Podemos

Podemos, en «la Corte del Rey Loco»

Los resultados electorales del 26-J cogieron con la marcha cambiada a los dirigentes del partido morado. Iglesias ha levantado un cortafuegos para blindar su liderazgo y protegerse de las críticas

El líder de Podemos,Pablo Iglesias y su «número dos» Íñigo Errejón, el pasado 26-J, en la plaza del Museo Reina Sofía
El líder de Podemos,Pablo Iglesias y su «número dos» Íñigo Errejón, el pasado 26-J, en la plaza del Museo Reina Sofíalarazon

Los resultados electorales del 26-J cogieron con la marcha cambiada a los dirigentes del partido morado. Iglesias ha levantado un cortafuegos para blindar su liderazgo y protegerse de las críticas

Las caras eran un poema. Fue lo primero que pudieron comprobar los periodistas presentes en el madrileño Teatro Goya, elegido por Podemos como cuartel general para su noche electoral. A medida que el recuento iba sumando papeletas y arrojando saldos, la alegría y la expectación daban paso a una sensación de fracaso plasmada en 71 escaños, apenas dos más que en los anteriores comicios del 26-J. Nada que ver con el panorama que pintaban las «israelitas» poco después del cierre de los comicios electorales, donde el «sorpasso» aparecía como un hecho indiscutible. A las once de la noche estaba claro que Podemos no pasaría al PSOE. A diferencia del 20-D, cuando reinaba un ambiente festivo y exultante en el mismo lugar, en el 26-J los rostros de los asesores y del personal de la formación morada dejaban ver que, pese a mantener el tipo, las expectativas no se habían cumplido. Iglesias, franqueado, a cada lado por Alberto Garzón e Iñigo Errejón, no podía ocultar la cruda realidad: la confluencia con Izquierda Unida (IU) tan sólo había reportado dos escaños más. Pero también la fuga de más de un millón de votos. Con esa sensación de fracaso fueron a dormir varios dirigentes de Podemos por más que intentaran exteriorizar otra reacción.

Otros, como el «outsider» Juan Carlos Monedero, optaron por sentarse frente al ordenador y analizar desde su particular visión los errores afrontados por el partido que contribuyó a crear y el porqué de sus resultados. «Una vez más Podemos ha sido rehén del infantilismo y se ha creído las encuestas», arrancaba un artículo del profesor publicado en la misma mañana del 27 de junio. Y, a partir de ahí, Monedero no se mordía la lengua.

Apenas unas horas después de conocerse los resultados electorales, Podemos se convertía en un hervidero vía Telegram. Y no sólo a través de los canales públicos como «Los Muchachos» o «Pueblo Patria» –uno alineado con Iglesias, el otro con Errejón–, donde aprovechaban para reabrir las heridas del pasado mes de marzo a raíz de las protestas contra el secretario general de Madrid, Luis Alegre, y la destitución fulminante del secretario de Organización, Sergio Pascual. Los mensajes llegaron también a los móviles de buena parte de los dirigentes del partido tanto a nivel nacional como local. Por el bien común, algunos prefirieron optar por el silencio y otros se limitaron a reenviar algunos contenidos, en los que no faltaban alusiones a la «Corte del Rey Loco», a personas de confianza.

El principal eje del debate pasaba por valorar si la confluencia con IU había sido positiva o, por el contrario, había lastrado los resultados de Podemos. En ese sentido, el secretario político, Errejón, puso el acento en la necesidad de hacer examen sobre por qué unas confluencias parecían funcionar y otras no. Algo que también suscribió la dirigente de Compromís Mónica Oltra. Lo explosivo de la situación se plasmó cuando el propio Iglesias entró al trapo contestando a la valenciana aludiendo a que algunos intentaban «arrimar el ascua a su sardina» con análisis «a toro pasado».

La respuesta del secretario general de Podemos llamó mucho más la atención por no andarse con contemplaciones con Oltra. Porque no hay que olvidar que ella fue la principal valedora de la confluencia dentro de las filas de Compromís frente a la posición poco entusiasta del Bloc, principal integrante de dicha formación en la que Iglesias no cuenta con simpatías.

«Lo peor es que la cúpula nacional sabía que la confluencia con IU no estaba funcionando porque, entre otras cosas, no había ‘‘feeling’’. Incluso algunos alertaron de que cuadros de Izquierda Unida podían estar trabajando en contra», señalan desde el partido morado.

El intento del círculo más cercano al secretario general pronto quedó en evidencia: levantar un cortafuegos que le salvase de la quema. Como primera medida, se intentó endosar la responsabilidad a una campaña «errática», lo que vendría a repartir responsabilidades con Errejón en calidad de director de la misma. Pero la maniobra no caló porque era demasiado evidente que, desde el minuto uno, el secretario general había sido el primero en representar esos giros.

Sólo así, aseguran fuentes de Podemos, puede valorarse el discurso del propio Iglesias: «Un análisis de su discurso de campaña basta para dejar claro que el primero en ir de un lado a otro fue él». El discurso, desde luego, tenía muy poco que ver con la trasversalidad y el eslógan de «los de arriba y los de abajo». Ambos conceptos fueron liquidados entre definiciones de «socialdemócrata» y elogios a José Luis Rodríguez Zapatero, que desde el entorno de Iglesias justifican como medidas para comerle terreno al PSOE. Si así fue, desde luego no prosperaron.

Las contradicciones llegaron hasta el mismo mitin de fin de campaña. Iglesias, tras autoetiquetarse con la socialdemocracia, sacó a pasear todos los «mantras» de la izquierda procomunista: elogios a Marcos Ana, a La Pasionaria y a Margarita Nelken, exaltación republicana, la épica de los mineros de Asturias... «Aquello parecía una fiesta del PCE de los 70. Los mismos gritos de ‘‘El pueblo unido jamás será vencido’’, las mismas figuras, lo de los mineros que a algunos nos sonó a los de la insurrección de octubre de 1934», aseguran fuentes críticas del partido morado. La versión «iglesista» es que había que compensar a IU-PCE por haber introducido el discurso de patria en el tramo final de la campaña. Desde luego, de nuevo nada en el último acto antes de las elecciones.

Tras el resultado, la maquinaria del secretario general recurrió a un argumentario con varios ejes. Por un lado, vincular lo sucedido con el «voto del miedo» y el Brexit y, por otra, dejar fuera de cualquier crítica a Iglesias. Incluso el número uno marcaba la pauta al difundir la introducción de una entrega de su programa, «Fort Apache»: «La clave fue el miedo a lo nuevo». La línea ya estaba trazada. Ni palabra sobre el carácter «nuevo» de IU, el desgaste de seis meses en las negociaciones tras el 20-D o el del primer año de las «ciudades del cambio».

Tampoco sobre el «infantilismo» denunciado por Monedero que llevó a una euforia generalizada al creerse unas encuestas marcadas por el «oficialismo» del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Lo advirtió Carolina Bescansa pero pocos le hicieron caso.

Y es que el eje del discurso para evaluar lo sucedido está claro: «El miedo a lo nuevo». Ése es el cortafuegos de Iglesias. De ahí que, pese a las críticas, su liderazgo vaya a continuar siendo indiscutible.