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Enrique VIII, Calderón contra el imperio Tudor

La CNTC estrena una versión renombrada de «La cisma de Inglaterra», una tragedia histórica, política y teológica dirigida por Ignacio García

Sergio Peris-Mencheta, como Enrique VIII, y Natalia Duarte como la Infanta María
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La CNTC estrena una versión renombrada de «La cisma de Inglaterra», una tragedia histórica, política y teológica dirigida por Ignacio García

Si hay un monarca en la historia de Inglaterra cuyo nombre, rostro y hechos son bien conocidos dentro y fuera de sus fronteras, ése es probablemente Enrique VIII (1491-1547). El rey de las ocho esposas. El soberano que rompió con la Iglesia de Roma, que se oponía a concederle el divorcio de Catalina de Aragón, en lo que supuso el cisma anglicano. El que después sustituyó a su vez a su objeto de deseo, Ana Bolena, por la vía exprés del patíbulo. La historia nos ha llegado repetidas veces por el cine y la televisión. También por el teatro. La versión más conocida es «Enrique VIII», de Shakespeare –un texto en realidad firmado entre varios dramaturgos; de hecho, Shakespeare no habría escrito más que algunas páginas según los expertos–, que hace unos años estrenó en España la compañía Rakatá y con la que visitó el Globe Theatre de Londres dentro de los actos del cuarto centenario de la muerte del autor inglés. De hecho, fue en el Globe, cuatro siglos antes, donde se estrenó en 1613 aquel drama histórico del bardo de Stratford-Upon Avon, con la mala suerte de que una salva de cañón al final de la obra provocó un incendio que acabó con aquel teatro, que siglos más tarde fue reconstruido a la orilla del Támesis. Lo que no todo el mundo sabe es que Calderón de la Barca escribió otro drama histórico sobre el monarca inglés y los sucesos que acabaron con Catalina repudiada. «La cisma de Inglaterra» (1627) se estrenó trece años después del «Enrique VIII» de Shakespeare. Fue una obra de juventud, la quinta del vate madrileño. Como tal, no está entre las más representadas. Al margen de su estreno, sólo ha conocido dos producciones, ambas a finales del siglo pasado: una de Manuel Canseco en 1979 y otra de Zampanó Teatro en 1991. La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) la estrena esta semana en el Pavón en una producción con director invitado, Ignacio García, y en versión de José Gabriel López Antuñano, convertida en «Enrique VIII y la cisma de Inglaterra». Sobre la escena, Sergio Peris-Mencheta como el monarca inglés, acompañado de Pepa Pedroche (Catalina de Aragón), Mamen Camacho (Ana Bolena), Joaquín Notario (el cardenal Volseo), Sergio Otegui (el embajador de Francia), Chema de Miguel (Tomás Boleno) y Emilio Gavira (Pasquin), entre otros intérpretes.

«Es una de las grandes obras de juventud de Calderón, un texto magnífico, y además abre un debate sobre eso que dicen de si parte del teatro del Siglo de Oro es hoy irrepresentable. Yo creo que no lo es, más si se cuenta con los medios de la CNTC», explica García, director español instalado a medio camino entre México y nuestro país –a uno y otro lado del Atlántico estrena teatro, zarzuelas y óperas, como «L’elisir d’amore», ayer mismo en Valladolid– y que debuta en el Clásico (donde había, eso sí, dirigido una lectura dramatizada antes). García asegura que para él «era muy importante construir un doble mundo: cómo la España del siglo XVII mira a la Corte de los Tudor, ahora que está tan de moda con la serie». Es la única referencia a la televisión en un discurso culto que habla de la luz de Zurbarán y Ribera en la puesta en escena –con la iluminación de Paco Ariza, el vestuario de Pedro Moreno y la escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso– y de la música de época empleada: zarabandas, gallardas, pavanas... Entre esas piezas, varias composiciones del propio Enrique VIII, rey ilustrado antes de la Ilustración que fue poeta y músico.

«Queríamos hacer tres obras en una –prosigue García–. Calderón hace un drama religioso, deslegitimando todo lo que tiene que ver con la Iglesia anglicana, pero no nos parecía interesante hoy centrarnos en eso. Hay una parte sobre la ambición humana y las relaciones de poder. Eso empezaba a interesarnos: cómo la parte pública y la privada se mezclan y cómo Calderón estrena esto en la corte de Felipe IV, para advertirle de los lobbies de poder y de la creciente influencia de su gran valido, el conde duque de Olivares. Y ahí vamos al centro de la cuestión. La tercera temática era la política y es la que quisimos poner en el centro de la cuestión: ¿qué responsabilidad tiene un gobernante con sus ciudadanos? Espero que les suene», deja caer el director, que recuerda que acabamos de asistir al Debate sobre el Estado de la Nación. «Para nosotros el tema era ése», resume García

Estructura compleja

El director no comparte el interés en la controversia entre reformismo y contrarreformismo, el defendido por el autor. «Pero las preguntas de Calderón son llamadas a la conciencia. Calderón se lo pregunta: ¿sufre un gobernante cuando destruye un país?». Y asegura: «Calderón le hace decirlo a Enrique VIII porque la altura es infinita, incluso con el adversario. No hace un Enrique pérfido, sino que tiene cultura y sabe que se equivoca».

Apunta López Antuñano que en este «Enrique VIII» está «hay una estructura que tiene su complejidad. Nos parecía importante atacarla, pero respetando dos puntos: no nos interesaba tanto el drama histórico sino la reflexión sobre el poder. No tanto el problema teológico, sino poner el foco en Enrique VIII. Había que expurgar muchas cosas y dejar algo que en Calderón y en esta obra es muy importante: la enjundia que tienen los personajes. Tienen sus reflexiones, inquietudes, dudas existenciales, ambiciones, todo un mundo por debajo muy importante». Y añade: «Nos estamos olvidando de los dramas históricos de Calderón. Despojados de mucha hojarasca, ¿no habrá muchos temas en ellos que sean hoy contemporáneos?».

Para Sergio Peris-Mencheta, el monarca, casado con la viuda de su hermano, mayor que él, y al que la pasión le aborda de golpe, es «un Hamlet activo, un caballo que no sabe bien hacia dónde se mueve, pero se mueve, como un elefante en una cacharrería. Un tipo que piensa moviéndose».

Otros Enriques

«Los Tudor»

Jonathan Rys-Meyers le dio un giro a la imagen icónica del monarca, convertido en un joven atractivo y enigmático. Al final de la serie aparecieron la barba y la barriga.

«La vida privada de Enrique VIII»

Como si le hubieran escrito el personaje a medida, un orondo Charles Laughton se apropió para siempre del personaje en el filme de 1933 de Alexander Korda.

«Enrique VIII»

La compañía Rakatá puso en pie en 2013 el texto de Shakespeare (&Co.). Fernando Gil hizo del monarca un tipo más reflexivo y cabal, como la propia obra lo retrata.