dentro de la manifestación. La desconexión emocional de buena parte del soberanismo con el resto de España ya es total y difícilmente revertible. Los separatistas están convencidos de que, como rezaba ayer en sus camisetas, la creación del nuevo «Estado» traerá el nirvana

Los organizadores desfilaron uniformados emulando un gran ejército que recorrió ayer la Meridiana pidiendo la ruptura con España
Los organizadores desfilaron uniformados emulando un gran ejército que recorrió ayer la Meridiana pidiendo la ruptura con Españalarazon

La capital catalana vivió ayer una jornada extraña. Mientras miles de barceloneses aprovechaban la Diada para irse de puente, centenares de autobuses, más de 2.000 según la organización, recorrían el camino contrario para traer manifestantes de todas las esquinas de la geografía catalana. Así, la ciudad se vaciaba mientras un reguero de personas se acercaba hacia la avenida Meridiana, donde horas más tarde tendría lugar la manifestación.

A fuerza de practicar, si algo han conseguido los organizadores de la Diada, la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural, es montar manifestaciones que funcionan con la precisión de un reloj. Los 2.500 voluntarios estaban perfectamente ubicados para que a las 17.14 horas, no se les escapa ni un detalle, tuviera lugar el show preparado. Y así, poco antes de las cinco, en la Meridiana no cabía ni un alfiler. La Cataluña más independentista se daba la mano con multitud de turistas que se acercaban a cotillear. «He leído que Cataluña no es España. ¿Pero entonces qué es?», se preguntaba una joven americana.

Mientras en la manifestación, un grupo de adolescentes ataviados con la camiseta oficial de la protesta comentaban ilusionados todo lo que tenían a su alrededor. «Es increíble todo lo que podemos hacer juntos», decía uno. «Es una pena que no lo pongamos en práctica para otras cosas, como la sanidad», añadía su amigo. «No te preocupes, con la independencia lo arreglaremos todo», sentenciaba un tercero. Ante esos argumentos poco se puede añadir. Resulta imposible contrarrestar esa especie de ser mitológico, la independencia, que bajará de los cielos para resolver todos los problemas de los catalanes. Sin ir más lejos, en la camiseta oficial podía leerse buena parte de los anhelos soberanistas. A falta de pedir unicornios de colores, la camiseta rezaba, como si de una carta a los Reyes Magos se tratara, «a la democracia, al mundo, a la sostenibilidad, a la innovación, a la justicia social, a la diversidad, al equilibrio electoral», etcétera. En cualquier caso, no se le puede negar el carácter festivo de la jornada. Las familias catalanas aprovechaban la manifestación para pasar el día en Barcelona, bien fuera para ir al Zoo con los niños o simplemente a pasear. La potencia vocal de un niño de cuatro años gritando independencia es francamente sorprendente. Ante la pregunta de porqué quiere la independencia, el padre del chaval responde con vehemencia: «Estamos hartos del Gobierno de España y de que nos ningunee constantemente. No han querido escucharnos y el único motivo que nos dan para quedarnos son insultos y amenazas. Se acabó». Ante la posibilidad de que eso suponga una salida del euro contesta sin inmutarse «me da igual, me da igual incluso que Cataluña se convierta en un país pobre. No queremos saber nada de España». La desconexión emocional de buena parte del independentismo con el resto del país es total y sin vuelta atrás.

Al ritmo de rumba, a las 17.14 horas se desataba la locura con cuando empezaba a avanzar un puntero gigante portado por varios deportistas, en dirección al escenario situado en uno de los ángulos de la Ciutadella, donde tuvieron lugar los parlamentos y actuaciones.

Un grupo de amigos ha aprovechado para tomarse unas cañas en una terraza cercana. Hablan de política y de los resultados del 27S. Alguien sugiere la posibilidad de un cambio de Gobierno en las próximas elecciones generales que propicie algún tipo de oferta de corte federal para Cataluña. Los cuatro se giran perplejos y comentan que «ya es tarde para eso, España no tiene ningún tipo de credibilidad para hacer ofertas». Además, «seguro que al día siguiente salta Andalucía para impedirlo. Es la misma historia de siempre. Ya no cuela. Las milongas del regeneracionismo español son solo eso, milongas», añade su amigo. Ante la posibilidad de que la Generalitat se sentase a negociar esa oferta, más de lo mismo, «no sentiríamos traicionados, eso no va a pasar».

Y entonces se desató el caos. La magnitud de la manifestación, de cinco kilómetros de largo, obligó a cortar y modificar buena parte de los recorridos de las líneas de autobús. Los coches tampoco circulaban por esa zona de Barcelona y en las paradas de metro se formaron unos cuellos de botella imposibles de sortear. El éxodo habitual de los aficionados del Barça al acabar un partido, caben cien mil almas en el Camp Nou, quedó empequeñecido ante la multitud de manifestantes que, bandera independentista en mano, recorrieron las calles de Barcelona en busca de un método de transporte ante la incrédula mirada de los turistas: «¿Por qué todo el mundo camina en esa dirección? ¿Qué está pasando?».

Quema de banderas españolas

Un grupo de encapuchados quemó anoche una bandera española, una francesa y una europea en el marco de una manifestación de grupos de la izquierda independentista en Barcelona con motivo de la Diada. Varios jóvenes encapuchados y vestidos completamente de negro colgaron dichas enseñas de un árbol y procedieron a quemarlas.